Nadie entendía sus palabras, o sus gemidos, o cualquier sonido que emitiera por su boca. Nadie era capaz de entender sus peculiares rabietas así como su agresividad que, sin ser intencionada acababa en ella, en agresividad.
Rubén gritaba y gritaba, no hablaba, sentía supongo impotencia por no poder expresarse, por no poder pedir o quizás, porque no había nadie hallado la manera de que lo hiciera.
Se pensó si estaba sordo, si estaba loco, si …
Todo menos pensar que él sufría, sufría por no poder comunicarse con los demás, por no saber expresar lo que por su mente se hallaba.
Aun hoy él se muerde quizás de rabia, quizás sea la única manera de aplacar sus lágrimas porque la sonrisa proporcionada era un rayo de luz para con quien con Ruben momento a momento se hallaba.
Lo cierto es que otra sonrisa, la paciencia, un beso, un abrazo, …, era la mejor medicina para hacer que, en la mayor parte de las ocasiones, la agresividad que tanto sacaba se convirtiera en una gran sonrisa y en una suave caricia.
Nadie … nadie podrá saber jamás, lo que en la mente de ese niño acontecía. Y todos podrán hacer siempre un esfuerzo para que ese niño inquieto quien nadie entendía pasara a ser un ser que, al menos, se escucha y se anima.
Escuchar desde el corazón, desde el alma. Escuchar algo más que gritos secos y desespero que a saber, su mente, decía.
Autora: Rosa Mª Villalta Ballester