Me gustaría que me acompañaras en un viaje de descubrimiento. Exploraremos un lugar donde las reglas de la existencia cotidiana no tienen aplicación. Estas reglas dicen, explícitamente, que envejecer, tomarse frágil y morir es el destino último de todos. Y así ha ocurrido, siglo tras siglo. Sin embargo, quiero que dejes en suspenso tus supuestos sobre lo qué llamamos realidad, para que podamos convertimos en pioneros en una tierra donde el vigor juvenil, la renovación, la creatividad, el gozo, la satisfacción y la atemporalidad son experiencias comunes de la vida cotidiana, donde la vejez, la senectud, la invalidez y la muerte no existen y no son siquiera tenidas en cuenta como posibilidad.
Si existe un lugar así. ¿qué nos impide ir allí? No se trata de una oscura masa continental ni es un peligroso mar no registrado en los mapas. Es nuestro condicionamiento, nuestra visión del mundo actual y colectiva, la que nos enseñaron nuestros padres, los maestros y la sociedad. Esta manera de ver las cosas (el antiguo paradigma) ha sido justamente llamado «hipnosis de condicionamiento social»: una ficción inducida y en la que todos hemos acordado colectivamente participar.
Tu cuerpo envejece sin que puedas dominarlo porque ha sido programado para cumplir las reglas de ese condicionamiento colectivo. Si algo hay de natural e inevitable en el proceso del envejecimiento, no se podrá saber hasta que se rompan las cadenas de nuestras antiguas creencias. A fin de crear la experiencia del cuerpo sin edad y la mente sin tiempo, es preciso que descartes diez supuestos sobre quién eres y cuál es la verdadera naturaleza de la mente y el cuerpo. Estos supuestos constituyen los cimientos de la visión del mundo que compartimos.
Ellos son:
1.- Existe un mundo objetivo, independiente del observador, y nuestros cuerpos son un aspecto de este mundo objetivo.
2.- El cuerpo está compuesto por masas de materia, separadas entre si en el tiempo y el espacio.
3.- Mente y cuerpo son cosas separadas e independientes la una de la otra.
4.- El materialismo es primario, la consciencia es secundaria. En otras palabras, somos máquinas físicas que han aprendido a pensar.
5- La consciencia humana puede ser explicada por completo como producto de la bioquímica.
6.- Como individuos, somos entidades desconectadas y autosuficientes.
7.- Nuestra percepción del mundo es automática y nos brinda una imagen adecuada de cómo son realmente las cosas.
8.- Nuestra verdadera naturaleza queda totalmente definida por el cuerpo, el yo y la personalidad. Somos briznas de recuerdos y deseos encerrados en paquetes de came y huesos.
9.- El tiempo existe como absoluto y somos cautivos de ese absoluto. Nadie escapa a los estragos del tiempo.
10.- El sufrimiento es necesario: forma parte de la realidad. Somos víctimas inevitables de la enfermedad, el envejecimiento y la muerte.
Estos supuestos van mucho más allá del envejecimiento: definen un mundo de separación, decadencia y muerte. El tiempo es visto como una prisión de la que nadie escapa: nuestro cuerpo es una máquina bioquímica que. como todas las máquinas, debe acabar por detenerse. “A cierta edad - afirmó Lewis Thomas cierta vez - está en nuestra naturaleza desgastarnos, caer en trastornos y morir, y eso es todo.” Esta postura, la línea dura de 1a ciencia materialista, pasa por alto una gran parte de la naturaleza humana. Somos las únicas criaturas de la Tierra que pueden cambiar su biología por lo que piensan y sienten. Poseemos el único sistema nervioso que tiene consciencia del fenómeno del envejecimiento. Los leones y los tigres viejos no se dan cuenta de lo que les pasa, pero nosotros si. Y como tenemos consciencia de las cosas, nuestro estado mental influye sobre aquello de lo que tenemos consciencia.
Seria imposible aislar un solo pensamiento, una sensación, una sola creencia o supuesto que no tenga algún efecto sobre el envejecimiento, directa o indirectamente. Nuestras células escuchan constantemente a nuestros pensamientos y se ven cambiadas por ellos. Un ataque de depresión puede causar desastres en el sistema inmunológico; enamorarse puede fortalecerlo. La desesperación y la falta de esperanzas aumentan el riesgo de sufrir ataques cardiacos o contraer un cáncer, acortando así la vida. El gozo y la satisfacción nos mantienen saludables y prolongan la vida. Esto significa que no es posible trazar con certeza la línea entre biología y psicología. El recuerdo de una tensión, que es sólo una brizna de pensamiento, libera el mismo torrente de hormonas destructivas que la tensión en sí.
Como la mente influye sobre todas las células del cuerpo, el envejecimiento humano es fluido y cambiante; puede acelerarse, demorarse. detenerse un tiempo y hasta revertirse. Cientos de descubrimientos científicos de las tres últimas décadas han verificado que el envejecimiento depende del individuo en un grado mucho mayor del que se ha soñado nunca.
Sin embargo, el descubrimiento más significativo no se encuentra en los hallazgos aislados, sino en una visión del mundo completamente nueva. Los diez supuestos del antiguo paradigma no describen acertadamente nuestra realidad. Son invenciones de la mente humana que hemos convertido en reglas. Para desafiar el envejecimiento en su centro mismo, es preciso desafiar primero toda esta visión del mundo, pues nada tiene más poder sobre el cuerpo que las creencias de la mente.
Cada supuesto del antiguo paradigma se puede reemplazar con una versión más completa y expandida de la verdad. Estos nuevos supuestos son también sólo ideas creadas por la mente humana, pero nos otorgan mucha más libertad y poder. Nos brindan la capacidad de reescribir el programa de envejecimiento que ahora dirige nuestras células.
Los diez supuestos nuevos son:
1.- El mundo físico, incluidos nuestros cuerpos, es una reacción del observador. Creamos el cuerpo según creamos la experiencia de nuestro mundo,
2.- En su estado esencial, el cuerpo está compuesto de energía y de información, no de materia sólida. Esta energía e información es un afloramiento de infinitos campos de energía e información que abarcan el universo.
3.- La mente y el cuerpo son inseparablemente uno. La unidad que soy yo se separa en dos corrientes de experiencia. Experimento la corriente subjetiva como ideas, sentimientos y deseos. Experimento la corriente objetiva como mi cuerpo. Sin embargo, en un plano más profundo las dos corrientes se encuentran en una sola fuente creativa. Es a partir de esta fuente desde donde debemos vivir,
4.- La bioquímica del cuerpo es un producto de la consciencia. Creencias, pensamientos y emociones crean las reacciones químicas que sostienen la vida en cada célula. Una célula envejecida es el producto final de la consciencia que ha olvidado cómo mantenerse nueva.
5.- La percepción parece ser automática, pero en realidad es un fenómeno aprendido. El mundo en que vives, incluida la experiencia de tu cuerpo, está completamente inspirado en el modo en que aprendiste a percibirlo. Si cambias tu percepción, cambias la experiencia de tu cuerpo y de tu mundo.
6.- Hay impulsos de inteligencia que crean en tu cuerpo formas nuevas a cada segundo. Lo que tú eres equivale a la suma total de estos impulsos y, al cambiar sus esquemas, cambiaras tú.
7.- Aunque cada persona parezca separada e independiente, todos nosotros estamos conectados a patrones de inteligencia que gobiernan el cosmos entero. Nuestros cuerpos son parte de un cuerpo universal; nuestras mentes, un aspecto de la mente universal.
8.- El tiempo no existe como absoluto; sólo la eternidad. El tiempo es eternidad cuantificada, atemporalidad cortada por nosotros en fragmentos y trozos (segundos, horas, días, años). Lo que llamamos tiempo lineal es un reflejo de nuestro modo de percibir el cambio. Si pudiéramos percibir lo inmutable, el tiempo dejaría de existir tal como lo conocemos. Podemos aprender como empezar la metabolización de lo inmutable, la eternidad, lo absoluto. Al hacerlo estaremos listos para crear la fisiología de la inmortalidad.
9.- Cada uno de nosotros habita una realidad que se encuentra más allá de todo cambio. En lo más profundo de nosotros, sin que lo sepan los cinco sentidos, existe un intimo núcleo de ser, un campo de inmutabilidad que crea la personalidad, el yo y el cuerpo. Este ser es nuestro estado esencial; es quien realmente somos.
10.- No somos víctimas del envejecimiento, la enfermedad y la muerte. Estos son partes del escenario, no del espectador, que es inmune a cualquier forma de cambio. Ese espectador es el espíritu. la expresión del ser eterno.
Estos son vastos supuestos, factores de una nueva realidad, pero todos se basan en los descubrimientos de la física cuántica hechos hace casi cien años. Las semillas de este nuevo paradigma fueron plantadas por Einstein, Bohr, Heisenberg y los demás pioneros de la física cuántica, quienes comprendieron que el modo aceptado de ver el mundo físico era falso. Aunque las cosas de “allí fuera” parecen reales, no hay prueba de la realidad aparte del observador. No hay dos personas que compartan exactamente el mismo universo. Cada visión del mundo crea su propio mundo.
Quiero convencerte de que eres mucho más que tu limitado cuerpo, tu yo y tu personalidad. Las reglas de causa y efecto, tal como las aceptas, te han apretado en el volumen de un cuerpo y la duración de una vida. En realidad, el campo de la vida humana es abierto e ilimitado. En su plano más profundo, tu cuerpo carece de edad y tu mente, de tiempo. Una vez que te identifiques con esa realidad, que es consistente con la visión cuántica del mundo, el envejecimiento cambiará fundamentalmente.
Acabemos con la tiranía de los sentidos
¿ Por qué aceptamos algo como real ? Porque podemos verlo y tocarlo. Todo el mundo tiene un prejuicio en favor de las cosas que son reconfortantemente tridimensionales, tal como nos lo informan nuestros cinco sentidos. La vista, el oído, el tacto, el gusto y el olfato sirven para reforzar el mismo mensaje: las cosas son lo que parecen. Según esta realidad, la Tierra es plana. el suelo se mantiene estacionario bajo tus pies, el sol se eleva por el este y se pone por el oeste, todo porque así lo parece a los sentidos. Estos hechos fueron inmutables todo el tiempo que se aceptó sin cuestionamiento a los cinco sentidos.
Einstein comprendió que el tiempo y el espacio también son productos de nuestros cinco sentidos; vemos y tocamos cosas que ocupan tres dimensiones y experimentamos los hechos como si ocurrieran en orden de secuencia. Sin embargo, Einstein y sus colegas pudieron retirar esta máscara de apariencias. Reacomodaron el tiempo y el espacio en una nueva geometría que no tenía principio ni fin, bordes ni solidez. Cada partícula sólida del universo resultó ser un fantasmal manojo de energía que vibraba en un inmenso vacío.
