MIRAR CON LOS OJOS DEL CORAZON
¡Qué diferente sería nuestro mundo si mirásemos con los ojos del corazón!
De ese modo nos daríamos cuenta de las cosas que suceden a nuestro alrededor, quizás nuestros rencores del pasado serían suavizados por nuestra forma de ser, y todo lo veríamos desde otra perspectiva, con mucho más bondad, incluso para quien tanto daño nos hizo.
Si mirásemos con los ojos del corazón quizás aún estaríamos bien con aquella que dijo ser amiga y que nos falló, o estaríamos mejor en la relación con nuestras familias. Quizás incluso estaríamos dispuestas a conceder segundas oportunidades.
Muchas veces vamos por la calle creyendo ver, pero realmente no vemos nada, sólo lo que está frente nosotras. Caminamos sin percatarnos de nadie, salvo que nos tropecemos con una persona. No acostumbramos a mirar y observar a la gente, salvo que sea para echar una miradita a ver qué llevan puesto. Eso es mirar con los ojos, porque cuando tus ojos se posan sobre el niño que mendiga o el anciano que no puede cruzar la calle solo, y le ayudas, estás mirando con el corazón.
Si nos detuviésemos unos minutos en el diario trajín de nuestra vida, quizás hasta seríamos más felices, los recuerdos no nos dolerían tanto y los rencores se nos apocarían porque nuestra luz interior sería mucho más resplandeciente que el oscuro resentimiento, ese que debe estar lejos de nuestra vida, que no nos hace nada bien y contamina el maravilloso mundo que tenemos ante nuestros ojos.
Al pensar en nuestro sufrimiento y en lo que cuesta levantarnos de una decepción, siempre estamos pensando en nosotros mismas. Estamos tan sumergidas en nuestras propias penas y tristezas que creemos que nadie sufre más que nosotras.
Y no es así, hay personas que no tienen nada, hombres que se fueron dejando tirada a una mujer con sus hijos. Está también la mujer que no sabe lo que es el descanso, que no sabe estar enferma porque eso es un lujo que no se puede permitir y que aun así da gracias por tener lo poco y nada que tiene. Sabe acariciar a sus hijos con amor y abnegación, quizás ella no vista de última moda y no sabe qué es vivir en cama caliente cuando el frío azota nuestro cuerpo. También está el niño que mendiga una moneda, y cuando se lo das te devuelve una sonrisa, es que te miró con su corazón; no vio lo que llevabas, sólo vio tu bondad y generosidad. A su vez, tú te sentiste muy bien. Eso es mirar con ojos verdaderos, las cosas más sencillas del mundo son las que más alegrías aportarán a tu vida.
Nunca es tarde para aprender a volver empezar, para hacer las cosas de otro modo al que lo hicimos hasta ahora; tampoco es tarde para comprender que aún nos podemos mirar al espejo y sonreír por despertar sanas y contentas; no es demasiado tarde para comprender que todo lo podemos superar, que por muy grande que se la tristeza de nuestro corazón, somos mujeres plenamente capaces de revertir las situaciones que nos son adversas.
Cada año y cada mes de nuestras vidas, siempre habrá pérdidas y ganancias de toda índole. Sepamos enfrentar todo sin rencor, sin rabia, aprender el lenguaje secreto de nuestro corazón, ese que te dice como son las cosas, ese que presiente, que siente y vive dentro de ti.
Depende de nosotras mismas, de si queremos mirar la vida con ojos de la indiferencia, o con ojos llenos de bondad. De cada una de nosotras depende cambiar el rumbo a nuestras vidas y a los que nos rodean. Sólo tú puedes cambiar tu propia vida, y puedes hacerlo para beneficio de otras vidas.
La triste realidad es que por nuestra indiferencia, por no querer cambiar, nuestros rencores viven eternamente dentro de nosotras, trayéndonos lo malo, la envidia, el desear lo que otros tienen, los pensamientos negativos, que muy pronto cambiarían… ¡Si tan sólo por un minuto, mirársenos con los ojos del corazón!
No seamos indiferentes ante la vida, ante la pobreza y la desolación de nuestras amigas o familias… No nos envenenemos con malos pensamientos.
Si caminas por la vida y en tu tristeza miras la vida con indiferencia absoluta, detente y piensa cómo sería tu vida si en tus manos estuviera el poder cambiar el mundo. No se puede, ¿verdad?
Pero si aportamos un granito de amor hacia todas las personas, este mundo no sería lo que es, seríamos diferentes, entenderíamos que no lo podemos cambiar pero que sí podemos cambiar nuestra propia vida, hacer bien las cosas sin la indiferencia de la persona a la que nada le importa.
Cada día al despertar, por más dolor que la vida te de, devuelve una sonrisa y acaricia tu corazón que te hace la gran persona que eres.
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