Conocer para amar
Una pareja, totalmente enamorada, me contaba el otro día que,
para ellos, la mayor aventura de sus vidas había sido conocerse.
Entonces le dije que el principio de la sabiduría- siguiendo la filosofía
y la corriente espiritual cristiana y la oriental- era conocerse a sí mismo.
-¿Por qué?, me dijeron con cierto aire de inquietud en sus ojos bañados
de una preciosa luminosidad.
-Muy sencillo, les contesté:
El conocimiento de sí mismo es la autopista para llegar a todas partes
con plena seguridad y con el corazón feliz y rebosante de alegría.
El conocimiento de sí mismo es la misma plenitud humana. Una persona
que se conoce a sí misma, se convierte en un filtro por el que pasa
sólo lo que es digno, loable, bueno y bello. Lo demás se rechaza.
-Nuestras relaciones- seguían hablando –marchan muy bien desde
el día de nuestro primer encuentro, en el cual comenzamos una
carrera brillante basada en el conocimiento mutuo.
No hemos tenido decaimientos, ni rupturas, ni desengaños.
Andamos por un camino de rosas.
Nuestro conocimiento hace que las espinas que se ocultan tras
la belleza de las rosas, no nos pinchen ni hieran nuestras relaciones.
No se trata de e un conocimiento intelectual o analítico. Se trata de
acercarnos el uno a la otra o viceversa con la confianza que
engendra el afecto en el marco del diálogo que crea intimidad
en nuestras vidas jóvenes.
Nuestros corazones son océanos por los cuales solamente navegan
los barcos de la amistad, el conocimiento sincero y el crecimiento
de dos enamorados que maduran hasta la sazón.
¡Así hemos conseguido ser felices!
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