El antiguo modelo del espacio-tiempo quedó hecho trizas, reemplazado por un atemporal y fluyente campo de transformación constante. Este campo cuántico no está separado de nosotros: es nosotros. Allí donde va la Naturaleza para crear estrellas, galaxias, quarks y leptones, tú y yo vamos para creamos a nosotros mismos. La gran ventaja de esta nueva visión del mundo es su inmensa creatividad: el cuerpo humano, como todo lo demás en el cosmos, es constantemente hecho de nuevo a cada segundo. Aunque tus sentidos informen que habitas en un cuerpo sólido en el tiempo y el espacio, ésta es sólo la capa más superficial de la realidad. Tu cuerpo es algo mucho más milagroso: un organismo fluyente, potenciado por millones de años de inteligencia. Esa inteligencia está dedicada a supervisar el cambio constante que tiene lugar dentro de ti. Cada célula es una terminal en miniatura conectada al ordenador cósmico.
Desde esta perspectiva, apenas parece posible que los seres humanos puedan envejecer. Por débil e indefenso que parezca un bebé recién nacido, tiene una estupenda defensa contra los estragos del tiempo. Si el bebé pudiera conservar su estado de inmunidad casi invulnerable, todos viviríamos por lo menos doscientos años, según calculan los fisiólogos. Si el bebé pudiera conservar sus relucientes arterias, flexibles como la seda, el colesterol no hallaría dónde alojarse y las enfermedades cardiacas serian desconocidas. Cada una de los cincuenta billones de células de un recién nacido es límpida como una gota de lluvia, sin rastros de desechos tóxicos; esas células no tienen motivo para envejecer, porque dentro de ellas nada ha comenzado a desordenar su perfecto funcionamiento. Sin embargo, las células del bebé no son nuevas, en realidad: los átomos que contienen han estado circulando por el cosmos durante miles de millones de años. Pero el bebé es nuevo merced a una inteligencia invisible que se ha unido para modelar una forma de vida única. El campo atemporal ha inventado un nuevo paso de baile: los ritmos palpitantes de un cuerpo recién nacido.
El envejecimiento es una máscara de la pérdida de esta inteligencia. La física cuántica nos dice que no hay final para la danza cósmica: el campo de energía e información universal nunca deja de transformarse, tomándose nuevo a cada instante. Nuestros cuerpos obedecen a ese mismo impulso creativo. A cada segundo, en cada célula se producen aproximadamente seis billones de reacciones. Si alguna vez se detuviera esa corriente de transformación, tus células caerían en el desorden, que es sinónimo de envejecimiento.
El pan de ayer se vuelve rancio porque está allí, presa de la humedad, los hongos, la oxidación y varios procesos químicos destructivos. Un barranco de tiza se desmorona con el tiempo porque el viento y la lluvia lo castigan. sin que él tenga poder para reconstruirse. Nuestros cuerpos también soportan el proceso de oxidación y el ataque de hongos y gérmenes diversos; están expuestos al mismo viento, a la misma lluvia. Pero nosotros, a diferencia de la hogaza de pan o el barranco de tiza, podemos renovamos. Nuestros huesos no se limitan a acumular calcio, como la tiza: lo hacen circular. Constantemente entran a nuestros huesos nuevos átomos de calcio, que vuelven a salir para convertirse en parte de la sangre, la piel u otras células, según lo exijan las necesidades del cuerpo.
A fin de mantener la vida, tu cuerpo debe vivir en las alas del cambio. En este momento exhalas átomos de hidrógeno, oxígeno, carbono y nitrógeno que, apenas un instante antes, estaban encerrados en materia sólida; tu estómago, tu hígado, el corazón, los pulmones y el cerebro van desapareciendo en el aire, reemplazados tan rápida e incesantemente como se descomponen. La piel se renueva una vez al mes; el recubrimiento del estómago, cada cinco días; el hígado, cada seis semanas; el esqueleto, cada tres meses.
A simple vista, estos órganos parecen iguales en cada momento, pero están en flujo permanente. Hacia finales de este año, el 98 por ciento de los átomos de tu cuerpo habrán sido cambiados por otros nuevos.
Una enorme proporción de este cambio incesante obra en tu beneficio. Sólo una enzima entre millones reacciona con un aminoácido de un modo que no alcance la perfección; apenas una neurona entre miles de millones efectúa una mala descarga; en una hebra de ácido desoxirribonucleico. codificada con millones y más millones de informaciones genéticas, sólo una puede dejar de repararse correctamente cuando se produce un daño. Estos raros errores son imperceptibles y uno piensa que no tienen mucha importancia. El cuerpo humano es como un gran actor shakespeariano, capaz de representar mil veces a Hamlet y vacilar en una sola sílaba. Pero las grietas invisibles en la perfección del cuerpo tienen su importancia. La precisión de nuestras células va fallando en lenta proporción. Lo siempre nuevo se toma levemente menos nuevo. Y envejecemos.
A partir de los 30 años, al paso de tortuga de un 1 por ciento anual, el cuerpo humano medio empieza a descalabrarse: aparecen arrugas, la piel pierde su tono y su frescura, los músculos comienzan a aflojarse. En vez de indicar tres partes de músculo por una de grasa. las proporciones se van igualando: la vista y el oído disminuyen: los huesos se afinan y se toman quebradizos. La fuerza y la resistencia declinan sin pausa, con lo que nos es más difícil realizar el mismo trabajo que antes. Asciende la presión sanguínea y muchos elementos bioquímicos se apartan de sus niveles óptimos; el más preocupante para los médicos es el colesterol, que se eleva gradualmente con el correr de los años, marcando el insidioso avance de las dolencias cardiacas, que matan a más personas que ninguna otra enfermedad. En otros frentes, las mutaciones celulares comienzan a desmandarse, creando tumores malignos que atacan a una persona de cada tres, sobre todo después de los 65 años.
Con el tiempo, estos diversos «cambios de la edad», como los llaman los gerontólogos, ejercen una influencia masiva. Son las mil pequeñas olas que traen la marea de la vejez. Pero en cualquier momento dado, el envejecimiento sólo explica el 1 por ciento del total de cambios que se producen anualmente en tu cuerpo. En otras palabras: el 99 por ciento de la energía e inteligencia que te componen permanece sin tocar por el proceso de envejecimiento. Si tomamos el cuerpo como proceso, al eliminar este 1 por ciento de disfunción se acabaría con el envejecimiento. Pero ¿ cómo atacamos ese 1 por ciento ? Para responder a esto debemos hallar la llave de control que manipula la inteligencia interior del cuerpo.
La nueva realidad introducida por la física cuántica nos ha posibilitado, por primera vez, manipular la inteligencia invisible que subyace bajo el mundo visible. Einstein nos enseñó que el cuerpo físico, como todos los objetos materiales, es una ilusión: tratar de manipularlo puede ser como asir la sombra y pasar por alto la sustancia. El mundo invisible es el verdadero mundo: cuando estamos dispuestos a explorar los planos no vistos del cuerpo, podemos recurrir al inmenso poder creativo que yace en nuestra fuente. Permíteme expandirme sobre los diez principios del nuevo paradigma a la luz de ese potencial oculto que espera bajo la superficie de la vida.
1.- No hay un mundo objetivo independiente del observador
El mundo que aceptas como real parece tener cualidades definidas. Algunas cosas son grandes; otras, pequeñas: algunas cosas son duras; otras, blandas. Sin embargo, ninguna de estas cualidades tiene significado fuera de tu percepción. Toma un objeto cualquiera: una silla plegable, por ejemplo. Para ti la silla no es muy grande: para una hormiga, sin embargo, es inmensa. Para ti la silla es dura, pero un neutrino la atravesaría sin aminorar su marcha, porque para una partícula subatómica los átomos de la silla están separados por kilómetros enteros. La silla parece estar inmóvil, pero si la observaras desde el espacio exterior la verlas pasar girando, con todo lo que hay en la Tierra, a 1.600 kilómetros por hora. De igual modo, cualquier descripción que hagas de la silla se puede alterar por completo, simplemente cambiando tu percepción. Si la silla es roja, puedes hacer que parezca negra mirándola a través de un cristal verde. Si la silla pesa dos kilos y medio, puedes reducir su peso a un kilo poniéndola en la Luna o aumentarlo a cincuenta mil kilos poniéndola en el campo gravitatorio de una estrella densa.
Como no hay cualidades absolutas en el mundo material, es falso decir que existe siquiera un mundo independiente “allí fuera”. El mundo es un reflejo del aparato sensorial que lo registra. El sistema nervioso humano capta sólo una fracción insignificante, menos de una parte por mil millones, de la energía total que vibra en el medio. Otros sistemas nerviosos, tales como el de un murciélago o una serpiente, reflejan un mundo diferente que coexiste con el nuestro. El murciélago percibe un mundo de ultrasonido: la serpiente, un mundo de luz infrarroja, ambos ocultos para nosotros.
“Allí fuera” sólo hay, en realidad, datos sin forma, en estado bruto, esperando ser interpretados por ti, el que percibe. Tomas una “sopa cuántica en flujo, radicalmente ambigua”, como la llaman los físicos, y utilizas tus sentidos para congelar esa sopa en el mundo sólido tridimensional. Sir John Eccles, el eminente neurólogo británico, pincha la ilusión sensorial con una aseveración asombrosa, pero irrefutable: “Debéis comprender que no hay color en el mundo natural, ni sonido; nada de ese tipo: ni texturas, ni diseños, ni belleza ni aromas...” En pocas palabras, ninguno de los hechos objetivos en los que solemos basar nuestra realidad es fundamentalmente válido.
Por perturbador que esto pueda parecer, es una increíble liberación comprender que puedes cambiar tu mundo, incluido tu cuerpo, simplemente cambiando tu percepción. En este mismo instante, la percepción que tienes de ti mismo está causando cambios inmensos en tu cuerpo. Para dar un ejemplo: en Estados Unidos y en Inglaterra, la jubilación obligatoria a la edad de 65 años establece una fecha de corte arbitraria para la utilidad social. El día antes de cumplir los 65 años, un trabajador aporta a la sociedad su obra y su valor; el día después se convierte en uno de los que dependen de la sociedad. Desde el punto de vista médico, los resultados de este cambio perceptual pueden ser desastrosos. En los primeros años posteriores a la jubilación, el ataque cardiaco y el cáncer se elevan raudamente; una muerte prematura se adueña de hombres que eran saludables antes de jubilarse. La “muerte por retiro prematuro”, como se llama al síndrome, depende de la percepción de que se han terminado nuestros días útiles; esto es sólo una percepción, pero basada en quien la sostiene para crear enfermedad y muerte.
Por comparación, en aquellas sociedades que aceptan la vejez como parte de la trama social, los ancianos se mantienen sumamente vigorosos: levantan pesos, trepan y flexionan la espalda de un modo que no aceptamos como normal en nuestros mayores.
Si examinas las células viejas, como las que forman manchas parduscas en la piel, con un microscopio de alta potencia, la escena presenta la devastación de una zona en guerra. Por aquí y por allá corren vetas fibrosas: los depósitos de grasa y desechos metabólicos sin descartar forman feos terrones: esos pigmentos oscuros y amarillentos que llamamos lipofucina se han acumulado al punto de ensuciar entre un 10 y un 30 por ciento del interior de la célula.
