Los escépticos y los optimistas se miran siempre de reojo. Son desconfiados de nacimiento. Los escépticos se burlan de los demás y de sí mismos. Se aburren de creer y no echan de menos las ausencias. Los optimistas vencen al tedio y a la fiebre. Aprenden del ayer y no lo borran. Conocen y reconocen que vendrá algo mejor y desde ya preparan la bienvenida. Los escépticos van y vienen sin nada. Y lo que es peor, sin nadie. Abrazan alpesimismo como único consuelo. Inventan una tristeza sin lágrimas, dura como una mueca. Los optimistas se entienden con el río y con el cielo que lleva en su corriente. Saben que allí navega la tutela más leal, más respetable,
y asumen el alma como agua. Los escépticos son apenas mendigos y el tiempo que transcurre les deja su limosna. No logran escapar del viejo laberinto y reciben mensajes que son indescifrables. Los optimistas en cambio guardan a menudo algo de gloria,
que no es siempre la de hoy ni la de antes. Hacen un nudo con las certidumbres y llenan su bolsillo de poesía.
Mario Benedetti
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