
En su ingenuidad, creyó haber burlado a la húmeda sombra.
Vivió sumido en fantasías de sol y añiles cielos.
Quedó hipnotizado por la nívea luz de las estrellas y lo encandiló el amarillo rostro de la luna.
Sordo fue al silbido del miedo.
Ciego al esqueleto, que ante él serpenteaba, vestido de harapos.
Hasta que fue sacado de la inopia por un alarido infesto que lo arrojó a la realidad y lo dejó temblando.
Y entonces, ante él se abrieron de golpe las puertas del desierto…
©Trini Reina
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