Esta escena de devastación es creada por procesos subcelulares que han fallado: mas si miras con una lente menos materialista, verás que las células viejas son como mapas de la experiencia de una persona. Allí están impresas las cosas que te han hecho sufrir junto con las que te han proporcionado alegría. Las tensiones que olvidaste hace tiempo en el plano consciente siguen enviando señales, como microchips sepultados, y te causan ansiedad, nerviosismo, fatiga, aprensión, resentimientos, dudas, desilusiones; esas reacciones cruzan la barrera entre mente y cuerpo para convertirse en parte de ti. Los depósitos tóxicos acumulados en las células viejas no se presentan de modo uniforme: algunas personas adquieren muchos más que otras, aunque entre ellas exista poca diferencia genética. Por la época en que cumplas los 70 años, tus células tendrán un aspecto único, pues reflejarán las experiencias únicas que has procesado y metabolizado en tus tejidos y órganos.
El poder procesar las caóticas vibraciones en bruto de la “sopa cuántica”, convirtiéndolas en fragmentos de realidad significativos y ordenados, abre enormes posibilidades creativas. Sin embargo, estas posibilidades sólo existen cuando tienes consciencia de ellas. Mientras lees esto, una enorme porción de tu consciencia se dedica a crear tu cuerpo sin participación tuya. El que llamamos sistema nervioso autónomo o involuntario fue diseñado para manejar funciones que han escapado a tu consciencia. Si echaras a andar por la calle absorto en tus pensamientos, los centros involuntarios de tu cerebro no dejarían de lidiar con el mundo, alertas a cualquier peligro y preparados para activar instantáneamente la reacción.
Cien cosas a las que no prestas ninguna atención prosiguen sin pausa: respirar, digerir, crear células nuevas, reparar las viejas dañadas, purificar toxinas, mantener el equilibrio hormonal, convertir la energía acumulada de grasa en glucemia, dilatar las pupilas, subir y bajar la presión arterial, mantener la temperatura del cuerpo, balancearse al caminar, mover la sangre entre los grupos de músculos que hacen el mayor esfuerzo y percibir ruidos y movimientos en el ambiente circundante.
Estos procesos automáticos juegan un papel enorme en el envejecimiento, pues al envejecer declina nuestra capacidad de coordinar estas funciones. Una vida entera de existencia inconsciente conduce a numerosos deterioros: en cambio, una vida entera de participación consciente los previene. El mero acto de prestar atención consciente a las funciones corporales, en vez de dejarlas en piloto automático, cambiará tu modo de envejecer. Todas las funciones supuestamente involuntarias, desde el latir del corazón y el respirar hasta la digestión y la regulación de hormonas, se pueden tratar conscientemente. La era de la “biorrealimentación” y la meditación nos lo han enseñado: se ha instruido a pacientes, en laboratorios mente-cuerpo, para que bajen a voluntad su presión sanguínea o para que reduzcan las secreciones ácidas que provocan las úlceras, entre varias decenas de cosas. ¿Por qué no aplicar esta capacidad al proceso de envejecimiento? ¿Por qué no cambiar los viejos patrones de percepción por otros nuevos? Como ya veremos, abundan las técnicas para influir ventajosamente sobre el sistema nervioso involuntario.
2.- Nuestro cuerpo está compuesto de energia e información
Para transformar los patrones del pasado debes saber de qué están hechos. Tu cuerpo parece estar compuesto de materia sólida que se puede descomponer en moléculas y átomos, pero la física cuántica nos dice que cada átomo es en más del 99,9999 por ciento espacio vacío, y que las partículas subatómicas que se mueven a fulgurante velocidad por ese espacio son, en realidad, manojos de energía vibrante. Sin embargo, estas vibraciones no se producen al azar y sin significado: portan información. Así, un grupo de vibraciones es codificado como átomo de hidrógeno: otro, como oxigeno. Cada elemento es, de hecho, su propio código único.
Los códigos son abstractos: también lo son, en último término, nuestro cosmos y cuanto contiene. Si descomponemos la estructura física del cuerpo para llegar a su fuente última, nos veremos en un callejón sin salida, pues las moléculas ceden paso a átomos: los átomos, a partículas subatómicas, y estas partículas, a fantasmas de energía que se disuelven en un espacio vacío. Este vacio está misteriosamente impreso con información, aun antes de que se exprese información alguna. Así como en tu memoria existen, silenciosamente, miles de palabras sin que las pronuncies, así el campo cuántico contiene el universo entero de forma inexpresada: así ha sido desde la Gran Explosión, cuando millones de galaxias estaban comprimidas en un espacio millones de veces más pequeño que el punto con que acaba esta frase. Sin embargo, aun antes de ese punto infinitesimal, la estructura del universo existía de forma inmanifiesta.
La materia esencial del universo, incluido tu cuerpo, es no materia, pero no es no materia vulgar. Es no materia pensante. El vacío que existe dentro de cada átomo palpita de inteligencia invisible. Los genetistas localizan primariamente esa inteligencia dentro del ADN, pero sólo en aras de la conveniencia. La vida se despliega a medida que el ADN imparte su inteligencia codificada a su gemelo activo, el ácido ribonucleico. que a su vez entra en la célula e imparte fragmentos de inteligencia a miles de enzimas, las que luego usan sus fragmentos específicos de inteligencia para hacer proteínas. En cada punto de esta secuencia es preciso intercambiar energía e información: de lo contrario no se podría construir vida a partir de la materia inerte.
El cuerpo humano obtiene su energía primaria quemando azúcar, que es transportado a las células en forma de glucosa o glucemia. La estructura química de la glucosa se relaciona estrechamente con la de la sacarosa o azúcar común de mesa. Pero si quemas azúcar común no obtendrás las exquisitas y complejas estructuras de una célula viviente; sólo obtendrás un terrón chamuscado de ceniza, rastros de agua y dióxido de carbono en el aire.
El metabolismo es más que un proceso de combustión: es un acto inteligente. El mismo azúcar que permanece inerte en un cubo mantiene la vida con su energía, porque las células del cuerpo le infunden una nueva información. El azúcar puede aportar su energía a una célula del riñón, del corazón o del cerebro, por ejemplo. Todas estas células contienen formas de inteligencia completamente únicas: la contracción rítmica de una célula cardiaca se diferencia por completo de las descargas eléctricas de una célula cerebral o del intercambio de sodio de una célula renal.
Por maravillosa que sea esta riqueza de inteligencia diversa, en el fondo hay una sola inteligencia compartida por todo el cuerpo. Es el flujo de esa inteligencia lo que te mantiene vivo; cuando deja de fluir, en el momento de la muerte, todo el conocimiento depositado en tu ADN queda inutilizado. Al envejecer, este flujo de inteligencia se ve dificultado de varias maneras. La inteligencia específica de los sistemas inmunológico, nervioso y endocrino comienza a caer: los fisiólogos saben ahora que estos tres sistemas funcionan como controles principales del cuerpo. Las células inmunológicas y las glándulas endocrinas están equipadas con los mismos receptores de señales cerebrales que las neuronas; por lo tanto, son como una extensión del cerebro. Esto nos impide confinar la senectud a la materia gris; cuando se pierde inteligencia en el sistema inmunológico o en el endocrino, se infiltra la senectud en todo el cuerpo.
Como todo esto ocurre en un plano invisible e inmanifiesto, las pérdidas pasan desapercibidas hasta que llegan a una etapa muy avanzada y se expresan en un síntoma físico. Los cinco sentidos no pueden profundizar tanto como para experimentar los millones de intercambios cuánticos que crean el envejecimiento. La tasa de cambio es, a un tiempo. demasiado veloz y demasiado lenta: demasiado veloz, porque las reacciones químicas individuales requieren menos de una diezmilésima de segundo; demasiado lenta, porque su efecto acumulativo no se mostrará en años enteros. Estas reacciones involucran información y energía en una escala millones de veces más pequeña que un solo átomo.
El deterioro de la edad seria inevitable si el cuerpo fuera simplemente material, porque todas las cosas materiales son presa de la entropía, la tendencia de los sistemas ordenados a desordenarse. El ejemplo dásico de la entropía es un automóvil que se oxida en un basurero; la entropía descompone la ordenada maquinaria en óxido deshecho. No hay posibilidades de que el proceso funcione a la inversa, de que un montón de chatarra oxidada se recomponga en un auto nuevo. Pero la entropía no se aplica a la inteligencia: una parte invisible de nosotros es inmune a los estragos del tiempo. La ciencia moderna apenas comienza a descubrir las implicaciones de todo esto, pero ha sido impartido durante siglos mediante las tradiciones espirituales en las que los maestros han preservado la juventud del cuerpo hasta edad muy avanzada.
La India. China. Japón y. en menor proporción, el Occidente cristiano, han dado nacimiento a sabios que captaron su naturaleza esencial como flujo de inteligencia. Al preservar y nutrir ese flujo año tras año, superaron la entropía desde un plano más profundo de la Naturaleza. En la India, el flujo de inteligencia recibe el nombre de prana (generalmente traducido como “fuerza vital”), que puede aumentar y decrecer a voluntad, mover de un lado a otro y manipular a fin de mantener el orden y la juventud en el cuerpo físico. Como ya veremos, la capacidad de establecer contacto con el prana y utilizarlo está dentro de todos nosotros. Los yoguis mueven el prana sin utilizar otra cosa que la atención, pues, en un plano profundo, la atención y el prana son lo mismo: la vida es consciencia, la consciencia es vida.
3.- Mente y cuerpo son inseparablemente uno
La inteligencia es mucho más flexible que la máscara de material que la oculta. La inteligencia puede expresarse por igual como pensamiento o como molécula. Una emoción básica como el miedo se puede describir como sensación abstracta o como tangible molécula de la hormona adrenalina. Sin la sensación no hay hormona: sin la hormona no hay sensación. De la misma forma, no hay dolor sin las señales nerviosas que transmiten el dolor; no hay alivio para el dolor sin las endorfinas que se ajustan a los receptores del dolor para bloquear esas señales. La revolución que llamamos medicina mente-cuerpo se basó en este simple descubrimiento: dondequiera que va un pensamiento, un elemento químico lo acompaña. Este esclarecimiento se ha convertido en una herramienta poderosa que nos permite comprender, por ejemplo, por qué las viudas recientes tienen dos veces más probabilidades de desarrollar un cáncer de mama, o por qué las enfermedades son cuatro veces más probables en los depresivos crónicos. En ambos casos, los estados de aflicción mental se convierten en los bioquímicos que crean la enfermedad.
En mi práctica profesional puedo encontrarme con dos pacientes atacados de angina de pecho, ese típico dolor opresivo, sofocante, característico de la dolencia cardiaca. Un paciente podrá nadar, correr y hasta escalar montañas, ignorando totalmente su dolor o quizá sin sentirlo siquiera, mientras que el otro casi se desmaya de dolor con sólo levantarse del sillón.
