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General: LA CAIDA DE LUCIFER A LA TIERRA .
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La caída de Lucifer EN EL CIELO .Y fue arrojado el gran Dragón, la Serpiente antigua, el llamado Diablo y Satanás, el seductor del mundo entero; fue arrojado a la tierra y sus Angeles fueron arrojados con él.Apoc 12:9
En el cielo, antes de su rebelión, Lucifer era un ángel honrado y excelso, cuyo honor seguía al del amado Hijo de Dios. Su semblante, así como el de los demás ángeles, era apacible y denotaba felicidad. Su frente alta y espaciosa indicaba su poderosa inteligencia. Su forma era perfecta; su porte noble y majestuoso. Una luz especial resplandecía sobre su rostro y brillaba a su alrededor con más fulgor y hermosura que en los demás ángeles. Sin embargo, Cristo, el amado Hijo de Dios, tenía la preeminencia sobre todas las huestes angélicas. Era uno con el Padre antes que los ángeles fueran creados. Lucifer tuvo envidia de él y gradualmente asumió la autoridad que le correspondía sólo a Cristo. HR 13.1
El gran Creador convocó a las huestes celestiales para conferir honra especial a su Hijo en presencia de todos los ángeles. Este estaba sentado en el trono con el Padre, con la multitud celestial de santos ángeles reunida a su alrededor. Entonces el Padre hizo saber que había ordenado que Cristo, su Hijo, fuera igual a él; de modo que doquiera estuviese su Hijo, estaría él mismo también. La palabra del Hijo debería obedecerse tan prontamente como la del Padre. Este había sido investido de la autoridad de comandar las huestes angélicas. Debía obrar especialmente en unión con él en el proyecto de creación de la tierra y de todo ser viviente que habría de existir en ella. Ejecutaría su voluntad. No haría nada por sí mismo. La voluntad del Padre se cumpliría en él. HR 13.2
Lucifer estaba envidioso y tenía celos de Jesucristo. No obstante, cuando todos los ángeles se inclinaron ante él para reconocer su supremacía, gran autoridad y derecho de gobernar, se inclinó con ellos, pero su corazón estaba lleno de envidia y odio. Cristo formaba parte del consejo especial de Dios para considerar sus planes, mientras Lucifer los desconocía. No comprendía, ni se le permitía conocer los propósitos de Dios. En cambio Cristo era reconocido como Soberano del Cielo, con poder y autoridad iguales a los de Dios. Lucifer creyó que él era favorito en el cielo entre los ángeles. Había sido sumamente exaltado, pero eso no despertó en él ni gratitud ni alabanzas a su Creador. Aspiraba llegar a la altura de Dios mismo. Se glorificaba en su propia exaltación. Sabía que los ángeles lo honraban. Tenía una misión especial que cumplir. Había estado cerca del gran Creador y los persistentes rayos de la gloriosa luz que rodeaban al Dios eterno habían resplandecido especialmente sobre él. Pensó en cómo los ángeles habían obedecido sus órdenes con placentera celeridad. ¿No eran sus vestiduras brillantes y hermosas? ¿Por qué había que honrar a Cristo más que a él? HR 14.1
Salió de la presencia del Padre descontento y lleno de envidia contra Jesucristo. Congregó a las huestes angélicas, disimulando sus verdaderos propósitos, y les presentó su tema, que era él mismo. Como quien ha sido agraviado, se refirió a la preferencia que Dios había manifestado hacia Jesús postergándolo a él. Les dijo que de allí en adelante toda la dulce libertad de que habían disfrutado los ángeles llegaría a su fin. ¿Acaso no se les había puesto un gobernador, a quien de allí en adelante debían tributar honor servil? Les declaró que él los había congregado para asegurarles que no soportaría más esa invasión de sus derechos y los de ellos: que nunca más se inclinaría ante Cristo; que tomaría para sí la honra que debiera habérsele conferido, y sería el caudillo de todos los que estuvieran dispuestos a seguirlo y a obedecer su voz. HR 14.2
Hubo discusión entre los ángeles. Lucifer y sus seguidores luchaban para reformar el gobierno de Dios. Estaban descontentos y se sentían infelices porque no podían indagar en su inescrutable sabiduría ni averiguar sus propósitos al exaltar a su Hijo y dotarlo de poder y mando ilimitados. Se rebelaron contra la autoridad del Hijo.
