El
sentido de la vida
Una vez un hombre iba viajando en un tren; estaba durmiendo. Se despertó
y alguien le preguntó a dónde iba, pero el hombre adormilado respondió que no lo
sabía. La misma persona le preguntó dónde había subido en el tren, pero
respondió lo mismo, que no lo sabía. Es comprensible que un señor así no sepa
responder a unas preguntas tan fundamentales: estaba todavía en los brazos de
Morfeo.
Sin embargo, muchas personas hoy en día no saben responder a
preguntas todavía más fundamentales, que se refieren al sentido de su existencia
humana ¿de dónde vienen?, ¿a dónde van?
El Catecismo responde en el nº 34
a estas dos grandes interrogantes del hombre:
...el hombre puede acceder al
conocimiento de la existencia de una realidad que es la causa primera y el fin
último de todo, y que todos llamamos Dios.
Dios es el principio y el fin
de todo ser humano: viene de Dios y va hacia Él.
El filósofo Aristóteles
dijo que el hombre es como una flecha lanzada al aire: no sabe de dónde viene ni
a dónde va. Pero nosotros los creyentes sí conocemos las respuestas a estas
preguntas. Dios, por así decirlo, nos ha dado todo servido en el
plato:
Dios nos creó y estamos de regreso hacia Él. Él, al mandarnos a
este mundo, nos dio un billete de ida y vuelta. Todo el sentido de nuestra vida
está contenido en esta verdad: estamos regresando a la casa paterna. No todo el
mundo tiene la suerte de conocer esta verdad.
¡Hay tantos seres humanos
que están vagando por las tinieblas de la duda y de la incertidumbre! Pensemos
en los espiritistas que creen en la reencarnación, en los materialistas que
piensan que todo es materia y que el hombre tiene la misma suerte de una planta
o de un pájaro... Debemos dar gracias a Dios por el don de la fe en esta verdad
que es el eje de la existencia humana: Dios es nuestro principio y nuestro
fin.
El gran error de nuestras vidas es vivir desorientados y engañados,
creyendo que vamos siguiendo un sentido... cuando en realidad cada día nos
alejamos más del verdadero sentido: Dios. El que anda fuera del camino, cuanto
más corre, tanto más se va alejando del término.
Venimos de
Dios
El Catecismo en el nº 366 dice:
La Iglesia enseña que cada alma
espiritual es directamente creada por Dios.
Nosotros salimos de la mano
creadora de Dios, somos obra de Dios. Cuando quieren dar valor a una pintura
dicen que es de Rembrandt, de Picasso, de Dalí... Nosotros podemos decir que
somos obra nada más y nada menos que de Dios, pues nuestro Hacedor es Dios
mismo.
Esta creación de Dios es una acción continua en nuestra vida, pues
Él sigue sosteniéndonos en el ser. Si Dios pudiera dormir un instante, toda la
creación dejaría de existir. Nosotros necesitamos a Dios para seguir viviendo.
Sin Él no podemos hacer nada, desde la acción más banal como rascarnos la
barbilla, hasta la más sublime que es hacer un acto de caridad.
Nosotros
vamos hacia Dios
Dice el Catecismo en el nº 27:
El deseo de Dios está
inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y
para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios
encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar.
Una
persona sensata no intentaría construir su casa en un aeropuerto, o en una
estación de trenes o de autobuses.... Estos son lugares de tránsito. Por muy
bonitos que sean, nunca podrán constituir nuestra morada. El hombre debería
tener este sentido de estar de paso por el mundo; es un peregrino en el planeta
Tierra. Cuando se pierde de vista esta verdad de perogrullo, se comienza a
construir una felicidad meramente terrena, como los Israelitas peregrinando por
el desierto que construyeron su becerro de oro, olvidándose que estaban de paso
hacia la Tierra Prometida.
¡Qué insulsa debe ser la vida del hombre que
no posee a Cristo! Un poco de tiempo de egoísmo, un oficio pasajero, tratar de
llenar el vacío de la existencia con un montón de diversión y de sexo, cuando no
son de sufrimiento sin sentido; y dejar a otro en nuestro sitio que continúe la
cadena indefinida: a ver si tiene más suerte y logra alcanzar lo que nosotros no
alcanzamos.
La tarea de la vida es trabajar por alcanzar el
Cielo
Si poseer a Dios es el fin, buscarlo es el quehacer de la vida.
Pero a Dios sólo le encuentra el que le ama, y la experiencia del amor puro a
Dios es la experiencia del puro olvido de uno mismo.
Somos muy sensibles
a los desastres físicos y económicos. Nos impresiona cuando hay un accidente o
cuando fulano da un mal paso en el negocio y pierde todo de un día a otro. No
somos tan sensibles a los fracasos espirituales. El fracaso espiritual total es
la pérdida de la propia alma. Sin embargo, ¿cuánto hacemos por salvar nuestra
alma?
Esta meditación debe ayudarnos a establecer una correcta escala de
valores en la cual Dios y la salvación de mi alma ocupan el primer
lugar.
Web católico de Javier