Mi primer impulso será buscar una diferencia física entre ellos, pero puedo hallarla o no. Según los cardiólogos, hay dolor de angina cuando una de las tres arterias coronarias, al menos, está bloqueada en un 50 por ciento. Este bloqueo se presenta casi siempre bajo la forma de un ateroma, una lesión en la parte interior de la pared arterial, formada por células muertas, coágulos de sangre y placas grasas. Sin embargo, eso del 50 por ciento bloqueado es sólo una regla práctica. Algunos pacientes de angina quedan incapacitados por el dolor cuando sólo tienen una pequeña lesión en una sola arteria, que apenas obstruye el flujo sanguíneo: otros, en cambio, han corrido maratones pese a grandes bloqueos múltiples que afectaban hasta un 85 por ciento. Debería agregar que la angina de pecho no siempre es provocada por un bloqueo físico. Las arterias están rodeadas de una capa de células musculares que pueden sufrir espasmos y comprimir el vaso sanguíneo, cerrándolo, pero se trata de una reacción muy individual.
En términos de mente-cuerpo, mis dos pacientes expresan diferentes interpretaciones del dolor. Cada paciente imprime a su estado una perspectiva única: el dolor (o cualquier otro síntoma) emerge a la consciencia sólo después de interactuar con todas las influencias que operan en el sistema mente-cuerpo. No hay una sola respuesta para todos, ni siquiera para la misma persona en dos momentos distintos. Las señales de dolor son datos en bruto que pueden ser aplicados a muchos fines. El atletismo de alto esfuerzo, como la carrera de larga distancia, somete al atleta a un dolor que él interpreta como señal de logro (“El que quiera pez, que se moje los pies”); el mismo dolor, infligido en otras circunstancias, sería muy mal recibido. Los corredores admiran a los entrenadores que los empujan hasta el limite, pero tal vez detestarían un tratamiento semejante en el servicio militar.
La medicina apenas comienza a utilizar el vínculo mente-cuerpo para curar: la derrota del dolor es un buen ejemplo. Mediante el suministro de un placebo o droga inocua, el 30 por ciento de los pacientes experimenta el mismo alivio frente al dolor que el que habrían sentido si hubieran tomado un verdadero calmante. Pero el efecto mente-cuerpo es mucho más sagrado. La misma píldora inocua se puede utilizar para calmar el dolor, para impedir las secreciones gástricas excesivas en los enfermos de úlcera, para bajar la presión arterial o combatir los tumores. Se pueden inducir todos los efectos colaterales de la quimioterapia. incluyendo la pérdida de pelo y las náuseas, si suministramos a los cancerosos una píldora de azúcar y les aseguramos que se trata de una poderosa droga anticancer. Existen casos en que simples inyecciones de solución salina estéril han llevado a la remisión de tumores malignos avanzados.
Como la misma píldora inerte puede provocar respuestas tan distintas, debemos llegar a la conclusión de que el cuerpo es capaz de producir cualquier respuesta bioquimica, una vez que la mente recibe la sugerencia adecuada. La píldora en sí carece de significado: el poder que activa el efecto placebo es el poder de la sugestión por sí solo. Esta sugestión se convierte luego en la intención del cuerpo de curarse. Entonces. ¿por qué no saltear el engaño de la píldora de azúcar para ir directamente a la intención? Si pudiéramos activar efectivamente la intención de no envejecer, el cuerpo la llevaría a cabo de manera automática.
Contamos con pruebas muy excitantes para demostrar que esa posibilidad existe. Una de las enfermedades más temidas de la vejez es el mal de Parkinson, dolencia neurológica que provoca movimientos musculares incontrolables y un drástico retardo de las acciones corporales, tales como caminar; con el tiempo el cuerpo se pone tan rígido que el paciente no puede moverse en absoluto. Se ha identificado el origen del Parkinson en un inexplicable agotamiento de un elemento químico cerebral de importancia crítica llamado dopamina. Pero también existe un mal de Parkinson simulado, que ocurre cuando las células cerebrales que producen la dopamina han sido destruidas químicamente por ciertas drogas. Imaginemos a un paciente afectado por este tipo de Parkinson en una etapa avanzada de inmovilización. Si trata de caminar, sólo dará uno o dos pasos antes de detenerse, tieso como una estatua.
Sin embargo, si trazamos una línea en el suelo y le decimos: “Crúcela”, esa persona podrá caminar hasta cruzarla milagrosamente. Pese a que la producción de dopamina es completamente involuntaria y su provisión parece exhausta (como lo demuestra el hecho de que su cerebro no pueda ordenar a los músculos de las piernas dar un paso más), con la sola intención de caminar el cerebro despierta. Esa persona puede petrificarse otra vez después de unos pocos segundos, pero una vez más, si le pedimos que franquee una línea imaginaria, el cerebro volverá a responder. Por extensión, la invalidez y la inactividad que presentan muchos ancianos es sólo un estado latente. Al renovar sus intenciones de llevar una vida activa y útil, muchos ancianos pueden mejorar drásticamente su capacidad motriz, su fuerza, su agilidad y la rapidez mental.
La intención es parte activa de la atención: es la manera de convertir los procesos automáticos en conscientes. Utilizando simples ejercicios de mente-cuerpo, casi cualquier paciente puede aprender, en pocas sesiones, a convertir un ritmo cardiaco precipitado, un jadeo asmático o la ansiedad flotante en una reacción más normal. Lo que parece fuera de control puede ser controlado mediante la técnica adecuada. Las implicaciones para el envejecimiento son enormes. Al insertar una intención en los procesos de pensamiento tal como: “Quiero mejorar todos los días mi energía y mi vigor”, puedes comenzar a ejercer control sobre esos centros cerebrales que determinan cuánta energía se expresará en la actividad. La declinación del vigor en la ancianidad se debe, mayormente, a que la gente espera declinar. Sin desearlo, han implantado una intención derrotista bajo la forma de una potente creencia, y el vinculo mente-cuerpo cumple automáticamente esta intención.
Nuestras intenciones pasadas crean programas obsoletos que parecen tener dominio sobre nosotros. En verdad, el poder de la intención se puede despertar de nuevo en cualquier momento. Mucho antes de envejecer, puedes evitar esas pérdidas si programas tu mente para mantenerte joven, utilizando el poder de tu intención.
4.- La bioquimica del cuerpo es un producto de la consciencla
Una de las mayores limitaciones del antiguo paradigma era el supuesto de que nuestra consciencia no desempeña ningún papel en cuanto a explicar lo que nos está ocurriendo en el cuerpo. Sin embargo, no se puede entender la curación de una persona a menos que se entiendan también sus creencias, supuestos, expectativas y la imagen que tiene de si misma. Aunque la imagen del cuerpo como máquina sin mente continúa dominando la corriente principal de la medicina occidental, existen incuestionables evidencias que demuestran lo contrario. Se puede demostrar que las tasas de muerte por cáncer y enfermedades cardiacas son más altas entre las personas que padecen tensiones psicológicas, y más bajas entre quienes tienen un fuerte sentido de resolución y bienestar.
Uno de los estudios médicos más divulgados en los últimos años es el realizado por David Spiegel, psiquiatra de Stanford. quien se propuso demostrar que el estado mental de los pacientes no influía en el hecho de que sobrevivieran o no al cáncer. Como tantos facultativos, pensaba que asignar importancia a las creencias y actitudes del paciente haría más mal que bien, pues la idea de “yo me provoqué el cáncer” originaria sentimientos de culpa y auto reproche. Spiegel tomó a ochenta y seis mujeres con cáncer de mama avanzado (enfermas a las que. básicamente, no se podia ayudar con tratamientos convencionales) y brindó a la mitad de ellas sesiones semanales de psicoterapia, combinadas con lecciones de auto hipnosis. Bajo cualquier criterio, esto representa una intervención minima; ¿qué podia hacer una mujer en una hora de terapia por semana, tiempo que debía compartir con varias pacientes más, para combatir una enfermedad que es inevitablemente fatal en etapas avanzadas? La respuesta parecía obvia.
Sin embargo, después de seguir a las pacientes durante diez años. Spiegel quedó atónito al descubrir que el grupo sometido a terapia sobrevivió, en término medio, el doble que el otro grupo. Más revelador aún era el hecho de que, a esa tardia fecha, sólo quedaran tres mujeres con vida, todas ellas del grupo de terapia. Este estudio es asombroso porque el investigador no esperaba descubrir efecto alguno. Pero otros investigadores aportaron una década de hallazgos similares. Un meticuloso estudio realizado por Yale en 1987, según el informe de M. R. Jensen, descubrió que el cáncer de mama se extendía con mayor celeridad entre las mujeres de personalidad reprimida, carentes de esperanzas e incapaces de expresar enojo, miedo y otras emociones negativas. Han surgido descubrimientos similares sobre la artritis reumatoidea, el asma, el dolor intratable y otras dolencias.
Dominados por el paradigma antiguo, los médicos tienen prejuicios contra esos resultados. Tal como señala Larry Dossey en su esclarecido libro Medicine and Meaning (Medicina y Significado ): “El mensaje dominante, que se predica incesantemente en las páginas editoriales de las publicaciones médicas y en las aulas de las universidades, es que "la biología inherente a la enfermedad" tiene una importancia abrumadora, mientras que sentimientos, emociones y actitudes son simples compañeros de viaje.”Lo que nos enseña el nuevo paradigma es que las emociones no son hechos fugaces, aislados en el espacio mental; son expresiones de la consciencia, materia fundamental de la vida. En todas las tradiciones religiosas, el aliento de la vida es el espíritu. Elevar o bajar el espíritu a alguien significa algo fundamental que el cuerpo debe reflejar.
La consciencia marca una enorme diferencia en el envejecimiento, pues, aunque toda especie de vida superior envejece, sólo los humanos sabemos lo que nos pasa, y traducimos este conocimiento en decadencia misma. El miedo a la vejez te hace envejecer más aprisa; aceptarla con gracia, en cambio, aleja de tu puerta a muchas miserias, tanto físicas como mentales. El dicho del sentido común “Eres tan viejo como crees serlo” tiene profundas implicaciones. ¿ Qué es un pensamiento ? Es un impulso de energía e información, como todo lo que existe en la Naturaleza. Los paquetes de información y energía que rotulamos árboles, estrellas, montañas y océanos podrían ser considerados también pensamientos de la Naturaleza, pero nuestros pensamientos son diferentes en un aspecto importante. La Naturaleza queda varada con sus pensamientos una vez que sus patrones han sido establecidos: cosas tales como las estrellas y los árboles siguen un ciclo de crecimiento que pasa automáticamente por las etapas de nacimiento, desarrollo, decadencia y disolución.
Nosotros, en cambio no estamos varados en nuestro ciclo de vida: al tener consciencia, participamos en todas las reacciones que se producen dentro de nosotros. Los problemas surgen cuando no nos reconocemos responsables de lo que hacemos. En su libro The Holographic Universe ( El Universo Holográfico»). Michael Talbot traza una brillante comparación con el rey Midas. Como todo lo que tocaba se convertía en oro, Midas nunca pudo conocer la verdadera textura de nada. Agua, trigo, carne o plumas. todo se convertía en el mismo metal duro en cuanto él lo tocaba, ( y murió de hambre…). De igual manera, como nuestra consciencia convierte el campo cuántico en realidad material común, no podemos conocer la verdadera textura de la realidad cuántica en sí, ni por medio de nuestros cinco sentidos ni pensando en ello, pues un pensamiento también transforma el campo: toma las infinitas posibilidades del vacío y da forma a un hecho específico del espacio-tiempo.