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Los ángeles leales trataron de reconciliar con la voluntad de su Creador a ese poderoso ángel rebelde. Justificaron el acto de Dios al honrar a Cristo, y con poderosos argumentos trataron de convencer a Lucifer de que no tenía entonces menos honra que la que había tenido antes que el Padre proclamara el honor que había conferido a su Hijo. Le mostraron claramente que Cristo era el Hijo de Dios, que existía con él antes que los ángeles fueran creados, y que siempre había estado a la diestra del Padre, sin que su tierna y amorosa autoridad hubiese sido puesta en tela de juicio hasta ese momento; y que no había dado orden alguna que no fuera ejecutada con gozo por la hueste angélica. Argumentaron que el hecho de que Cristo recibiera honores especiales de parte del Padre en presencia de los ángeles no disminuía la honra que Lucifer había recibido hasta entonces. Los ángeles lloraron. Ansiosamente intentaron convencerlo de que renunciara a su propósito malvado para someterse a su Creador, pues todo había sido hasta entonces paz y armonía, y ¿qué era lo que podía incitar esa voz rebelde y disidente? HR 15.2
Lucifer no quiso escucharlos. Se apartó entonces de los ángeles leales acusándolos de servilismo. Estos se asombraron al ver que Lucifer tenía éxito en sus esfuerzos por incitar a la rebelión. Les prometió un nuevo gobierno, mejor que el que tenían entonces, en el que todo sería libertad. Muchísimos expresaron su propósito de aceptarlo como su dirigente y comandante en jefe. Cuando vio que sus propuestas tenían éxito, se vanaglorió de que podría llegar a tener a todos los ángeles de su lado, que sería igual a Dios mismo, y su voz llena de autoridad sería escuchada al dar órdenes a toda la hueste celestial. Los ángeles leales le advirtieron nuevamente y le aseguraron cuáles serían las consecuencias si persistía, pues el que había creado a los ángeles tenía poder para despojarlos de toda autoridad y, de una manera señalada, castigar su audacia y su terrible rebelión. ¡Pensar que un ángel se opuso a la ley de Dios que es tan sagrada como él mismo! Exhortaron a los rebeldes a que cerraran sus oídos a los razonamientos engañosos de Lucifer, y le aconsejaron a él y a cuantos habían caído bajo su influencia que volvieran a Dios y confesaran el error de haber permitido siquiera el pensamiento de objetar su autoridad. HR 16.1
Muchos de los simpatizantes de Lucifer se mostraron dispuestos a escuchar el consejo de los ángeles leales y arrepentirse de su descontento para recobrar la confianza del Padre y su amado Hijo. El poderoso rebelde declaró entonces que conocía la ley de Dios, y que si se sometía a la obediencia servil se lo despojaría de su honra y nunca más se le confiaría su excelsa misión. Les dijo que tanto él como ellos habían ido demasiado lejos como para volver atrás, y que estaba dispuesto a afrontar las consecuencias, pues jamás se postraría para adorar servilmente al Hijo de Dios; que el Señor no los perdonaría, y que tenían que reafirmar su libertad y conquistar por la fuerza el puesto y la autoridad que no se les había concedido voluntariamente.* HR 16.2
