Bergantines con proas, sólo con proas,
y sin popas, y sin velas y sin nada,
que atraviesan los mares
en alas de albatros marineros
que abandonan sus nidos,
y con los pies doloridos
y clavados en las tumbas de los peces,
sueñan con libertades de desgarro
cuando la rosa eólica los abraza,
los estrecha y estremece de aullidos.
Acantilados del mar, esbeltos
y recubiertos de óxidos,
de musgos y de espumas,
donde mora siempre solitario
el catalejo del pirata adusto,
severo y desgreñado,
con su mismo color de óxidos,
de musgos y de espumas,
que los confunde en una sóla mole hirsuta;
salvaje y rebelde, primaria y desierta,
hinóspita y desnuda.
Con desnudez venida
del fondo de tremendas conmociones
entre salmos hieráticos
de biblias escritas en las rocas
por dioses implacables
de soledad y angustias.
Con una agreste pastoral estremecida.
Acantilados del mar,
soberbios y majestuosos,
como esfinges paganas
con proféticas barbas de algas
arrancadas por dedos azulinos
con frenesí de interrogante y duda
desde la piel primera;
color de cofre antiguo,
de medallón cobrizo y cárdeno,
de Gólgota, de Cruz, de vigilia y espera,
de sueño en libertades de desgarro
cuando aulla la rosa de los vientos
y golpean sus proas las mareas.
Sus proas sin popas, sin velas, sin nada...
y tiemblan en un partir que nunca llega,
clavados en la tumba de los peces,
mientras el catalejo del pirata adusto,
severo, desgreñado y solitario,
otea imperturbable la horizontal infinita
donde calcinan tibias legendarias
con su botín de enigma inalcanzable
al hundirse el galeón de los crepúsuculos
entre las salvas de la Santa Bárbara,
llenándose sus ojos de naufragios,
con banderas arriadas
en islas de tesoros escondidos
entre lineas de mapas confundidas
ajadas por años de silencio...
Atravesando mares,
en alas de albatros marineros
que abandonan sus nidos.