Lo que llamas tu cuerpo es también un hecho específico del espacio-tiempo, y al experimentar su materialidad pasas por alto el toque de Midas, que convierte el potencial abstracto puro en algo sólido. A menos que cobres “consciencia de la consciencia” jamás podrás sorprenderte a ti mismo en el acto de la transformación.
5.- La percepción es un fenómeno aprendido
El poder de la consciencia no cambiaría en nada nuestra vida si la Naturaleza nos hubiera provisto a todos con las mismas respuestas ante la experiencia. Obviamente no es así: no hay dos personas que compartan la misma percepción de nada. La cara de la persona que amas puede ser la cara de mi peor enemigo: la comida que te despierta apetito puede provocarme náuseas. Estas respuestas personales deben ser aprendidas; allí es donde se originan las diferencias. El aprendizaje es un uso muy activo de la mente, que lleva a cambios muy activos del cuerpo. Las percepciones de amor, odio, placer y náusea estimulan el cuerpo en direcciones sumamente distintas. En pocas palabras, nuestro cuerpo es el resultado físico de todas las interpretaciones que hemos aprendido a hacer desde que nacimos.
Algunos pacientes sometidos a trasplante de órganos relatan experiencias extrañas después de recibir un riñón, un hígado o un corazón donado. Sin saber quién era el donante, comienzan a participar de sus recuerdos. Cuando se colocan los tejidos de una persona dentro de un extraño, se comienzan a liberar asociaciones que pertenecían a otro. En un caso de trasplante de corazón, la mujer despertó con antojo de cerveza y pollo de McDonald's; eso la sorprendió, porque nunca antes había deseado esas cosas.
Cuando comenzó a tener sueños misteriosos, en los que se le presentaba un joven llamado Timmy, rastreó al donante de su nuevo corazón, que resultó ser la víctima de un accidente de tránsito. Al ponerse en contacto con su familia, descubrió que la víctima era un joven llamado Timmy. La mujer quedó estupefacta al descubrir que el joven tenía predilección por la cerveza y que había muerto al volver a su casa desde un local de McDonald's.
En vez de buscar una explicación sobrenatural para estos incidentes, podríamos ver en ellos la confirmación de que nuestro cuerpo está hecho de experiencias transformadas en expresión física. Como la experiencia es algo que incorporamos (literalmente “convertimos en cuerpo”) nuestros recuerdos se han infiltrado en nuestras células; por ende, recibir las células de otro es recibir al mismo tiempo sus recuerdos.
Tus células procesan constantemente la experiencia y la metabolizan según tus criterios personales. No te limitas a absorber datos crudos por los ojos y los oídos y a sellarlos con un juicio, sino que te conviertes físicamente en la interpretación, al interiorizarla. Quien está deprimido por haber perdido su empleo proyecta tristeza en todo su cuerpo: la producción de neurotransmisores del cerebro se agota, bajan los niveles de hormonas, se interrumpe el ciclo del sueño, los receptores neuropéptidos de la superficie exterior de las células epiteliales se distorsionan, las placas de la sangre se toman más pegajosas y propensas a aglutinarse: hasta sus lágrimas contienen rastros químicos diferentes de las lágrimas de alegría.
Todo este perfil bioquímico se altera dramáticamente cuando esa persona halla un nuevo empleo y, si es más satisfactorio, su producción de neurotransmisores. hormonas, receptores y todos los otros bioquímicos vitales hasta el mismo ADN - empieza a reflejar ese súbito giro favorable. Aunque damos por supuesto que el ADN es un depósito cerrado de información genética. su gemelo activo, el ARN, responde a la existencia cotidiana. Los estudiantes de medicina, en tiempos de exámenes, presentan una producción reducida de interleukina 2. elemento critico en la respuesta inmunológica que combate el cáncer. La producción de interleukina 2 está bajo el control del mensajero ARN, lo cual significa que el nerviosismo del estudiante por aprobar sus exámenes habla directamente a sus genes.
Este punto refuerza la gran necesidad de utilizar nuestra consciencia para crear los cuerpos que en verdad deseamos. El nerviosismo por un examen de medicina pasa tarde o temprano, como pasa la depresión por un empleo perdido, pero el proceso de envejecimiento debe ser contrarrestado todos los días. Tu interpretación de cómo envejeces es crítica para lo que ocurra en las próximas cuatro, cinco o seis décadas. En términos neurológicos, una señal cerebral es sólo una serie de fluctuaciones de energía. Si estás en coma, estas señales no tienen significado; si estás alerta y consciente, las mismas señales se abren a infinitas interpretaciones creativas. Shakespeare no hacia metáforas cuando escribió la frase de Próspero: “Somos la materia de la que están hechos los sueños.” El cuerpo es como un sueño manifiesto, una proyección tridimensional de señales cerebrales, que se transforman en el estado que llamamos “real”.
El envejecimiento no es sino una serie de transformaciones mal orientadas, procesos que deberían mantenerse estables, equilibrados y en renovación, pero que se desvían de su curso debido. Esto se presenta como cambio físico; sin embargo, lo que en realidad ha ocurrido es que tu consciencia (no importa si en tu mente o en tus células) se desvió primero. Al tomar consciencia de cómo se produjo ese error, puedes poner nuevamente en línea la bioquímica de tu cuerpo. No hay bioquímica fuera de la consciencia; cada célula de tu cuerpo tiene perfecta consciencia de lo que piensas y sientes sobre ti mismo. Una vez que aceptas ese hecho, desaparece toda ilusión de ser víctima de un cuerpo sin mente, que se degenera al azar.
6.- Hay impulsos de inteligencia que crean constantemente el cuerpo en nuevas formas cada segundo
Crear el cuerpo en formas nuevas es necesario a fin de satisfacer las cambiantes exigencias de la vida. La visión que un niño tiene de la realidad, por ejemplo, contiene mucho que no es familiar; hasta que aprenda más sobre el mundo, su cuerpo se expresa en una conducta inexperta y mal coordinada. A los tres meses de edad, el bebé no puede diferenciar entre una escalera y la pintura de una escalera. Su cerebro no ha captado lo que es la ilusión óptica. Hacia los seis meses su realidad ha cambiado: a esa edad los bebés saben reconocer las ilusiones ópticas; usando ese conocimiento, sus cuerpos pueden manejarse mejor en el espacio tridimensional. Los espejos dejan de parecer agujeros en la pared; se puede subir por las escaleras de verdad, pero no por las pinturas de escaleras; lo redondo es diferente de lo plano; etcétera. Ese cambio de percepción no es sólo mental: se ha logrado toda una manera nueva de usar los ojos y las manos: han sido afectadas las dimensiones físicas de diversos centros cerebrales para el reconocimiento de formas y la coordinación motriz.
Mientras en tu cerebro continúen entrando percepciones nuevas, tu cuerpo podrá responder de nuevas maneras. No hay secreto de juventud más poderoso. Tal como lo expresó sucintamente un paciente mío, de 80 años: “Cuando dejas de crecer, envejeces.” Los nuevos conocimientos, las habilidades nuevas, las nuevas maneras de mirar el mundo, mantienen en crecimiento a la mente y al cuerpo; mientras así sea, se expresa la tendencia natural de ser nuevo a cada segundo.
En el mundo cuántico el cambio es inevitable; el envejecimiento, no. La edad cronológica de nuestro cuerpo físico no viene al caso. El cincuentón más juvenil tiene moléculas cuya edad es la misma de las del cincuentón más envejecido. En ambos casos, la edad cronológica del cuerpo se podría establecer en cinco mil millones de años (edad de los diversos átomos), un año (el tiempo que tardan estos átomos en reemplazarse dentro de nuestros tejidos), o tres segundos (el tiempo que tarda una célula en revolver sus enzimas para procesar comida, aire y agua).
En verdad, tienes tanta edad como la información que gira a través de ti, y eso es una gran suerte. Puedes controlar el contenido de información del campo cuántico. Aunque existe cierta cantidad de información fija en los átomos de comida, aire y agua que constituyen cada célula, el poder de transformar esa información está sujeto al libre albedrío. Una cosa que puedes poseer sin limites en este mundo es tu interpretación de él. Existen notables casos médicos de niños pequeños, por ejemplo, que por sentirse muy carentes de amor dejaron de crecer. Este síndrome, llamado enanismo psicosocial, se presenta entre niños gravemente maltratados, que convierten su falta de amor y afecto en un agotamiento de la hormona del crecimiento, desafiando la suposición de que la hormona del crecimiento se libera según ritmos previamente programados que todo niño lleva impresos en su ADN. En estos casos, el poder de la interpretación se impone al sello genético, provocando un cambio en los campos de información del cuerpo.
De la auto interacción de una persona surgen interpretaciones que se experimentan como diálogo interno. Pensamientos, juicios y sensaciones giran sin cesar en la mente: “Esto me gusta, aquello no me gusta. A me da miedo, de B no estoy seguro», etcétera. El diálogo interno no es ruido mental al azar; lo generan en un plano profundo tus creencias y supuestos. Se define la creencia esencial como algo que das por cierto sobre la realidad; mientras te aferres a ella, tu creencia ajustará los campos de información de tu cuerpo a ciertos parámetros: percibirás algo como agradable o desagradable, aflictivo o gozoso, según cómo responda a tus expectativas.
Cuando cambia la interpretación de alguien, se produce también un cambio en su realidad. En el caso de los niños que sufren de enanismo psicosocial, ponerlos en un ambiente amoroso resulta más efectivo que administrarles hormonas de crecimiento (su creencia de que son indeseables e indignos puede ser tan potente que el cuerpo no crezca, aun cuando se le inyecten hormonas). Sin embargo, si los padres adoptivos amorosos pueden transformar la creencia esencial de los niños que se consideran indignos de amor, éstos responden con torrentes de hormonas de crecimiento, producidas naturalmente, y eso suele llevarlos a un estado normal de estatura, peso y desarrollo. Cuando se ven de otro modo, su realidad personal se altera en un plano fisiológico. He aquí una poderosa metáfora de cómo el miedo a envejecer y la profunda convicción de que estamos destinados a la decadencia puede transformarse en envejecimiento en si, como profecía auto cumplida generada por la imagen destructiva que tenemos de nosotros mismos.
Para escapar de esta prisión, necesitamos invertir las creencias basadas en el miedo. En vez de creer que el cuerpo decae con el tiempo, nutre la creencia de que tu cuerpo es nuevo a cada instante. En vez de creer que tu cuerpo es una máquina sin mente, nutre la creencia de que tu cuerpo está impregnado de la profunda inteligencia de la vida, cuya única finalidad es mantenerte. Estas nuevas creencias no son sólo más gratas: son ciertas; experimentamos el goce de la vida por medio del cuerpo, y por eso es natural creer que el cuerpo no se nos opone, sino que desea lo mismo que deseamos nosotros.
7.- Pese a la apariencia de ser individuos separados, todos estamos conectados con los modelos de inteligencia que gobiernan el cosmos
Tú y tu ambiente sois una sola cosa. Si te observas, percibirás que tu cuerpo cesa en cierto punto; está separado de la pared de tu cuarto o del árbol de la acera por un espacio vacío. Sin embargo, en términos cuánticos la distinción entre «sólido» y «vacío» es insignificante. Cada centímetro cúbico del espacio cuántico está lleno de una cantidad casi infinita de energía. y la más pequeña vibración es parte de vastos campos de vibración que abarcan galaxias enteras. En un sentido muy real, tu ambiente es tu cuerpo prolongado: con cada aliento inhalas cientos de millones de átomos exhalados ayer por alguien en China. Todo el oxigeno, el agua y la luz solar que te rodean son apenas distinguibles de lo que hay dentro de ti.
