EL CUERPO
Ayer salía de un convento, y mientras pasaba por el claustro,
olía el incienso que se estaba quemando en la iglesia.
Y me preguntaba qué fiesta era, qué se celebraba.
Al salir vi la respuesta: un funeral. Si uno asiste a él,
no piensa en ello; si lo ve de lejos, tampoco presta
atención, pero si pasa al lado de los deudos, seguramente pueda
dejar que el pensamiento vagabundee sobre un hecho que
todavía a Machado le planteaba bastantes preguntas (no sé si
sigue haciéndolo, aunque sospecho que sí). En fin, lo que me vino
a la mente es el respeto que el ritual cristiano de difuntos
tiene por el cuerpo que se despide.
El incienso, el agua, las oraciones, todo simboliza, recuerda
y realiza ese carácter sagrado del cuerpo, vivo o muerto.
Y eso me hizo pensar en la falta de razón de quienes
sostienen que el cristianismo niega el cuerpo, lo maltrata, lo
rechaza.
Habrá muchos cristianos que lo hagan, sin duda, como los hay que
hacen tantas otras cosas. Pero no forma parte ni de la fe ni de la
celebración de la misma esa idea un tanto gnóstica, sino justamente
lo contrario. ¿Cómo iba a defender tal cosa una religión cuyo
dogma central es la Encarnación? Incluso cuando no sabemos
muy bien qué hacer, el ritual nos recuerda qué nos cabe esperar…
también por medio del incienso.
****************
(Sixto Castro Rodríguez, OP)