Todos, absolutamente todos podemos comunicarnos con nuestro ángel de la guarda. Todos, de un modo u otro, estamos dotados para ello. Unos podrán verlo, otros oirán su voz y otros lo captarán mediante su intuición. Incluso los menos intuitivos no podrán negar sus contundentes hechos.
Estos seres maravillosos están siempre dispuestos y deseando ayudarnos, pero no pueden hacerlo si no los invitamos a ello. Tenemos que pedírselo expresamente.
Pero cuidado, los ángeles no son nuestros criados, ni nuestras mascotas, ni tampoco muñecos para ser lucidos en las reuniones sociales. Son seres extraordinarios, muy superiores a nosotros en todos los sentidos y merecen un enorme respeto por nuestra parte. Pero tampoco debemos convertirlos en ídolos. Son nuestros hermanos mayores, cuya percepción supera nuestras tres dimensiones y cuya conciencia está mucho más despierta que la nuestra, están mucho más cerca que nosotros de Dios, de su Padre, que es también el nuestro. Pidámosle que nos acerquen a El, que nos ayuden a ser concientes del El y muy pronto veremos cómo el resultado de su ayuda se hace evidente en nuestras vidas.