Existen personas que se sienten incómodos cuando conocen
gente nueva y por esta razón se pierden buenas oportunidades; que
tienen miedo de hablar en público y que no pueden superar una fobia
social que suele disminuir sensiblemente sus posibilidades.
Una fobia es un miedo irracional a algo que normalmente no produce ese exagerado temor.
Los tímidos pueden padecer de fobia social sin darse cuenta, creyendo
que sus dificultades para relacionarse es sólo una característica de su
carácter.
Una fobia se distingue cuando una persona está dispuesta a cambiar todo con tal de eludir algo que teme en particular.
No es difícil detectarla porque trastorna la vida total del paciente, tanto social como laboralmente.
En la adolescencia, que es la etapa del desarrollo
en que la tolerancia a la frustración y la resistencia a la crítica son
menores y se tienen menos recursos para enfrentarlas, es cuando
comienzan a notarse los primeros síntomas.
La ansiedad que les genera a esta gente, las situaciones en las que
se siente insegura con respecto a su aspecto, a su conducta o a su
manera de pensar le hace evitar determinados encuentros sociales y
aislarse.
La etapa adolecente,
conflictiva de por sí debido a los múltiples cambios que exigen
adaptación, puede verse aún más agravada con una respuesta de mayor
aislamiento, sentimientos de baja autoestima y con depresión.
La familia puede evitar males mayores si está dispuesta al diálogo y le aporta al joven el apoyo que necesita.
Los síntomas son fáciles de reconocer cuando ocurren, porque la
persona afectada se aísla, disminuye su rendimiento, falta a clase, está
irritable, triste, indiferente o cambia de humor bruscamente.
La persona con fobia social, se niega a integrarse a un grupo y se
refugia en actividades solitarias y pasivas como ver televisión, jugar
con máquinas electrónicas o dormir demasiado.
Estas personas no están dispuestas ni siquiera a atender la puerta ni
el teléfono y tampoco quieren viajar ni comer en lugares públicos.
Pueden sufrir de temblores, taquicardia, tensión nerviosa, dificultades
de concentración y de ataques de pánico.
Demasiados centrados en ellos mismos, permanecen demasiado atentos a
sus sensaciones corporales, tienen una cantidad de síntomas físicos
pasajeros y recurrentes, se adelantan a pensar en las situaciones que
temen y tienen terror de hacer el ridículo.
La paradoja es que aunque su autoestima es baja por otro lado piensan
que son tan importantes como para que todos los estén mirando y
evaluando y permanezcan pendientes de ellos.
Una terapia cognitiva puede dar buenos resultados, que tendrá como
objetivo aprender a ir enfrentando de a poco cada una de las situaciones
temidas con más coraje, tratando de confiar en si mismos sin pretender
ser perfectos.
A algunos les resulta operativa la técnica del “como si” para
ayudarse frente a experiencias que los atemorizan, que consiste en
“actuar como si fueran otra persona”.
Pero definitivamente lo que libera eficazmente de una fobia es la
contra fobia, o sea atreverse a enfrentar aquello que más se teme la
mayor cantidad de veces posibles, para desensibilizarse y poder hacerlo
después espontáneamente.
Cuando esto se logra, la persona se convencerá que en realidad no le
pasó nada malo y que por el contrario se sintió mejor de lo que suponía.
Esta sensación tiene la propiedad de terminar con el condicionamiento y ayudar a lograr el dominio de si mismo.