Una palabra irresponsable: puede encender discordias
y fuegos difíciles de apagar…
Una palabra cruel: puede arruinar y derribar todo lo
que se había edificado en una vida…
Una palabra de resentimiento: puede
matar a un apersona, como si le claváramos un cuchillo en el
corazón...
Una palabra brutal: puede herir y hasta destruir la
autoestima y la dignidad de una persona…
Una palabra amable: puede
suavizar las cosas y modificar la actitud de otros…
Una palabra alegre:
puede cambiar totalmente la fragancia y los colores de nuestro día…
Una palabra oportuna: puede aliviar la carga y traer
luz a nuestra vida…
Una palabra de
amor: puede sanar el corazón herido.
Porque las palabras tienen vida.
Son capaces de bendecir o maldecir,
de edificar o derribar, de animar o abatir, de transmitir vida o muerte, de
perdonar o condenar, de empujar al éxito o al fracaso, de aceptar o
rechazar...
¿Cómo hablamos a los demás? ¿Qué les
transmiten nuestras palabras?
¿Qué me digo a mí mismo? ¿Hacia
dónde me conduce mi dialogo interno?
Jesús dijo: “Yo os digo que de toda
palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del
juicio. Porque por tus palabras serás justificado y por tus palabras serás