¡Cuántas veces, aun estando acompañada, me siento tan sola como en un desierto! Hoy me pregunto qué haría, cuáles serían mis prioridades si me hallara en uno de ellos, yo, sola, pequeña frente al mundo, frente a mí misma, frente a mis errores, frente a mis necesidades y sentimientos.
Sin nada ni nadie que me acompañara, ¿en qué pensaría? ¿Tal vez en la ausencia de cariño, en la posibilidad de ser yo misma, auténtica?
Entonces, me preguntaría qué quiero de verdad, cuáles son mis prioridades. Imagino, supongo que me guiaría mi instinto de superación, de salir adelante, de sobrevivir, de fijarme en todo aquello que ahora quizás no le dé la importancia que requiere.
¿Me abatiría como ahora ante la frustración, el desengaño, la pena, la tristeza? ¿O trataría de llegar a encontrar lo que me proporcionara serenidad y sosiego?
Sí, sola frente al mundo, frente a mí misma, comenzando una nueva vida, un nuevo trayecto en el que no cometer los errores ya realizados.
¿Sería más reflexiva? ¿Intentaría salir adelante? ¿O me quedaría parada, inmovilizada sin saber hacia dónde caminar?
La vida es un desierto, sí, un desierto inmenso en el que quizás te cruces con alguien que te dé respuesta a esas inquietudes, o se camine en soledad profunda y sin sosiego alguno.
La soledad es un desierto en el que se desea llegar a un final donde hallar cobijo, o quizás el modo en el que uno se halla sin temer el destino.
El desierto tiene sus inconvenientes, al igual que la sociedad civilizada. Nada hay que sea perfecto.
Vivir en una sociedad en el que apenas se aprecia lo que se tiene es como vivir en un desierto y no ver nada. Se es ciego cuando teniendo lo indispensable para ser auténtico que es uno mismo, su integridad, se busca lo material por encima de la sensibilidad, de forjarse como auténtica persona.
¿Qué seríamos sin las cosas materiales? ¿En qué pensaríamos? ¿Qué nos haría falta?
Nosotros somos ese desierto en el que debemos encontrarnos y darnos una razón de vivir. Cada uno tiene su propio desierto y debe hallar en él las razones inmensas que le hagan ser auténtico y especial.
No hay nadie que nos pueda orientar en ese paisaje, en esa búsqueda, en ese hallarnos; cada uno tiene un corazón, un razonamiento, una lógica.
Encontrarse cada uno en ese desierto, encontrar la llave auténtica de la vida, es el regalo más valioso y auténtico del crecimiento personal.
Autora: Rosa Mª Villalta Ballester