La leyenda del Rey Arturo y Excalibur está bastante difundida en todo el mundo. Todos conocemos lo básico: el joven Arturo extrae casi por casualidad la espada en la piedra y descubre que sólo podría ser sacada de allí por el Rey de Bretaña, lo que hoy es Inglaterra (Reino Unido). Y es así como, repentinamente, se convierte en un monarca legendario. Pero, ¿de dónde salió Excalibur y de dónde Arturo? ¿Por qué este método para elegir al rey?.
La versión más extendida cuenta que, en realidad, Arturo era el hijo del legítimo monarca, Uther Pendragon, quien le encargó su educación al mago Merlín. Este lo llevó al castillo de sir Héctor sin descubrir sus orígenes para mantenerlo protegido, y así Arturo creció junto a Kay, el hijo de sir Héctor, hasta que Uther Pendragon falleció sin que nadie le conociera descendencia. Por ello los nobles acudieron a Merlín para hallar al nuevo monarca. Entonces, lo que hizo el mago para tal fin, fue forjar en Ávalon (isla mítica) una espada que clavó en una piedra al lado de una capilla de Londres con una inscripción: “Esta es la espada Excalibur. Quien consiga sacarla, será rey de Inglaterra”.
Muchos nobles lo intentaron, pero fallaron. Por esa época, Arturo y Kay estaban en la ciudad, pues este último planeaba participar en un torneo. Cerca de la hora, Arturo notó que había olvidado la espada de Kay en la posada y se devolvió, pero la encontró cerrada. Desesperado, buscó alrededor y descubrió a Excalibur. La extrajo sin leer la inscripción y sin ningún esfuerzo, corriendo a entregársela a Kay.
Pronto todos descubren el nombre del arma y exigen que regrese a su sitio en la roca. Vuelven a probar suerte, pero Arturo es el único capaz de sacarla. Contra toda resistencia, Arturo se convierte en Rey, pues desde el inicio era el legítimo heredero. Aunque ese es sólo el comienzo de su leyenda.
El Castillo de Santa Bárbara, que corona el monte Benacantil, es una cuna casi inagotable de historias que, reales o no, engrosan la relación de leyendas urbanas alicantinas. Una de ellas se refiere a la existencia, desde tiempos ancestrales, de unos pasadizos que atraviesan el macizo de lado a lado, que los moros pobladores supuestamente construyeron para asegurarse una huida segura por la clandestinidad de sus túneles.
Por supuesto, estos túneles no aparecen en ningún plano de la fortaleza, por antiguo que sea. No se sabe si esta falta de documentación se debe a la inexistencia de los mismos o a la poca conveniencia estratégica de plasmar sobre un papel secretos con un cariz militar, pero estos pasillos, de haber existido, seguro que habrían sido un baluarte para sus constructores.
Según cuentan los más viejos por la zona del Raval Roig, barrio situado a los pies del castillo y la montaña, estos pasos secretos, pensados para un hipotético escape llegada una situación de emergencia en lo alto del fuerte, tendrían varias salidas. Éstas, además, podrían haber prestado su último servicio en tiempos de la Guerra Civil.
La primera de ellas, en dirección noroeste, conectaría el de Santa Bárbara con algún punto indeterminado del monte Tossal, que actualmente ocupa el castillo de San Fernando. Otro de ellos, quizá el que más conversaciones ha generado, se dirigía directamente a la playa del Cocó, en el extremo este de El Postiguet, donde se dice que siempre había una barca esperando para formar parte de la fuga. La última, aseguran algunos testimonios, habría conectado una de las salas principales de la fortaleza con la iglesia de Santa María, que hasta la conquista era la Mezquita Mayor.
Realidad o ficción, estos túneles, si realmente estuvieron ahí, seguro que sirvieron de gran ayuda a quienes los conocían en profundidad. Hoy en día, si las historias son ciertas, tan solo unos centímetros de tapia de hormigón separan el lado de la fantasiosa idealización y el de la empírica demostración.