Son momentos difíciles,
cuando el calor humano desaparece,
y la vida se reduce
a un arduo esfuerzo por sobrevivir.
En esos momentos en que el fuego ajeno
no le da calor a nuestra alma,
debemos revisar nuestro propio hogar.
Debemos agregarle más leña y
tratar de iluminar la sala oscura
en la que nuestra vida se transformó.
Cuando escuchemos que nuestro fuego crepita,
que la madera cruje,
que las brasas brillan
o las historias que las llamas cuentan,
la esperanza nos será devuelta.
Si somos capaces de amar,
también seremos capaces de ser amados.
No es más que cuestión de tiempo...