Amé, perdí, lloré, pensé que el mundo se me desmoronaba, mas en breve volví a amar, y a perder. En lo profundo del alma brilla el sol, y luego llueve.
Y me vi renacer a cada paso, ya progreso o traspiés, porque no hay nada definitivo en éxito o fracaso, que no nos brinde nueva encrucijada.
La vida ofrece renacer constante, y hay siempre, más allá, un albor radiante.
Mujer de intensidad Era mujer de intensidad. Tenía dos corazones, dos, bajo la blusa, y con ambos me amaba tiernamente. Convulsos plenilunios, firmes cúpulas, en que logré estudiar astronomía, cursar arquitectura. Nunca, como en sus noches, he observado tan radiante la luna; ni palpado latidos tan sincrónicos. Yo la amaba también, nereida y musa. Era viento galante en torno suyo, y era humedad de lluvia desde el cimborrio a la linterna en alto, delineando mis labios cada curva. En alianza de contactos, firme, incapaz de ataduras, caricia era de brisa, sobre mi mar, espuma, y al fondo del instinto leopardo en la jungla. Era mujer de intensidad, amaba desde cada relieve, cada gruta. En torno a los cuarenta, tan joven, tan madura. Voluptuosa y torrencial, vestida, tan candorosa y franca si desnuda. Era inherente a mí, parte del alma, y piel sobre mi piel; por su cintura cruzaban casi todos mis temblores, crispando su columna. Alma y sensualidad entrelazadas, amante de verdad, y de locura.