EL ESPEJO...
El espejo, ese amigo fiel y sincero que nos muestra la realidad de nuestra apariencia física es semejante a la Biblia que, como un espejo, nos muestra la realidad de nuestro estado espiritual.
Creo que son pocas las mujeres que cuando se levantan no van directo al espejo para ver cómo amanecieron. Hablando sinceramente, no nos gustaría que nos vieran antes de que este amigo nos ayudara a cambiar el aspecto de ceño fruncido todavía por el sueño, cabello desordenado, ojos pegados y otras tantas cosas más…
La transformación comienza con una buena ducha, el uso del cepillo, el secador, unos cuantos brochazos de maquillaje y, por supuesto, perfume. Todo esto lo hacemos frente a nuestro amigo que, sin emitir un solo sonido, nos asegura que ya estamos listas para salir al escenario del día. Aunque nos importa mucho la opinión de las personas sobre nuestra apariencia, el espejo tiene la última palabra y es a él a quien finalmente le creemos, y quien nos posibilita el cambio. Es tal la magia del espejo que nos miramos no solamente al levantarnos, sino cuantas veces podemos hacerlo durante el día.
En 2 Corintios 3.18 leemos: Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria, en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor (énfasis añadido).
Sí, la Palabra de Dios es el espejo fiel que nos muestra nuestro verdadero estado espiritual y nos transforma. ¡Qué tremenda resulta esa transformación cuando no somos oidoras olvidadizas, sino hacedoras! Creer que toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra (énfasis añadido), es estar siendo trasformadas continuamente.
¿Qué tal si al mirarte en el espejo de la Palabra descubres en ti alguno de los pecados que forman la «lista negra» (así la llamo yo) de Gálatas 5.19-21: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidio, borracheras, orgías, y cosas semejantes...?
¿Hay una salida? ¿En qué momento ocurre la transformación? En Proverbios 28.13 se nos dice: El que encubre sus pecados no prosperará; más el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia (énfasis añadido).
Mirémonos en el espejo de la Palabra cuantas veces sea necesario, para que seamos transformadas y enteramente preparadas para toda buena obra.
d/a
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