Arribó el amor. En aquella estación, ya nadie lo esperaba, tan avanzada la noche. Llegó el amor, y recorrió los fríos andenes, y en silencio, paso a paso, fue dejando vestigios de prodigiosa calidez.
Nadie lo esperaba. Desde un vagón fantasma, descendió el amor, envuelto en niebla, vestido de humo. Se presentó sin valijas visibles; pero traía las alforjas del alma sobradas de sentimientos. Como un ilusionista, de su chistera surgían: requiebros, besos, suspiros, rosas y caricias… Dadivoso hechicero desplegando por doquier sus sortilegios.
Llegó el amor. Y aquélla alma solitaria, que se vanagloriaba de ser la soberana del escepticismo, ésa, que hasta entonces se limitaba a ver pasar los trenes, ante aquel vendaval de seducción que contra ella arremetía; sólo pudo abrir los brazos, y entregarse sin dilación, a tan insigne viajero.
© Trini Reina