Los otros juegan un papel importante en la construcción de nuestra personalidad. Pero no todos, sólo los que tienen importancia a nuestros ojos, es decir, aquellos a quienes nosotros les damos el derecho de influenciarnos. Ellos pueden ser individuos o grupos, y pueden ayudarnos a ser nosotros mismos o impedirlo.
Los que nos ayudan son aquellos que nos aman, nos aceptan como somos, muestran interés por lo que somos y por lo que podemos llegar a ser. Son personas sólidas, no están llenas de miedos, no se asustan por lo que vivimos o por lo que les contamos, conducen su propia vida con seguridad, son veraces, no buscan complacer, nos dicen lo que piensan de nosotros,
Otros nos perjudican (o nos han perjudicado) ya sea por actitudes opuestas a las que acabamos de enumerar, o por hacernos vivir cuando niños en un ambiente de ideas falsas sobre el ser humano y su crecimiento. La misma persona puede ayudarnos en ciertos aspectos y no ayudarnos o, incluso, perjudicarnos en otros.
La descripción que acabamos de hacer vale para el niño, pero también para algunos adultos que buscan caminar hacia la autonomía. Concierne también a los que están en situación de aprendizaje respecto a un maestro, ya sea como alumnos, aprendices o discípulos.
Para poder ser autónomos hay que liberarse de la dependencia. Esta puede ser de dos tipos: la dependencia de aprendizaje y la dependencia alienante. La primera es una etapa necesaria y a la vez transitoria. La segunda perjudica el crecimiento interior de quien la sufre.
En relación a la dependencia de aprendizaje, hay que considerar que el niño nace desprovisto. Es rico en potencialidades, pero para vivirlas es necesario que aprenda. En esta fase de su vida depende de sus padres y educadores. Si el educador sabe desarrollar las potencialidades del niño y le hace experimentar la confianza en sí mismo, lo introduce por los caminos de la autonomía y la libertad. Si no actúa así, si mantiene su dominio sobre él, si busca seguir siendo su centro de referencia, incluso creyendo obrar bien, ahoga su ser.
Llega un momento en que el ser humano siente nacer en sí la capacidad de decidir por él mismo y de tener autonomía, al menos parcialmente. Permanecer dependiente, cuando puede valerse por sí mismo, es lo que se llama alienación. Se está viviendo una vida ajena y no la propia. La responsabilidad de esta situación puede ser de los educadores que quieren mantener su influencia, o del interesado, que no se atreve a independizarse por inseguridad, o por temor de causar pena a quienes debe mucho.
Si hay oportunidad para la autonomía, comienza una fase nueva durante la cual el centro de decisión será la persona misma y no las órdenes, consejos, sugerencias o expectativas de los otros.
Esta toma de distancia puede hacerse sin violencia si el interesado se siente sólido y seguro de sí mismo y si sus padres o educadores están de acuerdo en dejarlo en libertad de crecer como adulto. Hay veces que esta situación desencadena cierta violencia, oposición, agresividad o rechazo cuando el interesado está dividido entre el deseo de ser él mismo y el de no cortar el cordón umbilical. También puede ocurrir que los otros quieran seguir manteniendo su dominio sobre él, ya sea por nutrir su sentido de propia importancia o por temor de lo que le pueda ocurrir si decide por sí mismo. Esto último sucede cuando existe un malentendido exceso de protección.
Esta fase es característica de la adolescencia; pero no quiere decir que en la edad adulta no se pueda vivir fases de adolescencia psicológica; es lo que llamamos inmadurez emocional.
La autonomía se caracteriza por el hecho de que la persona se siente libre respecto a quienes eran tan importantes para ella, Habiendo llegado a ser suficientemente sólido y seguro de sí mismo, el interesado puede volver hacia esas personas importantes, escuchar sus opiniones y consejos, sacar provecho de ellos sin alienarse a sus juicios y decidir lo que le parezca bueno a sus propios ojos. Las tiene en cuenta, pero no actúa en función de ellas. Se experimenta la capacidad de estar cerca de esas personas, en buena armonía con ellas, pero permaneciendo libre.
André