Voy tallando tus rasgos
Voy tallando tus rasgos en un bloque de mármol incorpóreo, y vas apareciendo lentamente, en desnudez plenaria, sin adornos, tan pura como el aire, como el agua, tan sensual como el ángel del retozo, cercenadas sus alas por cruzar de lo místico a lo erótico. No te haré pedestal, que en las alturas escapas a mi tacto. Tu contorno, de líneas suaves, de matiz rosado, te hará casi mujer, faltará el soplo de la divinidad sobre la carne, aunque no sea tu materia el lodo, para poner en marcha los minutos de tu reloj recóndito, y el destello de luz del primer día para encenderte el iris de los ojos. Al dar mi último golpe de martillo y escoplo, avanzaré la mano, acariciando levemente el dorso, anticipando blando escalofrío, mas tu figura seguirá en reposo. Y como Pigmalión, incontenible ante su creación, y en ella absorto, les rogaré a los dioses por la vida que no he logrado darte, mas tampoco se forjará el milagro. Ya los dioses son meramente estatuas, están sordos. Recordaré en tal punto a Miguel Ángel, encarado al Moisés, con el asombro de ver su obra maestra concluída, gritándole al coloso: “Habla”. Moisés no habló, pero mi grito penetrará tu mármol, y tus ojos se abrirán a la luz; entre tus labios nacerán las palabras, y su tono me crispará la piel; darás un paso, y vendrás hacia mí, poquito a poco, como quien se desliza sobre el agua, envolviéndome en un abrazo cósmico. No te hice de la nada, te sabía, te había amado ya bajo los olmos, en las playas desiertas, en lechos a mí extraños, en otoño, sobre la hierba en noches silenciosas, con enajenación, con abandono. Pero te fuiste un día. Por eso he ejecutado tu retorno.
Autor: Francisco Alvarez Hidalgo
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