Los ángeles leales se apresuraron a llegar hasta el Hijo de Dios y le comunicaron lo que ocurría entre los ángeles. Encontraron al Padre en consulta con su amado Hijo para determinar los medios por los cuales, por el bien de los ángeles leales, pondrían fin para siempre a la autoridad que había asumido Satanás. El gran Dios podría haber expulsado inmediatamente del cielo a este archiengañador, pero ese no era su propósito. Daría a los rebeldes una justa oportunidad para que midieran su fuerza con su propio Hijo y sus ángeles leales. En esa batalla cada ángel elegiría su propio bando y lo pondría de manifiesto ante todos. No hubiera sido conveniente permitir que permaneciera en el cielo ninguno de los que se habían unido con Satanás en su rebelión. Habían aprendido la lección de la genuina rebelión contra la inmutable ley de Dios, y eso es irremediable. Si Dios hubiera ejercido su poder para castigar a este jefe rebelde, los ángeles subversivos no se habrían puesto en evidencia; por eso Dios siguió otro camino, pues quería manifestar definidamente a toda la hueste celestial su justicia y su juicio
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Guerra en el cielo
Rebelarse contra el gobierno de Dios era un crimen enorme. Todo el cielo parecía estar en conmoción. Los ángeles se ordenaron en compañías; cada división tenía un ángel comandante al frente. Satanás estaba combatiendo contra la ley de Dios por su ambición de exaltarse a sí mismo y no someterse a la autoridad del Hijo de Dios, el gran comandante celestial. HR 17.2
Se convocó a toda la hueste angélica para que compareciera ante el Padre, a fin de que cada caso quedase decidido. Satanás manifestó con osadía su descontento porque Cristo había sido preferido antes que él. Se puso de pie orgullosamente y sostuvo que debía ser igual a Dios y participar en los concilios con el Padre y comprender sus propósitos. El Señor informó a Satanás que sólo revelaría sus secretos designios a su Hijo, y que requería que toda la familia celestial, incluido Satanás, le rindiera una obediencia absoluta e incuestionable; pero que él (Satanás) había demostrado que no merecía ocupar un lugar en el cielo. Entonces el enemigo señaló con regocijo a sus simpatizantes, que eran cerca de la mitad de los ángeles, y exclamó: “¡Ellos están conmigo! ¿Los expulsarás también y dejarás semejante vacío en el cielo?” Declaró entonces que estaba preparado para hacer frente a la autoridad de Cristo y defender su lugar en el cielo por la fuerza de su poder, fuerza contra fuerza. HR 18.1
Los ángeles buenos lloraron al escuchar las palabras de Satanás y sus alborozadas jactancias. Dios afirmó que los rebeldes no podían permanecer más tiempo en el cielo. Ocupaban esa posición elevada y feliz con la condición de obedecer la ley que Dios había dado para gobernar a los seres de inteligencia superior. Pero no se había hecho ninguna provisión para salvar a los que se atrevieran a transgredirla. Satanás se envalentonó en su rebelión y expresó su desprecio por la ley del Creador. No la podía soportar. Afirmó que los ángeles no necesitaban ley y que debían ser libres para seguir su propia voluntad, que siempre los guiaría con rectitud; que la ley era una restricción de su libertad; y que su abolición era uno de los grandes objetivos de su subversión. La condición de los ángeles, según él, debía mejorar. Pero Dios, que había promulgado las leyes y las había hecho iguales a sí mismo, no pensaba así. La felicidad de la hueste angélica dependía de su perfecta obediencia a la ley. Cada cual tenía una tarea especial que cumplir, y hasta el momento cuando Satanás se rebeló, había existido perfecto orden y armonía en las alturas. HR 18.2
