El tiempo, que marcaba cada paso, años atrás, a golpes de alegría, hoy ha adquirido un caminar sedoso, pasando de puntillas, con aire inadvertido, desatento. A esta mi edad, no sólo lleva prisa, lleva también sigilo, como ladrón, de noche y a hurtadillas. No me acongoja su apresuramiento; sé que el río anticipa la desembocadura, y acelera la marcha. La fatiga de su largo trayecto le presenta el mar como la tierra prometida, el descanso, la paz ambicionada tras tantos yugos, pérdidas, intrigas. Contemplo el calendario. Van cayendo las hojas, día a día, como si desprendidas de una rosa, exánimes, marchitas. Tuvieron su esplendor, tal vez soñaron su propia primavera indefinida, que fue un sueño, no más; como los nuestros, adormecidos ya tras las cortinas. Si reiteradamente nos engaña la vida, también nos alboroza, y nos obsequia con las mejores uvas de su viña. Y llega la hora en que se nos despide, a la que revestimos de noticia, de tragedia, más bien, horror, naufragio, siendo el último paso hacia la orilla en que la luz se desvanece, y luego… ¿quién puede ver allende la neblina?
Para morir nacimos, un paréntesis somos, que palpita.