LA ABANDONADA
Ahora voy a aprenderme el país de la acedía, y a desaprender tu amor que era la sola lengua mía, como río que olvidase lecho, corriente y orillas.
¿Por qué trajiste tesoros si el olvido no acarrearías? Todo me sobra y yo me sobro como traje de fiesta para fiesta no habida; ¡tanto, Dios mío, que me sobra mi vida desde el primer día!
Denme ahora las palabras que no me dio la nodriza. Las balbucearé demente de la sílaba a la sílaba: palabra "expolio", palabra "nada", y palabra "postrimería", ¡aunque se tuerzan en mi boca como las víboras mordidas!
Me he sentado a mitad de la Tierra, amor mío, a mitad de la vida, a abrir mis venas y mi pecho, a mondarme en granada viva, y a romper la caoba roja de mis huesos que te querían.
Estoy quemando lo que tuvimos: los anchos muros, las altas vigas, descuajando una por una las doce puertas que abrías y cegando a golpes de hacha el aljibe de la alegría.
Voy a esparcir, voleada, la cosecha ayer cogida, a vaciar odres de vino y a soltar aves cautivas; a romper como mi cuerpo los miembros de la "masía" y a medir con brazos altos la parva de las cenizas.
¡Cómo duele, cómo cuesta, cómo eran las cosas divinas, y no quieren morir, y se quejan muriendo, y abren sus entrañas vívidas! Los leños entienden y hablan, el vino empinándose mira y la banda de pájaros sube torpe y rota como neblina.
Venga el viento, arda mi casa mejor que bosque de resinas; caigan rojos y sesgados el molino y la torre madrina. ¡Mi noche, apurada del fuego, mi pobre noche no llegue al día!
Gabriela Mistral
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