MAMA GAVIOTA
Cuentan que hace mucho, mucho tiempo, en una playa azotada por un mar embravecido, a una gaviota le ocurrió una gran desgracia: acababa de poner sus huevos en la tibia arena cuando una extraordinaria ola, crecida con la última marea, lamió con fuerza la orilla y se los arrebató.
Mamá gaviota se lanzó contra las aguas para recuperarlos, pero fue inútil. Y era tanto su dolor, tan grande su desesperación, que encaramada en la cima de la más alta roca del lugar gritó al mar con toda la fuerza de sus pulmones y le rogó y le suplicó que le devolviera sus huevos.
Pero el mar no contestó. "Devuélveme mis hijos, por favor", imploraba una y otra vez mamá gaviota.
Pero las aguas, vanidosas, orgullosas en su inmensidad, siquiera acallaron por un instante el rumor de su ir y venir para responder a la súplica de la frágil gaviota.
Hasta que por fin, llevada por el dolor y por una firme determinación, la gaviota se irguió sobre sus patitas, extendió cuanto pudo las alas y lanzó un desafío:
"Escucha lo que digo, mar, porque si no me devuelves mis huevos, si me arrebatas mis hijos, mi futuro, te secaré. Con mi pico me llevaré tus aguas, te vaciaré y dejarás de existir. Y no me importa si tardo poco o mucho, ni el esfuerzo que suponga, porque al final con mi pico te secaré".
Y mamá gaviota empezó a volar de mar a tierra, de las aguas a la playa, y en cada viaje robaba con su pico un poco de agua que depositaba en las arenas. Una hora tras otra, día tras día, la gaviota se afanaba en la tarea que se había impuesto.
Al cabo de un tiempo acertó a pasar por allí otra gaviota que, al verla, le preguntó:
¿Qué estás haciendo? Y mamá gaviota respondió: Estoy secando el mar. ¿Secando el mar?, repitió la otra gaviota, con si no hubiese entendido la respuesta. Sí, eso hago. Y ante la mirada incrédula de su compañera, explicó: El mar se lleva nuestros hijos, y aunque lloremos y supliquemos para que nos los devuelva, nunca nos ha escuchado. Por eso me he propuesto vaciarlo para siempre, y no cesaré en el empeño hasta que me devuelve mis huevos.
Me parece justo, dijo la gaviota recién llegada. Es más, te ayudaré en tu tarea. Y así sucedió que en aquella playa y bajo aquel cielo dos gaviotas se pusieron a extraer agua del mar con sus picos y a depositarlas en la arena. Y tal era la energía que ponían en ello que una tercera gaviota al verlas preguntó:
¿Qué estáis haciendo? Estamos secando el mar, respondieron a coro, porque nos roba nuestros hijos.
Y la última gaviota en llegar al lugar se dispuso a escuchar la historia de mamá gaviota y, conmovida, decidió ayudar con su pico a sacar el agua. Y eran ya tres las que se disponían a secar el mar.
Y no paró ahí la cosa, porque pasó una cuarta y una quinta y una sexta, y todas ellas sumaban sus esfuerzos tras oír el relato de mamá gaviota.
Pero el mar seguía sin responder; de hecho, siquiera notaba que lo querían secar.
Pasadas unas semanas, se contaban por cientos las gaviotas que con sus picos trataban de vaciar el mar. Y al poco, ya eran miles.
Fue entonces cuando la Gran Gaviota Luminosa que vivía por encima del cielo vio la extraña tarea que llevaban a cabo sus hijas en la tierra. Miles y miles de gaviotas que viajaban del mar a la playa cargados sus picos con agua salada, y lo hacían una vez y otra y sin tomarse apenas tiempo para descansar.
"¿Qué harán?", se preguntó.
Y al ver que la escena se repetía día tras día creyó que las gaviotas se habían vuelto locas. Así que preocupada, la Gran Gaviota Luminosa que vivía por encima del cielo decidió bajar a la tierra para averiguar qué ocurría.
¿Qué estáis haciendo?, les preguntó la Gran Gaviota.
Por un instante, las gaviotas dejaron de volar y la contemplaron extasiadas, embargados sus sentidos, sus corazones llenos de paz.
Estamos secando el mar, respondió mamá gaviota con serenidad. Las aguas se llevan a nuestros hijos y el mar no responde a nuestras súplicas para que nos los devuelva. Y porque es descuidado y porque no nos respeta hemos decidido vaciarlo.
Me parece justo, respondió la Gran Gaviota. Pero dejad que yo hable con el océano en vuestro nombre y que le pida que os devuelva lo que os pertenece.
Y, dicho esto, la Gran Gaviota Luminosa alzó el vuelo, se posó en la roca más alta y, con voz firme, habló al océano:
¡Oh, océano! Devuelve sus huevos a las gaviotas, devuélveles su más preciado don, devuélvele sus hijos…
El océano se estremeció al oír la profunda voz de la Gran Gaviota. Y, a pesar de su grandeza, tanta era la reverencia que despertaba en él la diosa de las gaviotas que sólo pudo obedecer. Y así fue cómo, finalmente, devolvió los huevos.
Y dicen que por ello las gaviotas siguen volando aún hoy. Han sobrevivido porque aprendieron una lección: vivir unidas les proporcionaba la fuerza que la soledad les negaba.
Y otra lección más que ha de servir a cualquier ser: cuando tu acción sea justa, aunque te encuentres solo al principio, poco a poco se unirán a ti otros seres, que te apoyaran en tu propósito hasta que, por fin, la totalidad de la creación, el universo entero, te apoyará en la consecución de tu objetivo. |