Si quieres, puedes experimentarle en estado de unidad con todo aquello que está en contacto contigo. En el estado de vigilia común, tocas una rosa con el dedo y la sientes sólida, pero en verdad un manojo de energía e información (tu dedo) entra en contacto con otro manojo de energía e información (la rosa).Tu dedo y la cosa que toca son sólo diminutos afloramientos del campo infinito que llamamos universo. Esta verdad inspiró a los antiguos sabios de la India, que declararon:
“Así como es el microcosmos, así es el macrocosmos. Así como es el átomo, así es el universo. Así como es el cuerpo humano, así es el cuerpo cósmico. Así como es la mente humana, así es la mente cósmica.”
No se trata sólo de enseñanzas místicas, sino de experiencias reales de quienes pudieron liberar su consciencia del estado de separación para identificarse, en cambio, con la unidad de todo. En la consciencia de unidad, personas, cosas y hechos de “allí fuera” se convierten todos en parte de tu cuerpo: de hecho, eres sólo un espejo de relaciones centradas en estas influencias. El famoso naturalista John Muir declaró: “Cada vez que tratamos de tomar algo por sí solo, lo encontramos amarrado a todo lo demás del universo.” Esto no debería ser una rara experiencia, sino el primer bloque en el edificio de todo lo que sabemos.
La posibilidad de experimentar la unidad tiene tremendas implicaciones en el envejecimiento, porque, cuando mantienes una interacción armoniosa con tu cuerpo prolongado, te sientes alegre, saludable y juvenil. “El miedo nace de la separación”, sostenían los antiguos sabios indios: con esta afirmación ahondaron profundamente en el porqué del envejecer. Al vernos como cosa aparte, creamos el caos y el desorden entre nosotros y las cosas de “allí fuera”. Provocamos guerras y destruimos el medio ambiente. La muerte, el estado final de separación, se cierne como temible ignoto: la perspectiva misma del cambio, que es parte de la vida, crea un temor pues connota pérdida indecible.
El miedo trae a la violencia como inevitable estela. Al estar separados de otras personas, cosas y hechos, queremos obligarlos a ser lo que deseamos. En la armonía no hay violencia. En vez de tratar ligeramente de controlar lo incontrolable, la persona en unidad aprende la aceptación, no porque sea preciso, sino porque en verdad hay paz y orden en si misma y en su cuerpo prolongado. Krishnamurti. el sabio moderno, llegó a ser un maravilloso nonagenario, siempre alerta, lleno de sabiduría y vitalidad nunca disminuida. Recuerdo haberlo visto subir brincando los peldaños de un estrado, cuando ya tenía 85 años. Me conmoví profundamente cuando una mujer que lo conocía desde hacia muchos años me dijo: “He descubierto una cosa en él: carece por completo de violencia.”
La visión cuántica del mundo no es espiritual en sus ecuaciones y postulados, pero Einstein y sus colegas compartían una reverencia mística por sus descubrimientos.
Niels Bohr comparó el aspecto ondular de la materia con la mente cósmica; al fin de su vida. Erwin Schródinger estaba convencido de que el universo en sí era una mente viva (haciéndose eco de Isaac Newton. quien sostenía que la gravedad y todas las otras fuerzas eran pensamientos en la mente de Dios). La verdad es que sondear en nuestro propio espíritu siempre lleva a los humanos a los limites del espíritu en su sentido más amplio. Al poner esta coincidencia en términos objetivos, el nuevo paradigma nos permite cruzar realmente el límite que en otros tiempos dividía mente, cuerpo y espíritu.
La transformación de separación a unidad, de conflicto a paz, es la meta de todas las tradiciones espirituales. “¿Acaso no vivimos en el mismo mundo objetivo?”, preguntó cierta vez un discípulo a su guru. ¡Sí ! respondió el maestro , pero tú te ves a ti mismo en el mundo y yo veo al mundo en mí mismo.” Ese pequeño cambio perceptual crea una enorme diferencia entre libertad y servidumbre.
Todos nosotros somos siervos del desorden que creamos al considerarnos separados y aislados. El perfecto ejemplo es la personalidad de tipo A, con su conducta extenuante y frustrada, con su eterna sensación de estar presionado por fechas tope. Ese tipo de persona, incapaz de relajarse con ninguna clase de aceptación, de dejarse llevar, alimenta sus dolores pasados convirtiéndolos en ira; este torbellino reprimido se proyecta en el medio como hostilidad, impaciencia, reproches y pánico no asumido. En su esfuerzo incesante por dominar a otros, esa persona reacciona ante las pequeñas tensiones con duras criticas contra sí misma y contra los otros. En la creación de tanto caos, la persona de tipo A, sobre todo si pertenece al mundo del comercio, se engaña pensando que está compitiendo con éxito. En realidad, su nivel de eficiencia es muy bajo y. al acumularse las frustraciones, la retroalimentación que esta personalidad recibe de su cuerpo prolongado crea más desastres dentro del cuerpo físico. Aumentan el colesterol y la presión arterial; el corazón se ve sujeto a innecesarias tensiones, con lo que crece gravemente el riesgo de una apoplejía o de un ataque cardiaco fatal.
El tipo A es un ejemplo extremo del daño que se produce al no interactuar armoniosamente con el propio cuerpo prolongado. Como vemos, la tensión que percibimos en el medio se relaciona directamente con casi todos los cambios relacionados con la edad que atacan a todos. Lo que nos envejece no es tanto la tensión como la “percepción” de la tensión. Quien no ve al mundo de “allí fuera” como amenaza puede coexistir con el medio, libre de los daños causados por la respuesta a las tensiones. En muchos sentidos, lo más importante que se puede hacer para experimentar un mundo sin envejecimiento es alimentar el conocimiento de que el mundo es uno mismo.
8.- El tiempo no es absoluto. la realidad subyacente de todas las cosas es eterna. y lo que llamamos tiempo es, en realidad, eternidad cuantificada
Aunque nuestro cuerpo y todo el mundo físico son un despliegue de cambio constante, la realidad es más que el proceso. El universo nació y se desarrolla. Cuando nació surgieron la existencia, el tiempo y el espacio. Antes del momento de la Gran Explosión, el tiempo y el espacio no existían tal como los conocemos. Sin embargo, para la mente racional es casi imposible formularse preguntas tales como: “¿Qué había antes del tiempo?” y “¿Qué puede ser más grande que el espacio?” El mismo Einstein, cuando elaboraba en su juventud los principios cuánticos por primera vez, retenía la antigua idea, abrazada por Newton, de que el universo era estable, de que el tiempo y el espacio eran constantes eternas, que nunca habían nacido y jamás morirían.
Esta versión estable de la realidad sigue siendo la que nos brindan nuestros cinco sentidos. No se puede ver ni sentir el tiempo cuando se acelera o se retarda, aun cuando Einstein demostró que así actúa el tiempo: no se puede sentir el espacio cuando se expande o se contrae, aunque también eso es parte de un universo rítmico. Para ir más allá, imaginar esas regiones sin dimensión donde nacen el tiempo y el espacio requiere un cambio radical en la percepción. Este cambio se nos impone porque el universo debe tener algún tipo de fuente atemporal... y lo mismo vale para nosotros.
Consideramos que existimos en el tiempo porque el cuerpo está compuesto de cambio: para cambiar, es preciso tener un flujo o secuencia. En esta secuencia existe un antes y un después: antes de este aliento hubo un último aliento, después de este latido vendrá el latido próximo. Pero teóricamente, si dispusiéramos del tiempo y el equipo necesarios, se podría hacer un electrocardiograma de todos los latidos que tuvo un corazón en su existencia y, con el gráfico en la mano, tendríamos pasado, presente y futuro contenidos en un mismo lugar. Podríamos mirarlo en posición invertida o de atrás hacia delante: podríamos plegarlo por la mitad, para que el último latido y el primero estuvieran el uno junto al otro
Este tipo de manipulación es lo que revela la física cuántica sobre los hechos más básicos del espacio tiempo en la Naturaleza. Cuando dos partículas intercambian estados de energía, pueden moverse hacia atrás en el tiempo con tanta facilidad como hacia delante: las cosas que ocurrieron en el pasado se pueden alterar por hechos de energía en el futuro. Toda la noción del tiempo como flecha disparada inexorablemente hacia delante ha quedado para siempre hecha trizas en las complejas geometrías del espacio cuántico, donde hebras y curvas multidimensionales llevan el tiempo hacia todos lados y hasta lo detienen.
El único absoluto que nos resta es lo atemporal. pues ahora comprendemos que nuestro universo entero es sólo un incidente que brota de una realidad mayor. Lo que percibimos como segundos, minutos, horas, días y años son trozos cortados de esa realidad mayor. A ti, el perceptor, te corresponde cortar lo atemporal del modo que desees: tu consciencia crea el tiempo que experimentas. Quien experimenta el tiempo como un articulo escaso que se escapa sin cesar crea una realidad personal muy diferente de la que crea quien percibe tener todo el tiempo del mundo. ¿Pasas el día presionado por la falta de tiempo? ¿Padeces esos síntomas de pánico y ahogo que provoca «la enfermedad del tiempo». traducida por el cuerpo en ritmo cardiaco acelerado o irregular, ritmos digestivos distorsionados, insomnio y alta presión sanguínea? Estas diferencias individuales expresan nuestra manera de percibir el cambio, pues la percepción del cambio crea nuestra experiencia del tiempo.
Cuando fijas tu atención en el pasado o en el futuro, estás en el. campo del tiempo, creando envejecimiento. Un maestro indio, que parecía notablemente joven para su edad, explicó esto diciendo: “La mayoría pasa la vida en el pasado o en el futuro, pero mi vida está supremamente concentrada en el presente.” Cuando una vida se concentra en el presente es más real, porque el pasado y el futuro no la afectan. En este momento, ¿dónde están el pasado y el futuro? En ninguna parte. Sólo existe el momento presente: pasado y futuro son proyecciones mentales. Si puedes liberarte de estas proyecciones, sin tratar de revivir el pasado ni de dominar el futuro, se abre un espacio para una experiencia completamente nueva: la experiencia del cuerpo sin edad y la mente sin tiempo.
Es de una gran importancia poder identificarse con una realidad que no esté limitada por el tiempo; de lo contrario no hay forma de escapar a la decadencia que el tiempo trae inevitablemente. Un simple ejercicio de mente-cuerpo te permitirá captar un atisbo de la atemporalidad: elige un momento del día en que te sientas relajado y sin presiones. Siéntate tranquilamente en una silla cómoda y quítate el reloj, dejándolo a mano para que puedas consultarlo fácilmente sin necesidad de recogerlo ni de mover mucho la cabeza. Ahora cierra los ojos y toma consciencia de tu respiración. Deja que tu atención siga la corriente del aliento que entra en tu cuerpo y sale de él. Imagina que todo tu cuerpo se alza y cae con el flujo de cada aliento. Al cabo de uno o dos minutos sentirás que el calor y la relajación invaden tus músculos.
