Hoy
Quien se sabe hijo de Dios, no debe de tener temor alguno en su vida.
Dios conoce mejor nuestras necesidades reales, es más fuerte que nosotros y es
nuestro Padre. Debemos de hacer como aquel niño que, en medio de la tempestad,
permanecía en sus juegos, mientras que los marineros temían por sus vidas; era
el hijo del patrón del barco. Cuando al desembarcar le preguntaron cómo pudo
estar tan tranquilo en medio de aquel mar embravecido, mientras ellos estaban
espantados, respondió: ¿temer?, ¡pero si el timón estaba en manos de mi
padre!
Cuando tratamos de identificar nuestra voluntad con la voluntad de Dios,
el timón de la vida lo lleva Él, que conoce bien el rumbo que nos conduce al
puerto seguro. Cuando el hombre está viviendo según el plan de Dios no tiene
necesidad de preocuparse por su vida, ni por su casa, ni por cualquier cosa que
le pertenezca.
¡No miremos nuestra propia fe; miremos la fidelidad de Dios! ¡No miremos
las circunstancias a nuestro alrededor, sigamos mirando los recursos del Dios
infinito! Lo único que debe preocupar al hombre en esta vida es si está
trabajando según el plan de Dios, si está haciendo la obra de Dios; y si es así,
todo el cuidado de las demás cosas está en las manos de
Dios.
"Así que no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana
traerá su propio afán. Basta a cada día su propio mal."
Hay dos días preciosos en la semana en los cuales y por los cuales nunca
me preocupo:
Uno de esos días es Ayer; ayer, con sus penas y dolores, con todas sus
faltas, errores y desaciertos, ha pasado para siempre. No puedo deshacer nada de
lo que hice, ni anular una sola palabra que pronuncié. Todo lo errado,
lamentable y triste de mi vida que en él hay, está en las manos del Amor
Poderoso de mi Dios. A excepción de los recuerdos hermosos, dulces y tiernos,
que perduran dentro de mi corazón por el día que se fue, no tengo nada que ver
con Ayer. ¡Fue mío! ¡Es de Dios!
Y el otro día por el que no me preocupo es Mañana; mañana, con todas sus
posibles adversidades, sus cargas, sus peligros, su gran promesa y su
comportamiento deficiente, sus fracasos y errores, está tan fuera de mi dominio
como Ayer. Es un día que pertenece a Dios. Su sol saldrá con rosado esplendor, o
tras una máscara de nubes llorosas, pero saldrá. Hasta entonces, el mismo Amor y
la misma Paciencia que sostuvieron Ayer, sostienen Mañana. A excepción de la
estrella de esperanza que fulgura siempre sobre la cumbre de Mañana, y que
ilumina con tierna promesa el corazón de Hoy, no tengo ninguna posesión en ese
día de gracia que no ha nacido. Todo lo demás está bajo el cuidado seguro del
Amor Infinito que es más alto que la estrellas, más vasto que los cielos, más
profundo que los mares. ¡Mañana es el día de Dios! ¡Será
mío!
Lo que me queda a mí entonces es nada más que un día en la semana, Hoy.
¡Cualquier hombre puede pelear las batallas de hoy! ¡Cualquier mujer puede
llevar las cargas de un solo día! ¡Cualquier hombre puede resistir las
tentaciones de hoy! Oh, amigos, cuando nosotros obstinadamente añadimos las
cargas de esas dos eternidades horribles, Ayer y Mañana, cargas que sólo el Dios
Todopoderoso puede sostener, es entonces que nos debilitamos. No es la
experiencia de Hoy la que enloquece a los hombres. Es el remordimiento por algo
que sucedió Ayer y el temor de lo que Mañana nos puede
revelar.
¡Estos Días pertenecen a Dios! ¡Dejémoselos a Él!
Web católico de Javier