Contemplo tu esbelto cuerpo desnudo extendido en la alfombra contoneándose cadencioso, resbalando como lo hacen los guijarros frescos y limpios en el fondo de un río.
Alargo el brazo para abrir mi mano... y te toco.
Mis dedos notan como palpitan tus venas y se deslizan despacio por tu piel ansiosa, impregnada con sudor y champagne de tantos brindis derramados.
Afuera es el helado invierno. -Posiblemente haga frío-. Los cristales se empañan de vaho, el goce se hace eterno, y las lentas horas no se atreven a entrar para no molestarnos.
Tu carne se me presenta ardiente, fogosa; como el calor que abrasa mi cuerpo, y tu regazo acoge a mis labios que te acarician...
Y aquella noche se hizo eterna: ...las lentas horas no se atrevieron a molestarnos...
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