A mediados del siglo V y muy probablemente en Siria, alguien a quien se ha dado en llamar el Pseudo-Areopagita escribió varios libros religiosos, firmando con el nombre de Dionisio, discípulo de San Pablo que había vivido cinco siglos antes en Atenas – llamado el Areopagita por haber sido miembro de la corte de justicia que se reunía en el Areópago – y que al parecer murió martirizado en la segunda mitad del siglo I. Y es precisamente en las obras del Pseudo-Areopagita donde por primera vez aparece la clasificación que distribuye a las criaturas celestiales en nueve coros angélicos:
- Serafines
- Querubines
- Tronos
- Dominaciones
- Virtudes
- Potestades
- Principados
- Arcángeles
- Angeles
El valor y la importancia dados a las obras del Pseudo-Areopagita ha ido creciendo con el transcurso del tiempo. Pese a que no existe ningún documento anterior al siglo V que de fe de las mismas, han llegado a ser consideradas como genuinas y tanto los místicos de la Edad Media – entre ellos el Maestro Eckhart – como muchos de siglos más recientes se han apoyado en ellas.
Durante toda la Edad Media, los ángeles hicieron correr mucha tinta y fueron los protagonistas de numerosos debates e incluso de lo que hoy llamaríamos “convenciones”, que atraían a multitudes de oyentes. Entre los autores que con mayor fuerza y autoridad disertaron sobre ellos cabe destacar a Santo Tomas de Aquino, que vivió en la Italia del siglo XIII y que retomó, matizó y amplió lo que ya antes habían dicho otros sobre los ángeles, entre ellos, el Pseudo-Dionisio San Agustín e incluso Platón y Aristóteles. Sin embargo para Santo Tomás, cada ángel es una especie única y da lugar a una categoría de ser nueva y de enorme riqueza. Al contrario de las cosas, que se distinguen por la pobre materia que las forma como individuos, para él el ángel posee algo así como una individualidad absoluta y una realidad suma y no admite que se le adscriba a ninguna otra categoría que a la que él mismo inaugura y que con él concluye.
Entre los místicos modernos que con mayor intensidad se han ocupado de los ángeles destaca el sueco Emmanuel Swedenborg (1688 – 1772), brillante científico, contemporáneo de Newton y Halley. Entre las numerosísimas obras que dejó escritas hay tratados de física, química, astronomía, mineralogía, minería, anatomía y economía. A partir del año 1743, aunque sin abandonar del todo sus actividades científicas, pasó a ocuparse primordialmente de asuntos espirituales y en 1745 comenzó a tener comunicaciones directas con los espíritus y los ángeles, pero al contrario de la usanza espiritista, con pleno uso de sus facultades y conciencia. En su obra Arcana Coelestia dice textualmente: “Estoy convencido de que muchos insistirán en que es imposible al hombre conversar con los ángeles mientras está encerrado en la cárcel del cuerpo. Dirán que mi trato con estos seres es pura invención o bien un recurso para obtener publicidad. Por mi parte no me preocupo de cuanto se pueda decir en mi contra, pues no hablo sino de lo que he visto, oído y palpado”.
También Rudolf Steiner (1861-1925) se ocupó extensamente de los seres angélicos, de su naturaleza y actividades. Como dice Sophy Burnham en su Libro de los Angeles: “resulta extraño pensar que los teólogos medievales, e incluso el moderno Steiner, dedicaran tanto tiempo y esfuerzo a establecer toda una jerarquía de ángeles y a averiguar dónde se encuentran. Los ángeles no viven en ninguna parte, del mismo modo que Dios tampoco vive en ninguna parte. Se hallan en el espacio de la eternidad y en el centro de nuestros corazones”.
En la Biblia, además de los ángeles y arcángeles, son citados expresamente dos tipos de seres angélicos: querubines y serafines.