Entonces hubo guerra en el cielo. El Hijo de Dios, el Príncipe celestial y sus ángeles leales entraron en conflicto con el archirrebelde y los que se le unieron. El Hijo de Dios y los ángeles fieles prevalecieron, y Satanás y sus seguidores fueron expulsados del cielo. Toda la hueste celestial reconoció y adoró al Dios de justicia. Ni un vestigio de rebeldía quedó en el cielo. Todo volvió a ser pacífico y armonioso como antes. Los ángeles lamentaron la suerte de los que habían sido sus compañeros de felicidad y bienaventuranza. El cielo sintió su pérdida. HR 19.1
El Padre consultó con el Hijo con respecto a la ejecución inmediata de su propósito de crear al hombre para que habitara la tierra. Lo sometería a prueba para verificar su lealtad antes que se lo pudiera considerar eternamente fuera de peligro. Si soportaba la prueba a la cual Dios creía conveniente someterlo, con el tiempo llegaría a ser igual a los ángeles. Tendría el favor de Dios, podría conversar con ellos y éstos con él. Dios no creyó conveniente ponerlos fuera del alcance de la desobediencia
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Satanás procura su restitución
Satanás tembló al contemplar su obra. Meditaba a solas en el pasado, el presente y sus planes para el futuro. Su poderosa contextura temblaba como si fuera sacudida por una tempestad. Entonces pasó un ángel del cielo. Lo llamó y le suplicó que le consiguiera una entrevista con Cristo. Le fue concedida. Entonces le dijo al Hijo de Dios que se había arrepentido de su rebelión y deseaba obtener nuevamente el favor de Dios. Deseaba ocupar el lugar que Dios le había asignado previamente, y permanecer bajo su sabia dirección. Cristo lloró ante la desgracia de Satanás, pero le dijo, comunicándole la decisión de Dios, que nunca más sería recibido en el cielo, pues éste no podía ser expuesto al peligro. Todo el cielo se malograría si se lo recibía otra vez, porque el pecado y la rebelión se habían originado en él. Las semillas de la rebelión todavía estaban dentro de él. No había tenido, en el curso de su rebelión, motivo alguno para actuar de esa manera, y había acarreado ruina sin esperanzas, no sólo para sí mismo, sino para las huestes de ángeles que habrían sido felices en el cielo si él se hubiera mantenido fiel. La ley de Dios podía condenar, pero no perdonar. HR 26.2
No se arrepintió de su rebelión porque había visto la bondad de Dios, de la cual había abusado. No era posible que su amor por Dios hubiera aumentado tanto desde la caída como para conducirlo a una gozosa sumisión y una obediencia feliz a su ley, que había sido despreciada. La desgracia que experimentaba al haber perdido la dulce luz del cielo, el sentimiento de culpa que lo oprimía, y la desilusión que experimentó al ver que sus esperanzas resultaban fallidas, eran la causa de su dolor. Ser comandante fuera del cielo era muy diferente que gozar de ese honor en él. La pérdida de todos los privilegios que había tenido en el cielo le pareció demasiado grande como para soportarla. Deseaba recuperarlos. HR 27.1
El tremendo cambio que se había operado en su situación no había aumentado su amor a Dios, ni a su sabia y justa ley. Cuando Satanás se convenció plenamente de que no había posibilidad alguna de recuperar el favor de Dios, manifestó su maldad con odio acrecentado y ardiente vehemencia. HR 27.2
Dios sabía que una rebelión tan decidida no permanecería inactiva. Satanás inventaría medios para importunar a los ángeles celestiales y mostrar desdén por la autoridad divina. Como no pudo lograr que lo admitieran en el cielo, montó guardia en la entrada misma de él, para mofarse de los ángeles y buscar contiendas con ellos cuando entraban y salían. Procuraría destruir la felicidad de Adán y Eva. Trataría de incitarlos a la rebelión, con plena conciencia de que eso produciría tristeza en el cielo.
