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De: concursante  (Mensaje original) Enviado: 09/04/2013 22:04

Navegando por internet me encontré esto? Analizadlo todo y retened lo bueno:

 

Un anuncio de Muerte.

Principios del año 2007.

Eran aproximadamente las tres de la madrugada, me encontraba en oración, e inmediatamente después de haber concluido la primera parte de mis súplicas, abrí la Biblia. Esto es algo que acostumbro a hacer, al igual que  muchas otras personas al rededor del mundo. Esta particular forma de leer las Sagradas Escrituras, es utilizada para recibir instrucciones, amonestaciones, exhortaciones y respuestas del Señor Jesucristo a nuestras inquietudes. El Espíritu Santo guía nuestras manos al momento de abrir la Biblia, y nos habla, a través de ella, respecto a lo que debemos saber en aquel preciso instante de nuestras vidas. Y esto fue lo que señaló aquella madrugada:

3 “Dios, por su poder, nos ha concedido lo que necesitamos para la vida y la devoción, al hacernos conocer a aquel que nos llamó por su propia grandeza y sus obras maravillosas. 4 Por medio de estas cosas nos ha dado sus promesas, que son muy grandes y de mucho valor, para que por ellas lleguen ustedes a tener parte en la naturaleza de Dios y escapen de la corrupción que los malos deseos han traído al mundo. 5 Y por eso deben esforzarse en añadir a su fe la buena conducta; a la buena conducta, el entendimiento; 6 al entendimiento, el dominio propio; al dominio propio, la paciencia; a la paciencia, la devoción; 7 a la devoción, el afecto fraternal; y al afecto fraternal, el amor.
8 Si ustedes poseen estas cosas y las desarrollan, ni su vida será inútil, ni habrán conocido en vano a nuestro señor Jesucristo. 9 Pero el que no las posee es como un ciego o corto de vista; ha olvidado que fue limpiado de sus pecados. 10 Por eso, hermanos, ya que Dios los ha llamado y escogido, procuren que esto arraigue en ustedes, pues haciéndolo así nunca caerán. 11 De ese modo se les abrirán de par en par las puertas del reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. 12 Por eso les seguiré recordando siempre todo esto, aun cuando ya lo saben y permanecen firmes en la verdad que les han enseñado. 13 Mientras yo viva, creo que estoy en el deber de llamarles la atención con estos consejos. 14 Nuestro Señor Jesucristo me ha hecho saber que pronto habré de dejar esta vida; 15 pero haré todo lo posible para que también después de mi muerte se acuerden ustedes de estas cosas”.

(Segunda carta de San Pedro 1:3-15).

Después de esta hermosa exhortación, seguí en oración por algunos minutos más, y volví a abrir las escrituras. Y esto fue lo que el Espíritu señaló:

22 “Ahora, he aquí, ligado yo en espíritu, voy a Jerusalén, sin saber lo que allá me ha de acontecer; 23 salvo que el Espíritu Santo por todas las ciudades me da testimonio, diciendo que me esperan prisiones y tribulaciones. 24 Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mi mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios. 25 Y ahora, he aquí, yo sé que ninguno de todos vosotros, entre quienes he pasado predicando el reino de Dios, vera más mi rostro”.

(Hechos de los Apóstoles 20: 22-25).

Al comparar las lecturas, de inmediato pude darme cuenta de que tenían algo en común: en ambas los apóstoles en cuestión, se despiden de quienes han enseñado sobre el camino hacia el Padre Celestial. Es decir: “la segunda lectura confirma a la primera”. El mensaje de Dios parecía ser muy claro: “Alguien moriría”. De inmediato me preocupé por mi familia, como cualquier persona normal lo hubiese hecho, pero después de pensarlo y analizarlo por un par de días, solo pude descartarlo. Luego, enfocaría mi preocupación sobre mis hermanos de iglesia. Fue tal mi ansiedad, que a pesar de lo descabellado que esto lograse resultar para los oídos de mis hermanos, y que además pudiese ser perjudicial para mi reputación, me atreví a comentarlo con uno de ellos, el cual tenía fama de sabio entre la congregación y además era una de las cabezas de la misma. Esta persona, señaló que el mensaje podía ser simbólico, es decir: “Una muerte espiritual”, “un renacer”. A pesar de su reputación, la interpretación que aquel hombre le dio al mensaje no me convenció para nada. Mi aparentemente exagerada preocupación, se debió a las complicadas enfermedades de algunos de mis familiares y hermanos de iglesia, pero por sobre todas las cosas, a la confianza que he depositado en la guía del Espíritu Santo.

