MIS HIJOS NO ACEPTAN MI NUEVA PAREJA

Mientras no le falte el respeto a tu nueva pareja, la situación se puede sobrellevar. Lo inaceptable es mostrarse grosero y descortés con la nueva pareja, por el sólo hecho del prejuicio y el rechazo a la ultranza. En la mente de los hijos prevalecen generalmente dos creencias perturbadoras, no necesariamente realistas:

1.- Por culpa de esa nueva pareja, mis padres se separaron.

2.- Esa nueva pareja quiere reemplazar a uno de mis padres.

Hay también otra premisa, que le sirve de refuerzo para rechazar el hecho de que generalmente uno sus padres critique y rechace a esa tercera persona y la perciba como causante de la debacle conyugal, cuando en realidad, puede ser más bien "la consecuencia" de un matrimonio disfuncional. Esto rara vez se percibe así. Es más fácil responsabilizar a terceras personas, que asumir faltas propias. En todo caso, a los hijos les cuesta aceptar a la nueva pareja de papá, o mamá, porque "sienten que traicionan" a la pareja afectada o "abandonada". ¿Cómo puedo convalidar y respaldar a la nueva pareja de mi papá (o mamá) si está sufriendo mi otro progenitor?

Están en un dilema, y como conocieron un ambiente "normal" de padres en convivencia, pues tienden a fomentar su recuperación, excepto cuando los maltratos son obvios.

No debemos obligar a los hijos a "querer y aceptar" a la nueva pareja, pero sí exigir un trato cortés, respetuoso hacia ella (él). A fin de cuentas, el rechazo a la nueva pareja, constituye también un rechazo a la decisión de papá o mamá que están reconstruyendo su vida, con todo derecho. La pregunta es "¿mi nueva pareja… ha dado motivos para rechazos o disgustos? O es un prejuicio e influencia de la ex pareja, sobre mis hijos, para sabotear la nueva relación, en un acto de desquite y venganza? A veces esto ocurre porque no ha habido respeto durante el matrimonio o concubinato, y la pareja afectada, dolida y resentida, protesta de esta manera. Es una forma de "contagiar el malestar". "Si no soy feliz, tú tampoco lo serás". Por eso, la terapia es importante para todos los involucrados, sin excepción, y eso incluye a la nueva pareja, quien de no recibir ayuda profesional, verá agotados sus esfuerzos por tener armonía. Es cierto que uno no debe obligar a los hijos a aceptar a la nueva pareja, pero no menos cierto es que tampoco podemos andar permanentemente llevando una doble vida: es decir, hoy comparto con mis hijos, sin mi nueva pareja. Mañana, al revés, con mi nueva pareja pero sin hijos. Y así sucesivamente. Por unas semanas o meses iniciales siguientes a la ruptura se puede tolerar esta alternancia, como una forma progresiva de prepararse todos para el cambio y la convivencia en grupo, y no como estilo de vida excluyente. Si mi ex pareja, mal influencia en mis hijos y con ello los desestabiliza emocionalmente entonces debo plantear firmemente una opción terapéutica, para los menores de edad, al fin y al cabo, que está en juego su salud psicológica y la armonía de mi nueva relación. Al cabo de unos meses, debo procurar que mis hijos compartan conmigo y con la nueva pareja, bien sea de paseo o trayéndolos al nuevo domicilio. De negarse a ello, tendrán que reducirse las salidas exclusivas con los hijos, a fin de no premiarles su actitud excluyente. A pesar de ello, mantener el afecto, la responsabilidad y el respeto mutuo. Las diferencias con los hijos no deben disminuir estos factores. Los privilegios de que gozan sólo se retiran cuando hay faltas disciplinarias, bajo rendimiento escolar, incumplimiento de normas de hogar, etc. pero, no por estar inconforme con la nueva pareja. Es contraproducente castigar a los hijos por no aceptar a la nueva pareja, excepto que sean ofensivos o groseros.

Fomentar rechazos sólo perturba emocionalmente a los hijos, porque siempre implica "una especie de enguerrillamiento contra uno de los padres, que desea rehacer su vida". Equivocado o no, tiene derecho a reconstruir su vida. Mientras la nueva pareja se muestre respetuosa con los hijos, conviene permitir esa alternativa. No vaya a ser que fracase la nueva relación y se le atribuya a la ex pareja, con lo cual, cualquier posibilidad de reconciliación con él o (la) ex, también se reducirá a cero. Hay que cuidar mucho que la nueva pareja no se enganche en discusiones ofensivas con la o (el) ex, pues ello predispone a los hijos a los rechazos, haciendo más difícil tal aceptación.