No se trataba de tener alas. Él las tenía pero estaba destinado a no poder volar. También ella buscaba cobijo entre las sombras de los árboles, respirar, sentir la frescura y la fortaleza que ellos desprenden. Aun recuerda su primera vez, cuando iba con su abuelo a jugar bajo su frondosa copa. Su abuelo le decía que estos árboles eran el futuro de la naturaleza, el cobijo de muchas almas, el despertar de muchos enamorados.
En aquel entonces no entendía el sentido de las palabras del abuelo pues tan solo contaba con siete años. Ahora, que han pasado cuarenta, ahora que dichos árboles arden bajo las llamas a causa de un criminal que las causó pues no puede calificarse de otra manera a esta persona, …, ahora, …, el abuelo no está pero retumban sus palabras en su mente.
Ya los pájaros se han ido, no se oye su trinar. Mas los que ahora veía, en el suelo, sin sus alas poder despegar.
El aroma a bosque, a árboles, a frescor, se ha convertido en el pestilente olor a basura, a fuego, a humo que solo lleva destrucción.
Y recuerda un mar limpio, azul, como el cielo; recuerda que nada había que no fuera sino los que en él habitaban, la fauna que en ella se hallaba.
¡Cuánta contaminación, destrucción! ¡Qué pérdida de sentidos para la humanidad! ¿Qué será de las generaciones venideras que su rastro encontrarán?
¡Cruel humanidad la que solo piensa en desperdiciar algo que nos ha sido regalado sin pedir y sin rogar!
Ya las lluvias casi desaparecen y cuando lo hacen, …, ¡ahí su devastar!
¿Será que la naturaleza devuelve con su rabia tanta destrucción y tanto devastar?
¡Qué pena no tener en cuenta que sin la naturaleza nuestro futuro se acorta sin cesar!
¿Qué será del oxígeno sin ningún árbol quedar?¿Qué será del color hermoso de esos paisajes que tanta serenidad dan y tanto bienestar?
El pájaro que yace sin vida y sin poder ya volar, nada puede ya trinar.
Y el abuelo, cuyos restos yacen bajo el árbol que con él jugaba, dejarán de absorber el frescor y la seguridad de las fuertes y grandes raíces del árbol tan inmenso que a tantas personas su felicidad proporcionaba.
Y ésta que escribe, testigo de tanta desolación y de tanta crueldad, impotente apagar la llama que asola nuestra naturaleza y nuestro respirar, lejos está de respirar ya de esos árboles que tanto le gustaban y ese mar limpio lejos de la contaminación que el ser humano en ella desprenden. Y no halla sentido a quien con tanta malicia y de forma intencionada destruye algo tan maravilloso como esta nuestra naturaleza que ha de ser mucho mejor tratada.
Autora: Rosa Mª Villalta Ballester