"Mas yo he sido por Él constituido Rey
sobre Sión, su monte santo,
para predicar su Ley.
A mí me ha dicho el Señor: "Mi Hijo eres Tú. Yo te he engendrado hoy.
Pídeme y te daré las naciones en herencia
y extenderé tus dominios hasta los confines de la tierra.
Los regirás con vara de hierro
y los quebrarás como a vasos de alfarero". (Salmo II, 6-9)
El Señor siempre responde con el bien. Se enfrenta al mal con la entrega de Sí mismo, Bien infinito. Sofoca las llamas de la maldad con el enorme diluvio de su amor. El momento de mayor injusticia, de la iniquidad más profunda, cuando la Suma Inocencia muere clavada en la cruz, es el momento de nuestra justificación, de la más grande amnistía. Ésta es la venganza de Dios. Así ¿podrá extrañarnos que debamos ahogar el mal con la abundancia de bien? Con eso no hacemos más que imitar, teniendo en cuenta nuestras propias limitaciones, a nuestro padre Dios. Opongámonos, pues, a la cultura de la muerte con la cultura de la vida, al egoísmo caprichoso con la generosidad llena de compromiso, a la mentira con la verdad, a la opresión con la libertad. Nada podemos temer, los obstáculos exteriores e interiores se romperán con la fragilidad del barro si ante ellos ponemos la santa cruz. Esta –la señal del cristiano– es nuestra barra de hierro, nuestra fortaleza.
"Mas yo he sido por Él constituido Rey
sobre Sión, su monte santo,
para predicar su Ley.
A mí me ha dicho el Señor: "Mi Hijo eres Tú. Yo te he engendrado hoy.
Pídeme y te daré las naciones en herencia
y extenderé tus dominios hasta los confines de la tierra.
Los regirás con vara de hierro
y los quebrarás como a vasos de alfarero". (Salmo II, 6-9)
El Señor siempre responde con el bien. Se enfrenta al mal con la entrega de Sí mismo, Bien infinito. Sofoca las llamas de la maldad con el enorme diluvio de su amor. El momento de mayor injusticia, de la iniquidad más profunda, cuando la Suma Inocencia muere clavada en la cruz, es el momento de nuestra justificación, de la más grande amnistía. Ésta es la venganza de Dios. Así ¿podrá extrañarnos que debamos ahogar el mal con la abundancia de bien? Con eso no hacemos más que imitar, teniendo en cuenta nuestras propias limitaciones, a nuestro padre Dios. Opongámonos, pues, a la cultura de la muerte con la cultura de la vida, al egoísmo caprichoso con la generosidad llena de compromiso, a la mentira con la verdad, a la opresión con la libertad. Nada podemos temer, los obstáculos exteriores e interiores se romperán con la fragilidad del barro si ante ellos ponemos la santa cruz. Esta –la señal del cristiano– es nuestra barra de hierro, nuestra fortaleza.
"Mas yo he sido por Él constituido Rey
sobre Sión, su monte santo,
para predicar su Ley.
A mí me ha dicho el Señor: "Mi Hijo eres Tú. Yo te he engendrado hoy.
Pídeme y te daré las naciones en herencia
y extenderé tus dominios hasta los confines de la tierra.
Los regirás con vara de hierro
y los quebrarás como a vasos de alfarero". (Salmo II, 6-9)
El Señor siempre responde con el bien. Se enfrenta al mal con la entrega de Sí mismo, Bien infinito. Sofoca las llamas de la maldad con el enorme diluvio de su amor. El momento de mayor injusticia, de la iniquidad más profunda, cuando la Suma Inocencia muere clavada en la cruz, es el momento de nuestra justificación, de la más grande amnistía. Ésta es la venganza de Dios. Así ¿podrá extrañarnos que debamos ahogar el mal con la abundancia de bien? Con eso no hacemos más que imitar, teniendo en cuenta nuestras propias limitaciones, a nuestro padre Dios. Opongámonos, pues, a la cultura de la muerte con la cultura de la vida, al egoísmo caprichoso con la generosidad llena de compromiso, a la mentira con la verdad, a la opresión con la libertad. Nada podemos temer, los obstáculos exteriores e interiores se romperán con la fragilidad del barro si ante ellos ponemos la santa cruz. Esta –la señal del cristiano– es nuestra barra de hierro, nuestra fortaleza.