ESPÍRITU, AGUA Y SANGRE SON LOS TRES VERDADEROS TESTIGOS DE TODO CUANTO EL ALTÍSIMO HA HECHO EN LA TIERRA
En los origenes de la creación, la
tierra fue hecha por el Altísimo, antes de haberse movido su Divino
Espíritu sobre las aguas (Gn. 1:1-2); y luego de descubrir lo seco, hizo a su imagen y semejanza al hombre
del polvo de la tierra, y a faz de este le sopló aliento de vida; y así el hombre fue un alma o ser viviente (Gn. 1:27; y 2:7) .
Desde entonces, ya no sólo había un ser humano hecho del polvo de la tierra,
sino en su cuerpo contenía un aliento de vida, que es una porción espiritual, procedida del
interior de Elohei, es decir, de ese mismo Espíritu que se movió sobre
las aguas, y mediante con su Verbo (Palabra), hizo el proceso de
transformación de la tierra y la creación de todo cuanto dentro y fuera
de ella existe (Gn. 2:7).
Pasado un tiempo de ese acontecimiento, ese hombre por llegar a pecar, fue arrojado del huerto
del Edén y a pesar de tener una naturaleza corrompida, se le dio la posibilidad de procrear; pero la mayoría de sus
descendientes se volvieron malos y violentos, y todo estaba corrompido, que por
tanto el Altísimo para acabar con todo lo que tenía vida sobre la
tierra, trajo el diluvio sobre el mundo antiguo de los malvados, donde
todos perecieron sumergidos en las aguas; y de esta manera, la tierra
volvió a quedar como al principio, cubierta totalmente por la aguas.
Así que
de todo ello en sustracción ahora de algunos individuos y elementos
naturales presentes en la creción, se desprenden cinco de suma
importancia: “Espíritu y Palabra, agua, tierra y hombre”,
que vendrían a ser de suma importancia en los tiempos de Cristo (El
Mesías), ya que cuando estuvo su cuerpo (tierra) en las aguas del Río
Jordán y en presencia de Juan el Bautista, los cielos fueron abiertos, y
en forma corporal de paloma, el Espíritu del Altísimo hizo su asombroso
movimiento a la semejanza del principio, y escuchandose a la vez su voz
que hablaba cuando desde los cielos descendía, diciendo: “Este es mi Hijo amado en quien tengo complacencia (3:16-17)”. De modo que se pusieron de manifiesto, los mismos individuos y componentes que se aprecian desde el principio de la creación: “Espíritu y Palabra, Agua, tierra y hombre”;
pero ahora el cuerpo de Cristo no tendría como tuvo Adán, una porción
del Espíritu de Santidad, sino este se movería estando sobre y dentro de
él, de manera plena (Col. 2:9). En cuanto a lo que y conforme a Mt.
17:5 había de oírle, pues era la voluntad del mismo Altísimo, quien en el principio
habló (Palabra); y que ahora tomando forma corporal como de hombre, estaba transfigurado en un cuerpo humano (tierra), a fin de que entre las buenas nuevas de salvación, tener al bautismo (agua)
como principio primordial para el arrepentimiento de las malas acciones
y el perdón de los pecados (Lc. 3:3-6; 3:21-22; 24:47; y Hch. 2.38); y
en cuyo bautismo se produce, la muerte y sepultura del viejo hombre,
como ocurrió con los que murieron y fueron sumergidos cuando el diluvio
sobre el mundo antiguo (Ro. 6:1-11; 1P. 3:18-21; y 2 P. 3:5).
En
relación a dos de los componentes o elementos antes citados y en general
de todo lo
antes expuesto, se deducen dos testigos incuestionables y primordiales,
que vienen a
ser junto a un tercer testigo, los más importantes que de verdad dan
testimonio en la tierra, de todo cuanto el Altísimo ha hecho, comenzando
desde los origenes de la creación con los dos primeros en mención; y
que aunados al otro de los aquí indicados, a tan poco tiempo de la salida
de los israelitas de Mitzraim (Egipto) y desde los tiempos de la
Cruxificción del Mesías en tiempos del imperio romano, al presente, son: “el Espíritu, el Agua y la sangre”. Precisamente por cuanto: 1)
El Espíritu, por ser el primero quien en el principio se movió sobre
las aguas y emitió su poderosa palabra, para ejecutar lo que en ella y
sobre ella fue creado; 2) El agua era lo que en el
principio cubría a toda la tierra, y de igual modo cuando el diluvio. Lo
que vino a ser el símbolo del bautismo, donde el viejo hombre muere y
es sepultado; y 3) La sangre con la que al ser
derramada con el sacrificio de la víctima, se concertaron los dos pactos
con los descendientes de IEKOB (Israel). Siendo con el segundo Pacto o
mejor conocido como el Nuevo Testamento, que gracias a la validez que se le dio con la muerte en la carne de la simiente bendita, fuimos benditos todas las
gentes de la tierra, en cumplimiento a la promesa hecha po Elohei al
patriarca Abraham (Gn. 22:18). Ahora bien, a
Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente. No dice: "Y a las
simientes", como de muchos; sino como de uno: Y a tu simiente, la cual es
el Cristo (Gl. 3:16).
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