Los archivadores
Aún no llego a comprender cómo ocurrió, si fue real o un sueño. Sólo
recuerdo que de pronto me encontré en aquel inmenso salón con una pared llena de
archivadores, como los que tienen las grandes bibliotecas. Los ficheros parecían
interminables.
Al acercarme, me llamó la atención un cajón
titulado: "Muchachas que me han gustado". Lo abrí y empecé a pasar las fichas.
Tuve que detenerme por la impresión, había reconocido el nombre de cada una de
ellas. ¡Se trataba de las muchachas que a MI me habían
gustado!
En el resto de los ficheros estaban escritas las
acciones de cada momento de mi vida, pequeños y grandes detalles, momentos que
mi memoria había ya olvidado. Algunos me trajeron alegría y otros, por el
contrario, un sentimiento de vergüenza y culpa.
El archivo "Amigos" estaba al lado de "Amigos que
traicioné" y "Amigos que abandoné cuando más me necesitaban". Los títulos iban
de lo mundano a lo ridículo: "Libros que he leído", "Mentiras que he dicho",
"Consuelo que he dado", "Chistes que conté"; otros títulos eran: "Asuntos por
los que he peleado con mis hermanos", "Cosas hechas cuando estaba molesto",
"Videos que he visto"...
Cada tarjeta confirmaba la verdad y llevaba mi
firma. Cuando llegué al archivo "Pensamientos lujuriosos", un escalofrío
recorrió mi cuerpo. Sólo abrí el cajón unos centímetros. Me avergonzaría conocer
su tamaño. Saqué una ficha al azar y me conmoví por su
contenido.
Un pensamiento dominaba mi mente: Nadie debe de ver
estos archivadores jamás. ¡Tengo que destruir este salón! Pero descubrí que no
podía siquiera sacar los cajones. Me desesperé y traté de tirar con más fuerza,
pero fue inútil.
En eso, el título de un cajón pareció aliviar en
algo mi situación: "Personas a las que les he compartido el Evangelio". Al
abrirlo encontré menos de 10 fichas. Caí al suelo llorando amargamente de
vergüenza.
Y mientras me limpiaba las lágrimas, lo ví. ¡Oh no!
¡Por favor no! ¡Cualquiera menos Jesús! Impotente, ví como Jesús abría los
archivadores y leía cada una de mis fichas. Intuitivamente, se acercó a los
peores archivos. Con tristeza en sus ojos, buscó mi mirada y yo me llevé las
manos al rostro y empecé a llorar de nuevo. Pudo haber dicho muchas cosas, pero
Él no dijo una sola palabra. Allí estaba junto a mí, en
silencio.
Fue el día en que Jesús guardó silencio... y lloró
conmigo. Volvió a los archivadores y, desde un lado del salón, empezó a
abrirlos, uno por uno, y en cada ficha firmaba su nombre sobre el mío. Me miró
con ternura a los ojos y me dijo:
"He terminado, yo he cargado con tu vergüenza y
culpa". En eso salimos juntos del salón, que aún permanece abierto porque
todavía faltan más fichas que escribir.
Aun no sé si fue un sueño, una visión, o una
realidad... De lo que sí estoy convencido es que la próxima vez que Jesús vuelva
a ese salón encontrará mas fichas de que alegrarse, menos tiempo perdido y menos
fichas vanas y vergonzosas.