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Se advierte a Adán y Eva
Dios reunió a la hueste angélica para tomar medidas con el fin de evitar el mal que amenazaba. Se decidió en el consejo del cielo enviar ángeles para advertir a Adán que estaba en peligro por la presencia del enemigo. Dos ángeles se apresuraron a visitar a nuestros primeros padres. La santa pareja los recibió con inocente alegría, expresando su gratitud al Creador por haberlos rodeado con tal profusión de su bondad. Podían gozar de todo lo amable y atractivo, y todo parecía adaptarse sabiamente a sus necesidades; y lo que estimaban por sobre toda otra bendición era su relación con el Hijo de Dios y los ángeles celestiales, pues tenían tanto que contarles en cada visita en cuanto a las bellezas de la naturaleza que descubrían cada vez en el hermoso hogar del Edén, y tenían muchas preguntas que hacer acerca de muchas cosas que no podían comprender claramente. HR 29.3
Con bondad y amor los ángeles les daban la información que deseaban recibir. También les contaron la triste historia de la rebelión y la caída de Satanás. Entonces les informaron con claridad que el árbol del conocimiento había sido puesto en el jardín como prueba de su obediencia y su amor por Dios; que los santos ángeles sólo podían conservar su condición exaltada y feliz si eran obedientes; que ellos estaban en una situación similar; que podían obedecer la ley de Dios y ser inefablemente felices, o desobedecerla y perder su elevada condición y caer en la desesperación. HR 30.1
Dijeron a Adán y a Eva que Dios no los obligaría a obedecer; que no los había privado del poder de obrar en contra de su voluntad; que ellos eran seres dotados de naturaleza moral, libres de obedecer o de desobedecer. Sólo había una prohibición que Dios había considerado propio imponerles hasta ese momento. Si transgredían la voluntad de Dios ciertamente morirían. Dijeron a Adán y a Eva que el ángel más excelso, que seguía en jerarquía a Cristo, no había querido obedecer la ley de Dios que había sido promulgada para gobernar a los seres celestiales; que esa rebelión había provocado guerra en el cielo, que como resultado de ella el rebelde había sido expulsado, y que todo ángel que se había unido a él para poner en tela de juicio la autoridad del gran Jehová había sido echado del cielo también; y que ese adversario caído era ahora enemigo de todos los que se preocupaban de los intereses de Dios y de su amado Hijo. HR 30.2
Les dijeron que Satanás se había propuesto hacerles daño, y que era necesario que los protegieran, porque podrían llegar a relacionarse con el adversario caído; pero que éste no podría causarles perjuicio mientras se mantuvieran obedientes a los mandamientos de Dios, porque si fuera necesario todos los ángeles del cielo acudirían en su ayuda antes que permitir que él los perjudicara de alguna manera. Pero si desobedecían los mandamientos de Dios, entonces Satanás tendría poder para molestarlos, confundirlos y causarles problemas. Si permanecían firmes frente a las primeras insinuaciones de Satanás, estarían tan seguros como los ángeles celestiales. Pero si cedían ante el tentador, el que no había protegido a los ángeles excelsos tampoco los protegería. Tendrían que sufrir el castigo correspondiente a su transgresión, porque la ley de Dios es tan sagrada como él mismo, y él exige obediencia perfecta de todos en el cielo y en la tierra. HR 31.1
Los ángeles aconsejaron a Eva que no se separara de su esposo en el desempeño de sus tareas, porque podría llegar a encontrarse con el adversario caído. Si se separaban, estarían en mayor peligro que si estuvieran juntos. Los ángeles les encargaron que siguieran estrictamente las instrucciones que Dios les había dado en relación con el árbol del conocimiento, pues si obedecían perfectamente estarían a salvo, y el adversario caído no tendría poder para engañarlos. Dios no permitiría que Satanás siguiera a la santa pareja para tentarlos constantemente. Sólo podría tener acceso a ellos en el árbol del conocimiento del bien y del mal. HR 31.2
Adán y Eva aseguraron a los ángeles que nunca desobedecerían los expresos mandamientos de Dios, pues su mayor placer consistía en hacer su voluntad. Los ángeles se unieron a ellos en santos acordes de música armoniosa, y mientras sus himnos se elevaban a las alturas del bendito Edén, Satanás escuchaba la melodía de gozosa adoración al Padre y al Hijo. Y al escuchar aumentaba su envidia, su odio y su maldad. Comunicó entonces a sus seguidores su ardiente deseo de incitarlos (a Adán y Eva) a desobedecer, para que de esa manera acarrearan sobre sí la ira de Dios, y trocaran sus cantos de alabanza por el odio y por maldiciones a su Hacedor.
