No cansarnos.
Los
Santos no fueron santos porque nunca pecaron, sino porque nunca se
cansaron de levantarse después de cada caída. Así también nosotros
debemos imitarlos y no cansarnos ni abatirnos por nuestros pecados y
faltas, sino más bien levantarnos una y otra vez, como nos enseña Jesús
en el camino al Calvario, hasta que coronemos nuestra vida con el
éxito.
El
demonio es especialista en desanimar almas, porque nosotros combatimos
sólo hace unos años, pero el diablo combate hace milenios, y tiene las
artes del combate bien dominadas. Por eso tenemos que pedir ayuda a
Dios, que es el gran Combatiente, el Señor de los Ejércitos, que nos
ayudará a descubrir las artimañas del enemigo. Solos no podemos
enfrentar al Maligno, y por eso se hace tan necesaria la fuerza de la
oración. Porque Dios se ha comprometido a ayudarnos, pero esa ayuda
vendrá en la medida en que se la pidamos a través de la oración.
Cuando
estemos tristes y desanimados, tomemos la corona del Rosario en la
mano y comencemos a rezarlo. Veremos cómo las tinieblas se van alejando
y nos invade una profunda paz y alegría, capaces de hacernos continuar
y tomar impulso para seguir en el camino de la santificación personal.
Si
la santificación es más obra de Dios que nuestra, entonces no debemos
descuidar ni un sólo día la oración, para recibir las ayudas de Dios y
no desfallecer en el camino y entre peligros que nos tienden los
demonios.
Nadie
se hace santo ni persevera en el bien, sin dedicar el mayor tiempo de
su vida a la oración. Según sea nuestra oración, así serán nuestros
logros en el camino del bien, y que esto nos lo diga todo.