LA ALEGRIA DE CREER

Se acabo Octubre  y ya estamos a 64 días del mes que es considerado, por muchas personas, como el más alegre: diciembre. Es el tiempo del corre corre: el niño JESÚS, las hallacas, el compartir navideño en familia. Pero ¿qué es lo que hace que este mes tenga una connotación especial? Es indudable que es el evento en que se unen lo humano y lo divino, donde el Dios con nosotros coloca su morada entre los hombres; donde el anhelo trascendental de creer y de vivir en la alegría eterna es colmado en su totalidad: el nacimiento del Dios hecho hombre, Jesús.

Pero estas líneas tendrán la intención de reflexionar sobre esa luz que irradia misteriosa y maravillosamente de este evento, que aunque sucedió en la humildad y simplicidad del pesebre puede cambiar la existencia de cualquier persona: “creer”. Hace unos día me encontré con un amigo, que en nuestros tiempos de adolescentes, se decía a sí mismo ateo. Después de una larga conversación, sobre diferentes temas, le pregunté si seguía sin creer en Dios; me respondió ¡todavía estoy buscando en quién o qué creer!

El grito de este amigo es la voz de muchas personas, que aunque han alcanzado logros profesionales, personales y familiares (que son válidos y queridos por Dios) no han cultivado esa dimensión fundamental, que es responder a la amorosa manifestación de la divinidad y que llamamos fe. No es tanto buscar, como el drama de mi amigo, sino dejarse encontrar por Aquél que nos ha mirado con ojos de amor desde toda la eternidad (Is 45,3). Es sentir en lo más profundo del ser la alegría de creer en “Ése” que nos amó hasta el extremo (Jn 13,1).

Nuestra vida se abre a la unidad y la unidad produce alegría. Ser humano significa crear encuentro de unidad con todas las circunstancias que nos rodea, pero por encima de todo crear unidad con los que algunos filósofo llaman: “otro yo” o la religión llama prójimo. La verdadera unidad se crea creyendo en sí mismo y creyendo en los demás. Como diría un escritor: “si no crees en Dios eres ateo y eso tiene solución (pero eso no hace que Dios deje de creer en ti) si no crees en ti eres tonto y ni el diablo aceptará a persona así”.

La propia existencia habla por sí sola en este sentido. Basta que nos hagamos uno con el prójimo en los ámbitos de su vida, para que nuestra alma rebose de alegría. Son tan ciertas las palabras del Señor cuando enseña. “hay más alegría en dar que en recibir” (Hch 20,35) y esta experiencia sólo puede impregnar la vida cuando el acto de creer en sí mismo, creer en otro pero sobre todo creer en Aquél que suscita y consume nuestro deseo de transcender esta mundanidad y abrir nuestra vida a la alegría, venciendo el egoísmo y el orgullo.

Atrévete a creer y permite que la alegría que brota de esta experiencia maravillosa inunde todas las realidades de tu quehacer diario. La alegría es el termómetro que indica que crees en Dios, en ti y en el prójimo. Que estos días navideños te sean propicios para afianzar tu fe y vivir en la alegría del amor de Jesús el Hijo de Dios, tu Salvador.