Marchaba a trompicones por un laberinto tortuoso; las márgenes, franqueadas de sombras. Al volver la vista atrás la maleza sobre él se cernía, así que siguió, aunque perdido el rumbo, adentrándose más y más por aquella travesía.
En una bifurcación se dio de bruces con un desconocido. Nunca hasta entonces lo había visto y quedó extrañado por la fiereza que se le adivinaba en las facciones.Se detuvo en el centro de la vereda y el mal encarado peregrino, le cerró el paso, negándose a dejarlo proseguir en busca de la salida.
El espectro, pues eso parecía por su atuendo raído y bruno, abrió sus fauces e intentó sustraerle el aire que respiraba hasta el punto que sintió una fuerte punzada en el pecho y temió ahogarse. Y, a la vez, notó un disonante latido en el corazón, que sonó a lamento.
Por un instante pensó que tan intenso dolor le mataría y unas lágrimas incontroladas escaparon de sus ojos, engarzados en tan maligno transeúnte. Con un penúltimo resuello preguntó al desconocido que por qué de esa manera lo hería, quién era que tan intenso quebranto le causaba sin motivo. A lo que el peregrino contestó:
“Soy el desamor, y ésta es mi primera visita a tu joven vida…”