El 2 de noviembre es una fecha muy especial para nosotros; es cuando celebramos y nos reímos de la muerte, aunque sabemos que es el único destino que no podemos cambiar. Convivimos con la muerte todos los días en la naturaleza, para algunos es un ciclo, para otros es un fin, lo cierto es que “la muerte está tan segura de ganarnos que nos da toda una vida por ventaja”.
En la cultura Náhuatl se consideraba que el destino del hombre era morir, nos podemos dar cuenta de ello en los escritos que datan de esa época. Existe un poema del rey y poeta Netzhualcóyotl (1391-1472): “Somos mortales, todos habremos de irnos, todos habremos de morir en la tierra... Como una pintura, todos iremos borrando. Como una flor, nos iremos secando aquí sobre la tierra... Meditadlo, señores águilas y tigres, aunque fuerais de jade, aunque fuerais de oro, también allá iréis, al lugar de los descansos. Tendremos que despertar, nadie habrá de quedar”.
Para los pueblos prehispánicos la muerte no es el fin de la existencia, es un camino de transición hacia algo mejor, es por ello que les ponían a sus difuntos toda clase de objetos con el fin de que los utilizaran en su viaje a la muerte.
Cuando alguien moría tenía diversos destinos de acuerdo a las circunstancias en las cuales pereció. Así, generalmente los muertos iban a Mitlan ó lugar de los muertos; aquellos que morían ahogados iban al Tlalocan o lugar de Tláloc; quienes morían en parto o batalla, tenían como destino la casa del sol, y para los adúlteros era Tezcatlipoca quien aguardaba.
Como podemos apreciar, esta tradición data de varios siglos atrás. Las fechas fundamentales de tan arraigada costumbre son el 1 de noviembre, señalado como el día de Todos los Santos (o día de los angelitos) donde se recuerda a los niños fallecidos. Es en el tránsito del día 1 al 2 cuando tiene lugar la fiesta de los Fieles Difuntos, donde es costumbre visitar los cementerios y honrar con comida y rezos a la memoria de aquellos seres queridos que fallecieron que tan sólo esa noche regresan a la tierra para compartir con su familia aquellos alimentos que eran sus predilectos.
Uno de los lugares donde todavía están muy arraigadas nuestras tradiciones prehispánicas es en Michoacán, en el lago de Janitzio, a donde cada año acuden muchos turistas de varias partes del mundo para conocer y admirar dicha tradición.
Es tradición poner ofrendas para nuestros difuntos, la mayoría de ellas están constituidas por los alimentos, bebidas y golosinas que a ellos les gustaban en vida.
Otros elementos fundamentales de estos días son el pan de muerto, las calaveras de azúcar ó de chocolate (muy ricas, por cierto) y las calaveras escritas en verso.
México es un país muy rico en cultura y no necesita adoptar festividades de otros países como el “Halloween”, nuestro país posee tradiciones muy bellas que nosotros debemos conservar.