Jesús de María, Cordero santo, pues miro vuestra sangre, mirad mi llanto.
¿Cómo estáis de esta suerte, decid, Cordero casto, pues, naciendo tan limpio, de sangre estáis manchado? La piel divina os quitan las sacrílegas manos, no digo de los hombres, pues fueron mis pecados.
Bien sé, Pastor divino, que estáis subido en alto, para llamar con silbos tu perdido ganado.
Ya os oigo, Pastor mío, ya voy a vuestro pasto, pues como vos os dais ningún pastor se ha dado.
¡Ay de los que se visten de sedas y brocados, estando vos desnudo, sólo de sangre armado! ¡Ay de aquellos que manchan con violencia sus manos, los que llenan su boca con injurias y agravios!
¡Ay si los clavos vuestros llegaran a mí tanto que clavaran al vuestro mi corazón ingrato! ¡Ay si vuestra corona, al menos por un rato, pasara a mi cabeza y os diera algún descanso!
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