Anoche salí a la calle y me puse a contemplar el cielo.
"¡Qué raro que no hay estrellas!",
exclamé, a la persona que estaba junto a mí.
Me dijo: "Mira, mira allá", y señaló con su mano.
"Allá hay varias estrellas y titilan suavemente".
Dirigí mi visión hacia donde me señalaba y con
asombro noté que no podía ver ninguna estrella.
Me sentí triste al no poder contemplar
las bellezas que otro si podía ver.
Pensé para mí mismo, que el trabajo, la fatiga
y el diario existir habían hecho que mis ojos
se tornaran débiles a tal punto que no pudiera
reconocer las estrellas.
(¡Qué equivocado estaba!). Continué haciendo intentos pero
todo era inútil.
Parece ser que la persona que me acompañaba
en este pasaje de mi existencia, notó la angustia por
la que estaba pasando. Y con una voz fraternal, me dijo:
"Comprendo por lo que estás pasando, alguna vez yo
también estuve donde tú lo estás ahora.
Pero un ser que apareció en mi vida como una estrella
fugaz, me dejó una gran lección:
Si de verdad quieres ver lo que hay más allá de tus manos,
aprender a amar debes.
Comprende tu interactuar con los demás en tolerancia
y servicio, pues ellos son quienes te ayudarán a descubrir realmente
quién eres. No juzques, no critiques, pues tuyo es tu corazón
y tu cabeza, como el corazón y cabeza son también de ellos,
y no pretendas conocerlos, cuando ni aún tú sabes quién eres.
Los sentimientos , los pensamientos, las palabras y las obras
son tuyas, no lastimes a los demás, sólo porque tu ego esta herido,
ya que sólo tú eres el responsable de ello.
Si en verdad anhelas ver, tu corazón debes limpiar,
tu mente debes cuidar y tus acciones buenas crear".
Luego de escuchar aquellas palabras, un sentimiento
de arrepentimiento afloró desde mi ser y unas lágrimas
resbalaron sobre mis mejillas, siendo saboreadas por mis labios.
Cerrando mis ojos al ocaso, y mirando hacia adentro, varios
estadios pasaron por mi mente, varios acontecimientos,
en los cuales me observaba, unas veces como víctima y otras
como villano, y junto con ellos observaba cómo mi corazón
palpitaba y se expresaba en cada uno de ellos.
Luces y sombras danzaban rítmicamente, al tiempo que nostalgias,
desazones, inquietudes, desconciertos, alegrías y esperanzas
formaban una orquesta monumental en todo mi ser.
Un tumulto de voces me ensordecían
con sus insinuaciones y consejos.
Me miraba unas veces con gafas, otras con "tapa ojos",
otras con "tapa oídos". Sentía cómo las lágrimas se deslizaban
en los rostros, también cómo sonrisas se dibujaban en felices caras.
Unas veces como niño asustado y falto
de protección, otras como hombre valeroso.
Y entonces me preguntaba: "¿qué quiero?, ¿quién soy?,
a lo mejor un robot, lo cierto es que no me acuerdo".
Y así continué sumido en una profunda reflexión, del ayer y del hoy.
A veces me veía viviendo allá, sintiendo allá, actuando allá.
Otras veces me imaginaba actuando aquí y ahora con el viejo
programa informático. Mis gafas, oscurecidas por el polvo
del tiempo parecían estar incrustadas no sólo en los ojos,
sino también en mi mente y en mi corazón.
Sumido en esas elucubraciones, mi cuerpo interrumpió en
un profuso lagrimeo al ver lo que había hecho y sido.
Sucedió que en esas tinieblas en que me hallaba, se me apareció
una tenue Luz, que me invitaba a refugiarme en su calidez.
Me sentí tremendamente atraído por ella. Con un dulce susurro, me preguntó:
"¿Por qué lloras?, ¿Por qué estás triste?". Le dije:
"Soy infeliz porque no puedo ver".
La voz de la Luz, respondió:
"Siempre te he acompañado, he estado esperando pacientemente a
que tú me contactaras. Estoy en ti, solamente abrázame y déjate llevar".
Sentí como mi cabeza y mi corazón se llenaban de un delicioso gozo.
Cuando abrí los ojos noté que mi amigo ocasional ya no estaba.
¡qué raro! Se había desvanecido, no sé a qué horas.
Emocionado alcé mi mirada hacia la bóveda celeste, y pude contemplar
las más variadas estrellas, con sus colores y matices,
con sus bellezas particulares y únicas, que me
"hablaban" e invitaban a vivir. Estaba maravillado por
haber aprendido a ver.
A lo lejos escuchaba un sonido, "ring, ring, ring". Era el despertador.
Me hallé despierto en mi habitación. Había tenido una magnífica experiencia.
Comenzaba otro día de vida. No recuerdo muy bien cuándo
fue que esto pasó, solo sé que si no hago el intento, no seguiré.
Jhon Walther González