Ando por la tierra con pasos silenciosos.
Me introduzco inadvertidamente.
Hablo en secreto. Vuelvo cobardes a los hombres.
Paralizo el brazo pujante de los negocios y opaco
la visión nítida del vidente.
Asisto a la casa de Dios y valiéndome de la voz
del predicador hablo palabras que oscurecen
la luz de la esperanza.
Hago que los amigos se miren de reojo y escuchen
detrás de la puerta.
Me insinúo como la compañera de la tristeza
y el dolor, persuadiendo al alma a desconfiar
de su mejor ancla de seguridad.
Obligo al cansado peregrino a arrojar su cayado
y al hambriento a abstenerse del pan.
Me sitúo al lado del moribundo y envolviéndome
en negras sombras las hago por encima de
su cabeza.
Imprimo a la voz de la verdad un sonido incierto
y obligo a quienes moran en el templo de la fe a
desconfiar de sus fundamentos.
Visito las tumbas recién abiertas persuadiendo
a aquéllos que han dado su último adiós a sus
amados a creer que nunca más se volverán a ver.
Tengo dos hermanas que andan pulcramente
vestidas: la desesperación y la incredulidad.
Jamás sonríen, voy siempre delante de ellas.
Nunca avanzan sin que yo se lo indique.
Me alimento de lo más exquisito de la vida.
Soy la suprema destructora de las cosas más
preciadas.
Saben quien soy?
Me llamo: La Duda.