Ese hálito de viento en tu guedeja,
en la mañana inmóvil, apacible,
que ni mueve las hojas de la encina,
no es el viento, es mi mano que bosqueja
caricia carismática, invisible,
mi dimensión, que a ti se arremolina.
Brevería Nº 2080
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Mano
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Subo por el azul de tu vestido como una mano de agua que se infiltra en tus poros más secretos, como rosario de ansias, cuenta a cuenta, misterio por misterio, en íntima, traviesa filigrana. Tengo el alma de Goya, y te pincelan mis dedos al desnudo, nueva maja tendida sobre el lecho, temblores en los senos, sexo en llamas. Completo minucioso los detalles, y a cada trazo tu mirada me habla de raptos apremiantes nunca manifestados, que ahora estallan. Se han dado cita en ti las concubinas de los serrallos de Estambul, las cálidas cortesanas de Roma decadente, y las hetairas de la Atenas clásica. Mas nadie lo sabía, sólo tú misma, tan en ti encerrada. Hoy, desde el fondo oscuro de tus ojos, y a través del silencio, todas claman por el desbordamiento; incomparable su expresión de lanzas a punto de horadar, centelleantes, cuerpos, mentes y almas. Es un poema lírico, una canción sensual, una sonata, la mano que rastrea, y se desliza, que avanza, se aproxima, sube y baja de la rodilla al muslo, de la nuca a la espalda, de la cintura al seno, y parece llegar a las entrañas. Ah, tu vestido azul, ya deshojado; nunca fuiste más tú, pura y exacta, impúdica y sutil, sacerdotisa y víctima a la vez, mas voluntaria. Eres en parte lienzo y escultura, pero eres sobre todo una avalancha.
Los Angeles, 5 de febrero de 2010
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