Testimonio
de Narciso Yepes
Monseñor Tihamér Tóht, después de glosar con palabras de fuego la
grandeza de la vocación sacerdotal, añade que la llamada a cooperar a la
propagación del Reino de Dios es para todos. Cualquiera que sea la carrera,
profesión u oficio elegido o aceptado, «Cristo cuenta contigo». «Porque el
Señor, después de la vocación de los doce apóstoles, escogió aún setenta y dos
discípulos, que bien podríamos llamar apóstoles seglares. Y el que no está con
los doce Apóstoles, necesariamente ha de figurar en el grupo de los setenta y
dos discípulos" ¿Cómo? Haciendo bien lo que hacemos -según el lema teresiano-, y
sublimando nuestra tarea. Con el ejemplo, viviendo y confesando valientemente la
fe que profesamos. Saliendo por los fueros de la moral cristiana y hablar con
suavidad pero con firmeza y convicción cuando convenga. «Callarse cuando es hora
de hablar es un defecto tan grave como hablar cuando se tiene que
callar».
Quien no perdía la ocasión de dar testimonio de su fe fue el gran
guitarrista clásico español Narciso Yepes (1927-1997). En el libro "El día que
cambié mi vida", Francisco Fernández-Carvajal, recoge una entrevista de Pilar
Urbano, en la que el magistral guitarrista confesaba:
-Cuando doy un concierto, sea en un gran teatro; sea en un auditórium
palaciego, o en un monasterio, o... tocando sólo para el Papa, como hice una vez
en Roma ante Juan Pablo II, el instante más emotivo y más feliz para mí es ese
momento de silencio que se produce antes de empezar a tocar. Entonces sé que el
público y yo vamos a compartir una música, con todas sus emociones estéticas.
Pero yo no sólo busco el aplauso, sino que, cuando me lo dan, siempre me
sorprende..., ¡se me olvida que, al final del concierto, viene la ovación! Y le
confesaré algo más: casi siempre, para quien realmente toco es para Dios... He
dicho "casi siempre" porque hay veces en que, por mi culpa,'en pleno concierto
puedo distraerme. El público no lo advierte. Pero Dios y yo,
sí.
-Y... ¿a Dios le gusta su música?, preguntaba la
entrevistadora.
-¡Le encanta! Más que mi música, lo que le gusta es que yo le dedique mi
atención, mi sensibilidad, mi esfuerzo, mi arte..., mi trabajo. Y, además,
ciertamente, tocar un instrumento lo mejor que uno sabe, y ser consciente de la
presencia de Dios, es una forma maravillosa de rezar, de orar. Lo tengo bien
experimentado.
Y añade el autor del libro citado: «Qué gran cosa sería que, si alguna
vez preguntáramos al Señor si le gusta nuestro trabajo, pudiéramos oír esta
dichosa respuesta: ¡Me encanta! ¡A Dios le encanta mi trabajo! Eso debemos
pretender. Hacer una pequeña obra de arte de lo que tenemos entre manos. Una
obra de arte que guste a Dios y, por tanto, a los demás».
Hay un método seguro para ayudar a descubrir y mantener esa presencia de
Dios que todo lo transforma: practicar Ejercicios Espirituales en completo
retiro. Es un respiro de tres, cuatro, cinco... días para ejercitarse en el arte
de amar, y reemprender con más alegría y fortaleza el quehacer de cada día. No
lo deje para un mañana indefinido.
Texto tomado de la revista Ave
María, Noviembre de
2004
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