Esto
es una carta indefinida. Frente a los árboles que me hallo van dirigidas mis
palabras, hacia las flores, hacia el sol que comienza a salir, hacia los
primeros paseantes que, bien temprano, comienzas a adorar el día.
Ya
bien temprano y hace calor. No deseo quejarme pues el frío me incomoda igual o
más. Ni me quejo ni me lamento. ¿Para qué?. El día va a seguir igual lo haga o
no así es que mejor tomarlo por la parte positiva.
Ayer
un grupo de manifestantes se revelaban contra las medidas tomadas por el
gobierno. Eso hizo que cortaran las calles, autobuses y coches descontrolados.
La gente quejándose por dicha alteración.
¿Y
qué?. El día amanece de la misma manera, el tiempo pasa y cada respiración es
una gota de esperanza.
Aquí,
junto a un pequeño jardín me hallo en la paz que despierta la frescura de su
verdor y el colorido de las flores que una persona encargada de ello lo hace
con empeño, un conserje, sí, una persona que sin saberlo da felicidad con ese
cuidado y esmero.
No,
esta carta no es para nadie. Ni tan siquiera para mí misma. Quizás para un
cielo azul y despejado, iluminado por los rayos de un sol que parece va a decir
mucho.
Quizás
estas letras sean para alguien que nada espera y que, tras leerlas comienza a
tener una nueva visión del día, una nueva energía, una claridad que antes no
tenía.
Ahora,
los pájaros comienzan su trinar, los pocos coches que circulan hoy lo hacen sin
ninguna prisa, despacio, tal vez sin destino o a saber a qué lado.
Comienzan
a aparecer los trasnochadores que tras la madrugada han abordado su rutinaria
juerga tal vez bebiendo sin ningún otro fin.
Y
tal vez, este corazón mío que late hoy reclama su paz, una paz no hallada pero
que quizás uniéndose a esos pajarillos que cantan, a esta frescura de la
mañana, a este sol frente a mi ventana, se contagie de la ilusión que tal vez
pueda lograr algo que nadie alcanza, el empeño por lograr un pensamiento sin
negatividades y con creatividad y templanza.
No
hay necesidad de lujos ni grandes cosas para lograr una alegría, el júbilo de
la vida que se halla quizás en el pétalo de una flor, en el pasar de un
viandante, en el ciclista que pasa ya para su trayecto realizar.
Así
es que mi carta de hoy no tiene destinatario, pues es silencio y al tiempo
compañía y calor.
Quizás,
la mayor alegría y fortaleza la halle en la sonrisa de una mirada,
probablemente, y en un corazón
palpitando con ilusión.
Autora:
Rosa Mª Villalta Ballester