Vengo, Señor, cabe las ígneas huellas de tus sacras heridas luminosas: quíntuple abrir de inmarcesibles rosas, suma constelación de cinco estrellas.
Vengo a poblar sus oquedades bellas, a estudiar en sus aulas silenciosas, y a beber, con ternuras dolorosas, la miel de acíbar que pusiste en ellas.
Cuando zozobre mi valor, inerme, y vaya en turbias ansias a abismarme y llagado también llegue yo a verme,
deja a tus dulces llagas allegarme, y en sus íntimos claustros esconderme, y en su divina suavidad curarme.
Amén.
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