La Cadena De Oro
El escritor y filósofo Johann Wolfgang
von Goethe
dijo: "La bondad es una cadena
de oro por la cual se mantiene unida la
sociedad".
Pero yo no estaba pensando en la
cadena
de
oro de bondad un día en el que un
automóvil dilapidado, probablemente mantenido
andando con goma y alambres,
se estacionó frente a mi casa. Durante
esos
años,
vivíamos en un pueblito justo frente a
la iglesia que servía y los viajeros en
necesidad
constantemente hallaban el
camino a nuestro hogar.
Me estaba cansando de ayudar a
mucha
gente que paraba casi a diario. A
menudo
me
levantaba en medio del otro buen sueño nocturno para salir al frío y ayudar
a
alguien
que estaba de paso.
En una ocasión nuestra propiedad fue
saqueada;
en otra conduje en medio de una tormenta para rescatar a dos personas;
muchas
veces sentía que me sentía tomado
por sentado por motoristas o caminantes
sin
un
centavo que ni siquiera me agradecían
por la ayuda recibida y que se quejaban
que
no
hiciera más por ellos.
No me había sentido parte de una "cadena
de oro de
bondad" por un rato y, aunque todavía ofrecía ayuda cuando
podía,
algunas veces, por dentro, deseaba que
tan
sólo
se fueran.
Pero en este día, un joven con una barba
de
una
semana saltó del dilapidado automóvil. No tenía dinero ni comida. Me preguntó si
podía darle algún trabajo que hacer y le
ofrecí gasolina y una comida. Le dije
que
si
quería trabajar, estaríamos encantados si cortaba el césped, pero que aquello no
era necesario.
Aunque sudoroso y hambriento, él
trabajó
duro. Debido al calor de la tarde,
esperé
que
se rindiese antes de completar el trabajo. Pero él perseveró y, tras de mucho
rato, se
sentó cansado bajo la sombra.
Le agradecí por su trabajo y le di el
dinero
que
necesitaba. Entonces le ofrecí un
dinerito extra por un trabajo especialmente
bien
hecho, pero él rehusó. "No, gracias",
dijo en un castellano con fuerte acento extranjero.
Insistí en que tomase el dinero
pero se levantó y dijo de nuevo:
"No,
gracias. Yo quiero trabajar. Ud.
quédese con el dinero". Intenté de
nuevo
y
por tercera vez protestó, meneando su
cabeza mientras se
alejaba.
Nunca más le volví a ver. Estoy
seguro
que
nunca lo haré. E interesantemente,
él probablemente piense que yo le
ayudé
ese
día. Pero eso no fue lo que pasó.
No le ayudé; él me ayudó.
Me ayudó a creer en la gente de nuevo.
Me ayudó a
nuevamente querer hacer algo
por aquellos en necesidad. Cuánto desearía agradecerle el
restaurar algo de mi fe en la bondad básica de los demás y por darme de vuelta
un poquito del optimismo que había perdido en el
camino.
Debido a él una vez más me sentí parte
de
la
cadena de oro de bondad que nos une
el uno al otro.
Tal vez haya alimentado su cuerpo
aquel día. Pero él alimentó mi alma.
Steve Goodier, "Apoyo Vital"
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