LEY DE FUEGO (LA LEY DE CRISTO)
La Ley de Cristo, son sus mandamientos, que radican en la justicia y en el amor del Espíritu Divino hacia la humanidad. De aquí pues es necesario guardar sus mandamientos, para que permaneciendo en su amor, nos amemos los unos a los otros, como él nos amó, y en esto se conocerá, si en verdad somos sus discípulos.
Cristo vino a retomar y a dar de nuevo en su Ley, el mandamiento del amor, ya que por la pluma mentirosa de los escribas fue trastocado al desamor, pues ellos aún de hacer errar al pueblo en pos de otros dioses, se enceguecieron por la codicia, la injusticia, el lucro, el odio al enemigo, la envidia, las lapidaciones y la venganza, vulnerando así la ley de Dios (Jn.13:34; 15:12; Jr. 7:28-34; 8:8-14; y Mt. 23.13-36). De modo que lo dicho por Cristo en cuanto al amor, Pablo lo refuerza diciendo: “No deban nada a nadie, sino el amaros unos a otros; porque el que ama al prójimo, ha cumplido la ley. Porque: No adulterarás, no matarás, no hurtarás, no dirás falso testimonio, no codiciarás, y cualquier otro mandamiento, en esta sentencia se resume: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor” (Ro. 13:8-10; Ex. 20:1-17; Dt. 5.1-33; y 6.1-9).
Así que antes de abordar la Ley de Cristo de una manera un poco más extendida, es imperioso hacer un breve esbozo de la Ley dada por Dios al pueblo de Israel en el Monte Horeb, porque además del amor, fue cargada de disposiciones severas en cuanto a bienes, personas, animales, fiestas solemnes y día de reposo. Uno de estos elementos, posibilitaba la lapidación de las personas, y en donde por la dureza del corazón de los varones israelitas, Moisés incluyó reglas de divorcio que les permitían repudiar a sus mujeres, y darle carta de divorcio; y también en vulneración del amor al prójimo, se cometían injusticias y se hizo frecuente el odio a los enemigos. En estas cosas hubieron cambios significativos de parte de Jesucristo, pues dejó sin efecto el divorcio, el odio al enemigo y la ley de la venganza “vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida y golpe por golpe” (Gn. 1.27; 5.2; Mc. 10.1-12; Lc. 19:1-9; Mt. 5:38; 5:43-33; D.t. 21:23-27; y 24:1-4).
Con tales cambios, Cristo desde entonces dejó encaminada su Ley de Fuego, y bien por ello, es lo que dijo Juan Bautista antes de ser decapitado: “Este es el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”; y “Él os bautizará en Espíritu Santo y Fuego”. Esta Ley, Moisés antes de morir en el Monte Nebo, la mencionó en el primer párrafo de su última bendición profética a Israel, diciendo: “IEUE vino del Sinaí, y de Seir les esclareció; Resplandeció desde el monte de Parán, y vino de entre millares de Santos, con la Ley de Fuego a su mano derecha” (Dt. 33:1-2); y dicha Ley a diferencia de la grabada en tablas de piedra, está escrita en el corazón, y consiste en la justicia, el amor de Dios, la gracia y la misericordia, de donde devienen el perdón y la salvación; la cual muchos del pueblo de Israel no la aceptaron, porque todavía teniendo el entendimiento embotado por el velo del antiguo Pacto, no se convirtieron al Señor Jesucristo, quien es el único que lo puede quitar (Gl. 6:2; 5.14; Jn.13:34; 15.12; 2 Co. 3:1-18; y 4:1-6).
Tal Ley comprendida en el Nuevo Pacto, y que se traduce en el Evangelio Santo y Eterno, Jesucristo mandó a sus discípulos, ir a todo el mundo y predicarlo a toda Criatura, el que creyere y fuera bautizado será salvo, más el que no creyere será condenado (Mc. 16:15).
La Ley de Cristo que radica en la justicia y en el amor del Espíritu Divino hacia la humanidad, y de donde devienen la gracia, la fe y la misericordia, es importante, porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su hijo unigénito, para que todo quien en él crea, no se pierda, más tenga la vida eterna. Este amor de Dios a su forma humana, y de aquí hacia sus discípulos para que de igual manera nos amemos los unos a los otros, es perentorio cumplirlo y estar en el permaneciendo, porque de lo contrario no somos en verdad sus discípulos, y sería como Pablo adujo:
“Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe. Y su tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy. Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve. Por cuanto el amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece, no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, más se goza en la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca dejará de ser; pero las profecías se acabarán, y cesarán las lenguas, y la ciencia acabará. Porque en parte conocemos, y en parte profetizamos; más cuando venga lo perfecto, entonces lo que es en parte se acabará. Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; más cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño. Hoy vemos por espejo, oscuramente; más entonces veremos cara a cara. Actualmente conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido. Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor” (1 Co. 12:31; y 13:1-13).
La Justicia y el amor de donde radica la Ley de Cristo, serán decisivos para obtener el beneficio de estar a su derecha en el día del juicio, puesto que: “Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria, y serán reunidas delante de él todas las naciones; y apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos. Y pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda. Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me distes de comer; tuve sed, y me distes de beber, fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí. Entonces los justos le responderán diciendo: Señor, ¿Cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos, o sediento, y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos forastero, y te recogimos, o desnudo, y te cubrimos? ¿O cuando te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti? Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis” (Mt. 25:31-40).