Gioconda Belli

MORAG

Se asoma la muerte el domingo por la tarde a mi casa.
Un timbre del teléfono y quién era deja de ser;
esa figura que nos dio abrazos y risas y que acompañó nuestras vidas
sale del escenario sin despedirse
envuelta en el misterio del silencio impenetrable de la muerte.
Uno llama a los comunes amigos, pregunta y no cesa de preguntar.
Uno quiere explicaciones, razones, algo que justifique lo imposible
Pero nadie sabe qué pasó. Todos no hacemos más que hacer lo mismo:
hablar para que las palabras nos protejan.
Más de una vez me pregunté, en las velas en Nicaragua,
cuál era la razón por la que los deudos del muerto
repetían una y otra vez
la historia del desenlace del ser querido,
como si se regodearan en los detalles
o en la tragedia.
El tiempo me ha enseñado las virtudes curativas de este exorcismo,
la vana pero apaciguante ilusión de atrapar el sentido del último instante.
De adivinar con la imaginación
la soledad de quién para siempre
calla.
Nov. 29, 2009