Cuando te sientas muy asentado y sereno por dentro, abre lentamente los ojos y echa un vistazo al segundero de tu reloj. ¿Qué hace? Según tu grado de relajación, el segundero se comportará de maneras diferentes. Para algunas personas se habrá detenido por entero, efecto que durará entre uno y hasta tres segundos. Para otros, la manecilla vacilará medio segundo, para luego volver de un salto a su marcha normal. Otros verán que se mueve, pero a un paso más lento que el habitual. A menos que hayas intentado este pequeño experimento, parece muy improbable, pero una vez que hayas pasado por la experiencia de ver detenerse un reloj no volverás a dudar de que el tiempo es producto de la percepción. El único tiempo existente es el que capta tu consciencia.
Puedes aprender a llevar tu consciencia a voluntad a la región de atemporalidad. Para dominar esta experiencia, la meditación es la técnica clásica. En la meditación, la mente activa se retira hacia su fuente: así como el universo cambiante debió de tener una fuente más allá del cambio, tu mente, con su incansable actividad, surge de un estado de consciencia más allá del pensamiento, de la sensación, de las emociones, del deseo y la memoria. Se trata de una experiencia personal profunda. En el estado de atemporalidad o consciencia trascendente, experimentas la sensación de plenitud. En vez de cambio, pérdida y decadencia, hay estabilidad y satisfacción. Sientes que el infinito está en todas partes. Cuando esta experiencia se convierte en realidad, desaparecen los miedos asociados con el cambio; la fragmentación de la eternidad en segundos. horas, días y años se toma secundaria, y primaria la perfección de todo momento.
Ahora que la meditación ha entrado en la experiencia cultural de Occidente, los investigadores han aplicado mediciones científicas a la experiencia subjetiva del silencio, la plenitud y la eternidad. Han descubierto que el estado fisiológico de los meditadores sufre cambios definidos hacia un funcionamiento más eficiente. Cientos de hallazgos individuales demuestran un ritmo respiratorio más lento, una reducción en el consumo de oxígeno y un ritmo metabólico disminuido. En cuanto al envejecimiento, la conclusión más significativa es que se revierte el desequilibrio hormonal asociado con el estrés, del cual sabemos que acelera el proceso de envejecimiento. Esto, a su vez, retarda y hasta revierte el proceso de envejecimiento, según mediciones de diversos cambios biológicos asociados con la decadencia. Por mi experiencia con estudios de personas que practicaban la meditación trascendental, se ha establecido que quienes han meditado mucho tiempo pueden presentar una edad biológica entre cinco y doce años menor que su edad cronológica.
El aspecto más fascinante de esta investigación, que se prolonga desde hace más de dos décadas, es que el proceso biológico del envejecimiento en sí no necesita ser manipulado; se pueden alcanzar los resultados deseados sólo por medio de la consciencia. En otras palabras. la meditación altera el marco de referencia que brinda a la persona su experiencia del tiempo. En un plano cuántico, los hechos físicos del espacio tiempo, tales como el ritmo cardiaco y los niveles hormonales, se pueden afectar simplemente llevando la mente a una realidad donde el tiempo no ejerce un mando tan poderoso. El nuevo paradigma nos demuestra que el tiempo tiene muchos planos y que todos están a nuestra disposición en nuestra propia consciencia.
9.- Todos habitamos una realidad de no cambio. que yace mas allá de todo cambio. La experiencia de esta realidad pone el cambio bajo nuestro dominio
Por el momento, la única fisiología que puedes sostener se basa en el tiempo. Sin embargo, el hecho de que el tiempo esté ligado con la consciencia implica que podrías sostener un estilo de funcionamiento muy diferente: la fisiología de la inmortalidad, que correspondería a la experiencia del no cambio. El no cambio no se puede crear como producto del cambio. Requiere salir de la consciencia ligada con el tiempo para pasar a la consciencia atemporal. Este movimiento tiene muchas gradaciones. Por ejemplo: si estás muy escaso de tiempo en tu trabajo, la reacción de tu cuerpo a la presión no es automática; algunas personas florecen bajo la presión del tiempo, utilizándola para alimentar su creatividad y su energía, mientras que otras se ven derrotadas por ella, pierden el incentivo y sienten una carga que no les dará satisfacción comparada con el estrés que les provoca.
La persona que responde con creatividad ha aprendido a no identificarse con la presión del tiempo; la ha trascendido, al menos en parte, a diferencia de quien se siente constreñido por el estrés. Para ésta la identificación con el tiempo se ha tornado abrumadora: no puede escapar del tictac del reloj interno; su cuerpo no puede sino reflejar su estado anímico. De varias maneras sutiles, nuestras células se ajustan constantemente a nuestra percepción del tiempo: un biólogo diría que hemos encadenado, o trabado en secuencia, una serie de procesos que abarcan millones de acontecimientos relacionados con la mente y el cuerpo.
Es importantísimo comprender que se puede llegar a un estado donde se puedan realinear los procesos ligados con el tiempo. Lo demuestra una simple analogía: observa tu cuerpo físico como si fuera un registro de señales intercambiadas entre tu cerebro y todas las células. El sistema nervioso que establece las clases de mensajes enviados, funciona como software del cuerpo: la mirlada de diferentes hormonas. neurotransmisores y otras moléculas mensajeras son la información que se procesa mediante el software. Todo esto constituye la programación visible de tu cuerpo. Pero ¿dónde está el programador? No es visible, pero debe de existir.
A cada segundo se toman miles de decisiones en el sistema mente-cuerpo, incontables elecciones que permiten a tu fisiología adaptarse a las exigencias de la vida.
Si estando en la India veo una cobra en el sendero y salto hacia atrás atemorizado, se puede ver el aparato visible que controla este acontecimiento en las reacciones musculares que exhibo, activadas por señales químicas de mi sistema nervioso. Mi ritmo cardiaco acelerado y mi respiración agitada son otras señales visibles de que se ha puesto en acción la hormona adrenalina, segregada por la corteza suprarrenal como reacción ante un elemento químico cerebral especifico (ACTH) enviado por la pituitaria. Si un bioquímico pudiera rastrear cada una de las moléculas involucradas en mi reacción de temor, aun así pasaría por alto al invisible tomador de decisiones que decidió tener la reacción, pues. si bien reaccioné en una fracción de segundo, mi cuerpo no saltó hacia atrás de manera estúpida. Una persona con una programación muy diferente presentaría reacciones muy diferentes. Un coleccionista de serpientes podría inclinarse hacia delante con interés; un devoto hindú, al reconocer una forma de Shiva. podría arrodillarse con religioso respeto.
El hecho es que cualquier reacción habría sido posible: pánico, ira, histeria, parálisis, apatía, curiosidad, deleite, etcétera. El programador invisible es ilimitado en cuanto a sus modos de programar el aparato visible del cuerpo. En el momento en que tropecé con la serpiente, todos los procesos básicos de mi fisiología (respiración, digestión, metabolismo, eliminación, percepción y pensamiento) dependían del significado que tuviera una cobra para mi personalmente.
Hay verdad en el dicho de Aldous Huxley: “La experiencia no es lo que te ocurre; es lo que haces con lo que te ocurre.”
¿Dónde puedes localizar un significado? La respuesta rápida y fácil es decir que está localizado en el cerebro; pero este órgano está en flujo constante, junto con todos los demás. Como aves migratorias, con cada segundo entran y salen de mi cerebro miles de millones de átomos. En él se arremolinan ondas eléctricas que nunca forman el mismo esquema dos veces en la vida. Su química básica puede variar según lo que se coma en el almuerzo o si se experimenta un brusco cambio de humor. Sin embargo, mi recuerdo de la serpiente no se disuelve en ese mar de cambio. Mis recuerdos están a disposición del programador. que se mantiene por encima de la memoria, observando silenciosamente mi vida, tomando en cuenta mis experiencias, siempre listo para albergar la posibilidad de nuevas elecciones. Pues este programador no es sino la consciencia de la elección. Aprecia el cambio sin dejarse abrumar; por lo tanto, escapa a las limitaciones vinculadas con el tiempo que surgen en el mundo normal de causa efecto.
El yo que teme a las serpientes aprendió ese temor en algún momento del pasado. Todas mis reacciones son parte del yo vinculado con el tiempo y sus tendencias. En menos de una milésima de segundo, su miedo previamente programado despierta toda la secuencia de mensajes corporales que producen mis acciones. Para la mayoría de nosotros no hay otro yo perceptible, porque no hemos aprendido a identificarnos con el tomador de decisiones, el testigo silencioso, cuya consciencia no está definida por el pasado. Sin embargo, de un modo sutil, todos sentimos que algo dentro de nosotros no ha cambiado mucho, si acaso, desde que éramos pequeños. Cuando despertamos por la mañana hay un segundo de consciencia pura, antes de que el viejo condicionamiento caiga automáticamente en su lugar. En ese momento eres tú mismo: ni feliz ni triste, ni importante ni humilde, ni viejo ni joven.
Cuando despierto por la mañana, este yo se viste muy pronto con el manto de la experiencia; en cuestión de segundos recuerdo quién soy. por ejemplo: un médico de 46 años con esposa, dos hijos, un hogar en las afueras de Boston y diez minutos para llegar a la clínica. Esa identidad es el producto del cambio. El yo que está más allá del cambio podría estar despertando en cualquier parte: en Delhi, con 5 años de edad, olfateando la comida preparada por mi abuela, o en Florida, con 80 años, escuchando el viento entre las palmeras. Este yo invariable, al que los antiguos sabios de la India llamaban simplemente el Ser, me sirve como punto real de referencia para la experiencia. Cualquier otro punto de referencia está limitado por el cambio, la decadencia y la pérdida: cualquier otro sentido del yo se identifica con el dolor o el placer, la pobreza o la salud, la felicidad o la tristeza, la juventud o la vejez, todas las condiciones vinculadas con el tiempo que impone el mundo relativo.
En la consciencia de unidad, se puede explicar el mundo como una corriente del Espíritu que es consciencia. Todo nuestro objetivo consiste en establecer una relación íntima con el Ser como Espíritu. En la medida en que creamos esta intimidad, se hace realidad la experiencia del cuerpo sin edad y la mente sin cuerpo.
10.- No somos víctimas del envejecimiento, la enfermedad y la muerte. Estos son parte del escenario, no el espectador. que es inmune a cualquier forma de cambio
La vida, en su fuente, es creación. Cuando te pones en contacto con tu propia inteligencia interior, te pones en contacto con el núcleo creativo de la vida. En el antiguo paradigma se asignaba el control de la vida al ADN, molécula de enorme complejidad que ha revelado a los genetistas menos del 1 por ciento de sus secretos. En el nuevo paradigma, el control de la vida pertenece a la consciencia. Todos los ejemplos citados aquí (de niños que pueden reducir la secreción de hormonas de crecimiento, de estudiantes de medicina que alteran su producción de interleukinas cuando se sienten nerviosos, de yoguis que pueden manipular a voluntad el ritmo cardiaco) indican que los procesos corporales más básicos responden a nuestro estado de ánimo.
