Carta de un esposo
ESTIMADA DOCTORA:
Mientras me dirigía a la cabaña en la playa para pasar mis vacaciones, me hice una promesa. Durante dos semanas, procuraría ser un esposo y padre amoroso. Totalmente amoroso. Nada de “si es que”, “pero”, “y”.
La idea se desarrolló en mi cabeza mientras escuchaba una cinta de autoayuda. El autor, del contenido de la grabación, citaba un pasaje bíblico sobre los maridos que eran considerados con sus esposas. En un momento, dijo: “El amor es un acto de la voluntad. Una persona puede decidir ser amorosa”. En mi caso, tenía que admitir que había sido un marido egoísta, que nuestro amor había perdido su brillo por mi falta de sensibilidad. En insignificancias, realmente. Ejemplo: Regañar por tonterías, insistir en ver mi canal de televisión preferido, llevar la contraria simplemente por llevarla, etc. Así que por dos semanas, todo aquello iba a cambiar.
Y así ocurrió. Desde el preciso momento en que besé a mi esposa y le dije lo bien que lucía su ropa nueva.
“OH, te diste cuenta ¿eh?, dijo, entre sorprendida y contenta. Quizás un poco perpleja.
Después de un largo tiempo manejando, quería sentarme y leer. Mi esposa sugirió que camináramos por la playa. Al principio me negué pero luego pensé: Mi esposa ha estado aquí sola con los niños durante toda la semana y, claro, ahora quiere estar conmigo. De modo que caminamos por la playa mientras los niños elevaban sus cometas.
Así transcurrió el tiempo. Dos semanas sin una llamada de la firma de trabajo donde soy director. Una visita al museo marino. Controlando mí lengua cuando mi esposa se retardaba en prepararse para una cena a la que la había invitado. Relajado y feliz, así fue como pasé las vacaciones. Hice un nuevo voto de no volver a olvidarme de elegir amar.
Hubo, sin embargo, una cosa que no salió bien con mi experimento. Mi esposa y yo todavía nos reímos cuando recordamos la situación. La última noche que pasamos en nuestra cabaña, mientras nos preparábamos para acostarnos, Carolina me miró con una expresión terriblemente triste.
-¿Qué pasa, querida?, le pregunté.
-Pedro, me dijo, con una vocecita llena de angustia. ¿Sabes tú algo que yo ignoro?
-¿Qué?
Bueno... aquella visita al médico hace un par de semanas... nuestro doctor... ¿te dijo él algo relacionado conmigo? Pedro. Tú has sido tan bueno conmigo... ¿Me voy a morir?
Me quedé un momento muy serio y en silencio. Luego solté una carcajada.
No, mi amor, le dije, apretándola en mis brazos. Tú no te vas a morir. ¡Soy yo el que está empezando a vivir!
Empezar a vivir puede significar muchas cosas, que a partir de hoy puedes decretar.
Veamos algunas consideraciones...
Primera consideración
Quien quiera que sea, existe alguien más joven que cree que usted es perfecto. Hay algún trabajo que nunca se hará si usted no lo hace. Hay alguien que no quisiera que usted desapareciera. Hay un lugar que sólo usted puede llenar.
Segunda consideración
La vida no es una breve vela sino una clase de espléndida antorcha que tengo que sostener por el momento y que quiero que arda con tanto brillo como sea posible antes de pasarla a generaciones futuras.
Tercera consideración
Ralph Waldo Emerson, escribió una vez... “Reír a menudo y mucho; ganarse el respeto de las personas inteligentes y el cariño de los niños; captar el aprecio de los críticos sinceros y soportar la traición de los falsos amigos; apreciar la belleza, descubrir lo mejor en los demás; dejar el mundo un poco mejor, ya sea por un niño sano, un jardín cultivado o una condición social redimida; saber incluso que una vida respiró con más tranquilidad porque usted vivió. Esto es haber triunfado”.
Cuarta consideración
Actualmente creemos que un filántropo es alguien que dona grandes sumas de dinero; sin embargo, el término proviene de las palabras griegas “philos” (afectuoso) y “átropos” (hombre): hombre afectuoso. Todos podemos ser filántropos. Podemos dar de nosotros mismos.
Quinta consideración
Existe un proverbio malayo que tiene mucha sabiduría... “Uno puede pagar un préstamo de oro, pero muere debiendo para siempre a quienes son amables”.