Durante todo el año 2007, Dios me recordó los mismos libros, capítulos y versículos de la Biblia que me habían sido entregados aquella madrugada. Aproximadamente el 60 a 70 % de las veces en las que hice oración durante ese periodo de tiempo, Él me recordó aquel trágico mensaje con su palabra. Es más, hubo ocasiones en que las lecturas llegaron a repetirse más de 5 veces en un mismo día. La insistencia del Señor en este mensaje era algo que me preocupaba muchísimo, debido a la posible muerte de alguien cercano. Hasta que…


La Explicación.

Una tarde, escuché a alguien hablar sobre una supuesta revelación que Dios le había manifestado por medio de la oración y las escrituras. Esta persona, mencionó exactamente los mismos versículos de la 2ª carta de Pedro, que el Espíritu del Altísimo me había señalado aquella madrugada, y además agregó: que poco tiempo después de haber recibido aquel mensaje, Juan Pablo II murió. Desde ese mismo instante, mi mente fue inundada por una sola pregunta: “¿Qué es lo que Dios me quiere decir?” Lo que había salido por la boca de aquella persona me había dejado perplejo, y pensé: “Por alguna razón Dios me ha hecho escucharla”. Pero aun así, ni siquiera en mi mente me atreví a asegurar la identidad de quien iba a partir. 

Al llegar a mi casa de la iglesia a la que asistía en ese entonces, subí rápidamente a mi dormitorio, el cual está destinado solo a la oración, al estudio y al descanso. Estando ahí, me arrodillé ante mi Dios, y postrados mi cuerpo y mi espíritu, rogué y supliqué a mi Señor Jesucristo, que me indicara el significado del mensaje. Con mis ojos cerrados abrí las escrituras, y luego de algunos segundos los volví a abrir, y comencé a leer:

22 “Daniel, he venido ahora para hacerte entender estas cosas. 23 En cuanto comenzaste a orar, Dios te respondió. Yo he venido para darte su respuesta, porque Dios te quiere mucho. Ahora, pues, pon mucha atención a lo siguiente, para que entiendas la visión:

24 Setenta semanas han de pasar sobre tu pueblo y tu ciudad Santa para poner fin a la rebelión y al pecado, para obtener el perdón por la maldad y establecer la justicia para siempre, para que se cumplan la visión y la profecía y se consagre el Santísimo.
25 Debes saber y entender esto: Desde el momento en que se ordene restaurar y construir Jerusalén, hasta la llegada del Jefe consagrado, han de pasar siete semanas, y las calles y murallas reconstruidas de Jerusalén duraran sesenta y dos semanas, pero serán tiempos de mucha angustia. 26 Después de las sesenta y dos semanas le quitaran la vida al Jefe consagrado. Jerusalén y el templo serán destruidos por la gente de un rey que vendrá. El fin llegará de pronto, como una inundación, y hasta el fin seguirá la guerra y las destrucciones que han sido determinadas. 27 Durante una semana más, él hará un pacto con mucha gente, pero a mitad de la semana pondrá fin a los sacrificios y a las ofrendas. Y un horrible sacrilegio se cometerá ante el altar de los sacrificios, hasta que la destrucción determinada caiga sobre el autor de estos horrores”.

(Daniel  9: 22 - 27).


La Confirmación.

Una noche, después de haber orado extensamente, tuve un sueño. En él, subí a un lugar apartado, no en el cielo, sino en la tierra, en donde encontré una especie de libro blanco y rectangular. En su tapa estaban escritos un nombre y un número: el nombre era Benedicto y el número era XVI. De inmediato me inundó un irrefrenable deseo por revisar su contenido, pero antes de que pudiera hacerlo, una visión se apareció ante mí: ‘Eran miles de personas congregadas en plaza san Pedro, muchas de ellas portando banderas de diferentes nacionalidades; cuando, sorpresivamente, hubo “dos” o tres explosiones sobre la basílica del mismo nombre, una seguida de la otra. En ese momento no sabía que era exactamente lo que estaba pasando, hasta que la gente comenzó a gritar despavorida’. Inmediatamente después de esto, la visión desapareció, y enseguida, en mi sueño, pude abrir el misterioso libro. En su interior había un dibujo tipo bosquejo, el cual retrataba la figura de un papa, se le podía distinguir por el aspecto de sus ropas. Él estaba recostado en una especie de cama rectangular, y tenía las manos sobre su pecho; indudablemente estaba muerto. Cerré el libro, y bajé de aquel lugar. El estar ahí me dejó la horrible sensación de que este era un vergonzoso y muy bien guardado secreto.

NOTA: Al momento de recibir aquella visión, debido a mi reciente cercanía con la iglesia católica, no tenía la más mínima idea de cuál era la ciudad a la que se atacaba, aunque, por supuesto, me parecía vagamente familiar. Solo indagando pude saber que se trataba exactamente del Vaticano, y no de alguna otra ciudad en el mundo.

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