Los millones y millones de cambios que se producen en nuestras células son sólo el pasajero panorama de la vida: detrás de la máscara está el que ve, quien representa la fuente del flujo de la consciencia. Todo lo que yo pueda experimentar comienza y termina con la consciencia; cada pensamiento o emoción que captura mi atención es un diminuto fragmento de consciencia: todas las metas y expectativas que me fijo están organizadas en la consciencia. Lo que los antiguos sabios llamaban Ser se puede definir, según los términos de la psicología moderna, como un continuo de consciencia, y el estado conocido como consciencia de unidad es el estado en que la consciencia es completa: la persona conoce todo el continuo de si misma sin máscaras, ilusiones, vacíos ni fragmentos quebrados.
Como no mantenemos la continuidad de nuestra consciencia, todos caemos en vacíos de un tipo u otro. Vastas zonas de nuestra existencia corporal escapan al control, llevando a la enfermedad, la vejez y la muerte. Pero eso es de esperar cuando la consciencia se ha fragmentado. En una famosa serie de experimentos realizados a principios de la década de los setenta en la clínica Menninger, Swami Rama, un célebre adepto espiritual de la India, demostró su capacidad de elevar su ritmo cardiaco de 70 a 300 pulsaciones por minuto, lo cual está muy por encima del alcance normal. Esencialmente los latidos de su corazón se convirtieron en una palpitación que ya no bombeaba sangre de la manera rítmica normal. En una persona común, las palpitaciones pueden provocar un paro cardiaco y otros problemas graves y hasta fatales: es algo que todos los años ataca a miles de personas desprevenidas.
Sin embargo. Swami Rama no se vio afectado por ese hecho cardiaco, que estaba bajo el dominio directo de su consciencia. Esto implica que, si una persona muere en cuestión de minutos por una interrupción súbita de su ritmo cardiaco normal (esta categoría cubre todo tipo de arritmias, fibrilación y taquicardia). en realidad ha sufrido una pérdida de consciencia. En nuestra materialista visión del mundo, localizamos esta pérdida en el músculo cardiaco, diciendo que las señales electroquímicas que coordinan un latir saludable del corazón se han desordenado. En vez de orquestar sus contracciones individuales en una pulsación pareja y unificada en todo el corazón, muchos millones de células cardiacas caen en contracciones aisladas y caóticas, haciendo que el órgano parezca un saco de serpientes retorcidas.
Sin embargo, este horrendo espectáculo, temido por todos los cardiólogos, es secundario: lo primario es la pérdida de consciencia entre las células del corazón. Esta pérdida de consciencia no es local, sino general. La persona misma ha perdido contacto con los planos profundos de inteligencia que gobiernan y controlan sus células: en verdad, cada célula no es sino inteligencia organizada en diversas capas de patrones visibles e invisibles. Un adepto como Swami Rama nos demuestra que nuestra consciencia no debe ser así fragmentada y reducida. Si uno se conociera tal como es, comprendería que es la fuente, el curso y la meta de toda esa inteligencia fluyente. Lo que las tradiciones religiosas del mundo llaman Espíritu es la totalidad, la continuidad de la consciencia que supervisa todos los fragmentos y las piezas de la consciencia.
Son los vacíos en el conocimiento de nosotros mismos los que nos hacen víctimas de la enfermedad, el envejecimiento y la muerte. Perder la consciencia es perder inteligencia: perder inteligencia es perder el dominio sobre el producto final de la inteligencia: el cuerpo humano. Por lo tanto, la lección más valiosa que puede enseñarnos el nuevo paradigma es ésta: si quieres cambiar tu cuerpo, cambia primero tu consciencia. Todo lo que te ocurre es resultado de cómo te ves a ti mismo, hasta un punto que podría parecerte muy extraño. En las batallas marítimas de la Primera Guerra Mundial, los marineros alemanes se encontraban a veces inmovilizados en botes salvavidas durante días y semanas enteras tras haberse hundido su barco. Invariablemente los primeros en morir eran los más jóvenes. Este fenómeno fue un misterio hasta que se comprendió que los marineros mayores, por haber sobrevivido a otros naufragios, sabían que la crisis se podía superar; los jóvenes, que carecían de esa experiencia, perecían por verse atrapados en una situación sin esperanzas.
Guiándose por esos incidentes, los investigadores que trabajan con animales han logrado inducir un envejecimiento rápido, enfermedad y muerte en ratas y ratones de laboratorio al ponerlos en situaciones de gran estrés: por ejemplo, se los arroja en depósitos de agua sin ninguna posibilidad de escapar. Los animales que nunca se han encontrado en una situación semejante la perciben como desesperada; pronto se dan por vencidos y mueren. Los animales que han sido gradualmente condicionados a los depósitos perseveran y sobreviven, nadando largas horas sin que sus tejidos presenten señales de deterioro producido por el estrés.
La historia del envejecimiento humano se caracteriza en gran parte por la desesperanza. Nuestras temibles imágenes del envejecer, acompañadas de las elevadas tasas de enfermedad y senilidad entre los ancianos, daban como resultado sombrías expectativas que se cumplian por sí solas. La ancianidad era una época de inevitable declinación y pérdida, de creciente debilidad física y mental. Ahora toda nuestra sociedad despierta a una nueva percepción del envejecimiento; personas de 60 y 70 años esperan normalmente verse tan vigorosos y saludables como a los 40 y a los 50.
Pero hay un supuesto subyacente que no ha sufrido un desafio radical: que los humanos deben envejecer. Tener que envejecer es un hecho que heredamos del viejo paradigma, tercamente fijado en nuestra visión del mundo hasta que un cambio de consciencia pueda traer nuevos hechos a la luz. Una visión del mundo es sólo un modo de ordenar la infinita energía del universo en un sistema que tenga sentido. El envejecimiento tenía sentido en un esquema de la Naturaleza donde todas las cosas cambiaban, se marchitaban y morían. Tiene mucho menos sentido en un mundo donde nos rodea por doquier un interminable flujo de inteligencia en constante renovación. A ti te corresponde elegir qué punto de vista adoptar. Puedes optar por ver que la rosa florece y muere; puedes optar por ver la rosa como una ola de vida que nunca acaba, pues el año próximo surgirán nuevas rosas de las semillas de ésta.
La materia es un momento cautivo en el espacio y en el tiempo: con una visión materialista del mundo y de nosotros mismos, hacemos que los aspectos cautivos del universo asuman demasiada importancia. Quiero que experimentes lo fluida y sin esfuerzo que podría ser la existencia si cambiaras tu visión del mundo. Pese a su sólido aspecto físico, tu cuerpo se parece mucho a un río, semejante al río sagrado que tan bellamente describió Herrnann Hesse en su espiritual novela Siddhartha. En dicho libro llega un momento en que Siddhartha, el buscador de la iluminación, halla finalmente la paz. Tras años de vagar, termina junto a un gran río de la India, donde una voz interior le susurra: “Ama este río, quédate junto a él. aprende de él.” Para mi, este susurro dice algo sobre mi cuerpo, que fluye y fluye en los procesos de su vida. Como los ríos, mi cuerpo cambia cuando cambia el momento. Si yo pudiera hacer lo mismo, no habría vacíos en mi vida, ni recuerdos de traumas pasados que activaran nuevo dolor, ni expectativa de dolores futuros que me hicieran contraer de miedo.
Tu cuerpo es el río de vida que te sustenta. pero lo hace humildemente, sin pretender reconocimiento. Si te sientas y lo escuchas, descubrirás que en ti y dentro de ti mora una profunda inteligencia. No se trata de una inteligencia de palabras, pues el conocimiento de las palabras, comparado con los millones de años de sabiduría entretejidos en una sola célula, no parece tan grande. Siddhartha quería aprender del río y escuchar, lo que tiene una tremenda importancia. Hace falta desear la reunión con el flujo del cuerpo para poder aprender de él. y eso significa que debes estar dispuesto a abrirte al conocimiento que fue pasado por alto en tu antigua manera de ver.
Hesse proseguía: “Le pareció que quien comprendiera a ese río y a sus secretos comprendería mucho más, muchos secretos, todos los secretos.” Todo lo que te haya ocurrido está registrado en tu cuerpo, pero lo más importante es que allí hay también nuevas posibilidades. El envejecimiento parece ser algo que te está pasando, cuando en realidad es en gran parte algo que tu cuerpo ha aprendido a hacer. Ha aprendido a cumplir con la programación que tú, el programador, le suministraste. Como mucha de esta programación fue inconsciente, dictada por creencias y supuestos de los que difícilmente tenías consciencia, es importante derruir todo el edificio de ideas que te dio el mundo material tal como lo conoces.
Ahora necesitamos regresar al cuerpo, pues la experiencia íntima que tenemos de nuestro yo físico contiene la verdad más personal. El estar a gusto con sus sensaciones de este momento te permite escapar a la sombra de amenaza que pende, sobre todo cuando el orden va perdiendo la batalla contra la entropía. Ese es el mundo en el que se nos ha enseñado a creer. Pero hay otro modo y otro mundo. Tal fue la mayor lección que Siddhartha aprendió del río. Al final de la novela conversa sobre eso con su más antiguo amigo y compañero. Vasudeva:
¿ Has aprendido tú también el secreto del río, que no existe el tiempo ni cosa parecida? Una luminosa sonrisa se extendió en el rostro de Vasudeva.
Sí. Siddhartha. ¿ Es esto lo que quieres decir? ¿Que el río está en todas partes al mismo tiempo: en la fuente y en la desembocadura en la cascada, en la barcaza, en la corriente, en el océano y en las montañas, dondequiera, y que para él sólo existe el presente, sin la sombra del pasado ni la sombra del futuro?
Eso es dijo Siddhartha , y cuando aprendí eso, revisé mi vida y era también un río, y Siddhartha el niño. Siddhartha el hombre maduro y Siddhartha el anciano estaban separados sólo por sombras, no por la realidad.
Habló con deleite, pero Vasudeva se limitó a sonreírle radiante, y a señalar su acuerdo con un movimiento de cabeza.
El autoengaño fomentado por siglos de materialismo es que podemos conquistar el río y dominar su flujo. La verdad sobre cada uno de nosotros es que nuestra vida se extiende en campos de experiencia más y más grandes. No hay limites para la energía, la información y la inteligencia concentradas en la existencia de una persona. En forma física, esta infinita creatividad ha sido encarnada en tus células: de forma no manifiesta se expresa en el silencio de la mente, en el vacío que, en realidad, es una plenitud de ignotos significados posibles, posibles verdades, posibles creaciones. El vacío que hay en el centro de cada átomo es el vientre del universo: en el destello de un pensamiento, cuando interactúan dos neuronas, hay una oportunidad para que nazca un nuevo mundo. Este libro está dedicado a explorar ese silencio en que el aliento del tiempo no marchita, sino que renueva. Mira hacia la tierra donde nadie es viejo: no está en ninguna parte, sino en ti.
Deepak Chopra
Extractado por Matilde Fernández de Cuerpos sin Edad, Mentes sin Tiempo.- Ed. Javier Vergara.