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La inmutable ley de Dios
Todo el cielo se lamentó por la desobediencia y la caída de Adán y Eva, que habían acarreado la ira de Dios sobre toda la especie humana. Ya no podían tener comunión directa con Dios y se habían sumergido en la miseria y la desesperación. No se podía cambiar la ley de Dios para que se adaptara a la necesidad del hombre, porque de acuerdo con el plan de Dios ésta nunca debía perder su fuerza ni anular el más pequeño de sus requerimientos. HR 47.3
Los ángeles de Dios fueron comisionados para que visitaran a la pareja caída y le informaran que aunque no podían conservar su santa condición ni su hogar edénico por causa de la transgresión de la ley de Dios, su caso no era totalmente desesperado. Se les informó que el Hijo de Dios, que había conversado con ellos en el Edén, se había sentido impulsado por la piedad, en vista de su condición desesperada, y que se había ofrecido voluntariamente para soportar el castigo que les correspondía, y morir para que los seres humanos pudieran vivir por fe en la expiación que Cristo proponía hacer por ellos. Por medio de Jesús se había abierto una puerta de esperanza para que el hombre, a pesar de su gran pecado, no quedara bajo el dominio completo de Satanás. La fe en los méritos de Hijo de Dios elevaría de tal manera a éste que podría resistir las artimañas de Satanás. Se le concedería un tiempo de prueba durante el cual, por medio de una vida de arrepentimiento y fe en la expiación del Hijo de Dios, podría ser redimido de su trangresión a la ley del Padre y elevado así hasta un nivel donde sus esfuerzos por guardar la ley de Dios podrían ser aceptados. HR 48.1
Los ángeles les comunicaron el pesar que se experimentó en el cielo cuando se anunció que ellos habían transgredido la ley de Dios, lo que había inducido a Cristo a llevar a cabo el gran sacrificio de su propia vida preciosa. HR 48.2
Cuando Adán y Eva se dieron cuenta de cuán exaltada y santa es la ley de Dios, cuya transgresión requería un sacrificio tan costoso para salvarlos de la ruina junto con su posteridad, rogaron que se les permitiera morir o que sus descendientes experimentaran el castigo de su transgresión, antes que el amado Hijo de Dios hiciera un sacrificio tan grande. La angustia de Adán iba en aumento. Se dio cuenta de que sus pecados eran de tal magnitud que implicaban terribles consecuencias. ¿Cómo podía ser posible que el tan honrado Comandante celestial, que había caminado y conversado con él cuando gozaba de santa inocencia, a quien los ángeles honraban y adoraban, fuera depuesto de su exaltada posición para morir por causa de su pecado? HR 48.3
Se informó a Adán que la vida de un ángel no podía pagar la deuda. La ley de Jehová, fundamento de su gobierno en el cielo y en la tierra, era tan sagrada como Dios mismo; y por esa razón el Señor no podía aceptar la vida de un ángel como sacrificio por su transgresión. Su ley es de más importancia a su vista que los santos ángeles que rodean su trono. El Padre no podía abolir ni modificar un solo precepto de su ley para adaptarla a la condición caída del ser humano. Pero el Hijo de Dios, que junto con el Padre había creado al hombre, podía ofrecer por éste una expiación que el Señor podía aceptar, mediante el don de su vida en sacrificio, para recibir sobre sí la ira de su Padre. Los ángeles informaron a Adán que así como su transgresión había acarreado muerte y ruina, la vida y la inmortalidad aparecerían como resultado del sacrificio de Cristo.
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