A nadie y nada hay que ignorar. A veces, las cosas más nimias y las personas que peor impresión nos dan son las que más nos aportan.
En este mundo consumista y competitivo se han dejado de valorar las cosas más importantes como la confianza, la armonía, la sinceridad, …
Es muy común el sentirse utilizado por alguien, el desear las cosas más valiosas, como si lo más importante fuera eso, el valor.
Y, ¿dónde se halla la verdadera riqueza, en el valor material? ¿dónde se halla el verdadero valor de las personas?
En la mayoría de ocasiones desperdiciamos cosas de gran valor humano, de gran riqueza, que tenemos delante nuestro y no logramos percibir, valorar. Así pasa también con las personas.
Hoy en día, cada vez hay más gente sola; las personas nos quejamos de soledad; pero también somos selectivos; no todas las personas nos van.
¡Cuántas veces hemos despreciado a personas que nada nos creemos nos aportan o nos caen mal o no son simplemente de nuestro agrado! ¡Cuántas oportunidades hemos dejado pasar!
Y desde mi rinconcito personal puedo asegurar que he despreciado y desperdiciado oportunidades tanto humanas como situaciones que, posiblemente, me hubieran hecho más armoniosa y alegre el presente pero que bien sea por prejuicios o temores que se nos imponen, no he sabido valorar de una manera objetiva.
En el camino de esta vida, hay personas y situaciones que se nos presentan y desperdiciamos sin ni tan siquiera valorarlas. Y ¡qué error más grave no hacerlo!
Autora: Rosa Mª Villalta Ballester