Un trovador cuentista y trapacero, hábil para toda artimaña, ágil y diestro en trucos y trampas, se ganaba la vida con el mínimo esfuerzo engañando a los demás.
Para su propósito, contactó con un herrero serio y amante del buen trabajo, a quien convenció para que delinquieran juntos, ofreciéndole ganancias e impunidad.
Detenidos por la justicia, terminaron en prisión, atados de pies y manos con cadenas, en espera de ser juzgados y condenados por su delito.
Mientras que el herrero reposaba serio arrepentido de su delito, el trovador revisaba cada eslabón de la cadena esperando encontrar un eslabón mal cerrado y escapar.
Pero el herrero le advirtió: - no busques más, cada eslabón está perfectamente cerrado, te lo puedo asegurar porque esta cadena la hice yo mismo.